Trad. J. Cano Ruiz. El Cobre Ediciones, Barcelona, 2009. 496 pp. 29 €
Juan Gómez Espinosa
Este libro es un regalo de Brenan; un regalo honesto, caluroso e intelectualmente intachable para un pueblo que no se lo merece. Brenan, inglesito bien formado y proveniente de la clase burguesa británica, se cogió su herencia y se vino a España, tan lejana anímicamente del ambiente de Bloomsbury. Lo que aquí llevó a cabo fue una intensa labor de campo (y de camastro, como atestigua la existencia de más de un bastardillo alpujarreño), impulsado por el afán de conocer profundamente las entrañas de un pueblo cuyo espíritu explosivo y ardiente lo encandilaban. Brenan se sobrepuso a la sacudida del exotismo, tan neorromántico, y estudió con la eficacia de un cirujano el organismo que tenía ante él: su historia política, su literatura, su sociología, incluso su más íntima psicología. Testigo presencial de la guerra civil, al final de ella no pudo por menos que analizar todos los elementos que propiciaron la tragedia. El resultado fue este Laberinto español, escrito a partir del dolor de comprobar cómo se retorcía todo lo que había amado. Pero el inglés no se deja arrastrar por el lamento patético, ni por la demagogia del que ha olido la descomposición. Al revés; con un estilo claro (que no simple) hilvana el gran tema de la obra: la coherencia de la incoherencia nacional, es decir, cómo el pueblo español se muestra tan celoso de su independencia personal, cómo clama constantemente por su integridad y por su libertad, y cómo se ata, al mismo tiempo, a un sometimiento tras otro, ya sea en la forma de una monarquía, ya de un sistema caciquil, ya de una dictadura, ya de un parlamentarismo ineficaz… Brenan comienza su periplo en la Restauración de 1874, aunque no duda en remitirse a factores todavía más lejanos (sólo cronológicamente). Igual que, de una parte, muestra su encantamiento por el impetuoso carácter de “los nativos”, de otra es incapaz de cegarse, admitiendo una de sus grandes taras: los españoles, antes que a España, pertenecen sobre todo a su ámbito inmediato, y este ámbito puede ser físico (una región, una aldea…) o emocional (un credo, una ideología, un tótem…). El resultado de esta compartimentación nacional es la imposibilidad de una solidaridad total entre sus gentes, incluso en los momentos en que es absolutamente necesaria. Un ejemplo de esto lo encontramos en su análisis de las relaciones entre comunistas y anarcosindicalistas durante la contienda: el intento de aniquilamiento mutuo no hizo más que debilitar la causa republicana, tal vez porque, en el fondo, ambos grupos no la veían como su propia causa. Cabría preguntarse (o no): ¿y Brenan? ¿Dónde se situaba? Sencillamente, en la Justicia, es decir, en contra de cualquier muestra de sometimiento o alienación (caciquismo, antiparlamentarismo democrático, dictaduras varias, autoritarismo tanto liberal como fascista como marxista), es decir, el aquel lugar reservado al dolor. Dolor para el que ha contemplado la posibilidad de elevar la igualdad y la dignidad social, la ha considerado obvia y, finalmente, ha contemplado cómo se hundía en el cieno. En fin, no exagero al decir que este libro debería instalarse en los planes de estudio de cualquier instituto. Perdón, esto último es una soberana idiotez: no nos lo merecemos.
Juan Gómez Espinosa
Este libro es un regalo de Brenan; un regalo honesto, caluroso e intelectualmente intachable para un pueblo que no se lo merece. Brenan, inglesito bien formado y proveniente de la clase burguesa británica, se cogió su herencia y se vino a España, tan lejana anímicamente del ambiente de Bloomsbury. Lo que aquí llevó a cabo fue una intensa labor de campo (y de camastro, como atestigua la existencia de más de un bastardillo alpujarreño), impulsado por el afán de conocer profundamente las entrañas de un pueblo cuyo espíritu explosivo y ardiente lo encandilaban. Brenan se sobrepuso a la sacudida del exotismo, tan neorromántico, y estudió con la eficacia de un cirujano el organismo que tenía ante él: su historia política, su literatura, su sociología, incluso su más íntima psicología. Testigo presencial de la guerra civil, al final de ella no pudo por menos que analizar todos los elementos que propiciaron la tragedia. El resultado fue este Laberinto español, escrito a partir del dolor de comprobar cómo se retorcía todo lo que había amado. Pero el inglés no se deja arrastrar por el lamento patético, ni por la demagogia del que ha olido la descomposición. Al revés; con un estilo claro (que no simple) hilvana el gran tema de la obra: la coherencia de la incoherencia nacional, es decir, cómo el pueblo español se muestra tan celoso de su independencia personal, cómo clama constantemente por su integridad y por su libertad, y cómo se ata, al mismo tiempo, a un sometimiento tras otro, ya sea en la forma de una monarquía, ya de un sistema caciquil, ya de una dictadura, ya de un parlamentarismo ineficaz… Brenan comienza su periplo en la Restauración de 1874, aunque no duda en remitirse a factores todavía más lejanos (sólo cronológicamente). Igual que, de una parte, muestra su encantamiento por el impetuoso carácter de “los nativos”, de otra es incapaz de cegarse, admitiendo una de sus grandes taras: los españoles, antes que a España, pertenecen sobre todo a su ámbito inmediato, y este ámbito puede ser físico (una región, una aldea…) o emocional (un credo, una ideología, un tótem…). El resultado de esta compartimentación nacional es la imposibilidad de una solidaridad total entre sus gentes, incluso en los momentos en que es absolutamente necesaria. Un ejemplo de esto lo encontramos en su análisis de las relaciones entre comunistas y anarcosindicalistas durante la contienda: el intento de aniquilamiento mutuo no hizo más que debilitar la causa republicana, tal vez porque, en el fondo, ambos grupos no la veían como su propia causa. Cabría preguntarse (o no): ¿y Brenan? ¿Dónde se situaba? Sencillamente, en la Justicia, es decir, en contra de cualquier muestra de sometimiento o alienación (caciquismo, antiparlamentarismo democrático, dictaduras varias, autoritarismo tanto liberal como fascista como marxista), es decir, el aquel lugar reservado al dolor. Dolor para el que ha contemplado la posibilidad de elevar la igualdad y la dignidad social, la ha considerado obvia y, finalmente, ha contemplado cómo se hundía en el cieno. En fin, no exagero al decir que este libro debería instalarse en los planes de estudio de cualquier instituto. Perdón, esto último es una soberana idiotez: no nos lo merecemos.
Cuanta razón tienes en todo lo que dices.
ResponderEliminarYo leí este libro a finales de los 60, la edición de Ruedo Ibérico y fue una revelación. Fue uno de los pilares de mi reeducación tras el ambiente gris, triste y opresivo en el que crecí y me eduque.
Estoy volviendo a leerlo ahora y es como encontrar a un viejo amigo.