Alianza Editorial, Madrid, 2008. 299 pp. 18 €
Alba González Sanz
Un personaje de este libro se pregunta, como metafísica apertura, dónde empiezan los viajes. Sus respuestas van desde el control de pasaportes de un aeropuerto a su propia vida en el momento del relato, pero no dan una mejor que una vez escuché de alguien acostumbrado a estas lides: un viaje comienza en el asiento del avión, a punto de despegar, cuando todo son nervios porque uno está al borde de la aventura. Un viaje empieza en los despegues, en el último pitido del tren dentro de la estación, un instante breve en todo caso que pronto queda eclipsado por otros asuntos pero cuya emoción condensada es única. Así los cuentos.
Pedro Sorela (Bogotá, 1951) presenta y mantiene, en el conjunto de su obra narrativa, una de las propuestas más innovadoras y más sólidas con las que se va a enfrentar el lector. Opinión tal vez demasiado tajante pero que sostienen, a mi juicio, no sólo sus colecciones de cuentos como esta reciente Historia de las despedidas, sino novelas como Viajes de Niebla o Ya verás (publicadas ambas en Alfaguara). La innovación tiene, lo mismo en estos cuentos, diversos factores. Uno de las más notables es la fusión de tradiciones que distingue la creación de mundos de este escritor hijo de familia hispano-colombiana con una capacidad lectora y de conexión portentosa. También la muy bien entendida sensación de movimiento al encarar la acción, que en su última entrega de cuentos es fundamental y, en general, conecta con la presencia del viaje y sus implicaciones más estrechas en toda su obra previa. No falta tampoco una exploración de las capacidades del lenguaje para construir la ficción, un intento de ir más allá con las viejas fórmulas, empresa arriesgada para quien, por generación, bien podía estar a otros asuntos, a más cómodos realismos y menos disquisiciones sobre fronteras en la escritura, en los géneros o en los trayectos.
Y las tramas, claro. Historia de las despedidas es un viaje por muchos viajes, por muchas vidas y muchas geografías. Es una mirada sobre la India que no toma un tópico si no es para hacer que lo olvidemos bajo una nueva propuesta: léase entonces lo que le ocurre a un postmoderno Pigmalión en el breve Lo que cuelga de los ojos, dentro del segundo relato del libro Neura de tigre en Rantampoor. Son más los destinos y podemos pensar que estos cuentos se construyen sobre geografías íntimas, como el genial Aquí nos vemos de John Berger pero con una mayor distancia vivencial en la voz, en las voces, que nos van acompañando en cada relato. Así hay un París y una Venecia de postal que esconden en su apariencia plastificada para el viajero inexperto, secretos mucho más profundos. Están Barcelona y El Salvador, Ámsterdam y el Norte de África, todo lo que se esconde bajo el inquietante genérico con el que nos referimos a la Europa que queda entre Alemania y Rusia, marco intangible en el que puede darse un relato como “Nada que ver en Miskolc”: lo que parece una vuelta a los paisajes de la infancia adquiere al final giros de verdadera locura.
Las ciudades no son nada sin sus habitantes, esto es, sin los amantes (solos, en parejas, en extrañas y libres asociaciones) que dotan de literatura y fragor a las calles. Hay muchas parejas (o lo que antaño lo fueron o aún no lo son, potenciales andróginos) gastando suelas en estas ciudades. Podríamos decir que dotan de espesor al libro al hacer que estos viajes no sean meros catálogos de lugares, sino fogonazos de emociones de quienes en un momento de su vida, lejos de hipotéticos centros, se hallan sorprendidos o asustados, felices o tremendamente solos, en cualquier lugar del mundo. Si pensamos además que el viaje tiene todas las potencialidades de lo que no es pero podría ocurrir porque lejos de ese centro cambian las reglas, encontraremos una constante en algunos relatos: el sujeto que se descubre en el otro, en lo extraño, en las decisiones que de otro modo, en otro espacio, no habría tomado. En el riesgo de la fábula que decide vivirse y no sólo contarse.
Las historias de este libro están trazadas sabiendo muy bien cómo operan la casualidad y la concatenación de azares. Probablemente estén pensadas para que la extrañeza embargue al lector a la vez que lo obligue a asentir ante los sucesos extraños que puedan darse en ciertos momentos (los relatos hindúes, en este punto, son reveladores). Yuxtaposición y sorpresa en todo menos en el lenguaje, donde hay mucho más que oficio, hay toda la capacidad de no dejar escapar la morbidezza, de saber pintarla, como desea el aprendiz del taller veneciano en uno de los relatos.
Historia de las despedidas tiene más de una veintena de cuentos y es justo decir que por los muchos que sorprenden, que suenan tremendamente frescos y son apuesta de novedad para el relato, hay alguno que puede dejar la sensación de no haber llegado donde los otros. Así los viajes. Cara a repasar todos los cuadernos que los componen, no hay ataques radicales a la armonía general del libro, al mundo ficcional levantado. Como si esos finales “Efectos de la lluvia en Portugal” cayeran sobre los textos e hicieran que de todos ellos se elevase una tristeza extraña, me atrevería a decir que alegre, una tristeza fiera y animal, de sonrisa a gritos.
Alba González Sanz
Un personaje de este libro se pregunta, como metafísica apertura, dónde empiezan los viajes. Sus respuestas van desde el control de pasaportes de un aeropuerto a su propia vida en el momento del relato, pero no dan una mejor que una vez escuché de alguien acostumbrado a estas lides: un viaje comienza en el asiento del avión, a punto de despegar, cuando todo son nervios porque uno está al borde de la aventura. Un viaje empieza en los despegues, en el último pitido del tren dentro de la estación, un instante breve en todo caso que pronto queda eclipsado por otros asuntos pero cuya emoción condensada es única. Así los cuentos.
Pedro Sorela (Bogotá, 1951) presenta y mantiene, en el conjunto de su obra narrativa, una de las propuestas más innovadoras y más sólidas con las que se va a enfrentar el lector. Opinión tal vez demasiado tajante pero que sostienen, a mi juicio, no sólo sus colecciones de cuentos como esta reciente Historia de las despedidas, sino novelas como Viajes de Niebla o Ya verás (publicadas ambas en Alfaguara). La innovación tiene, lo mismo en estos cuentos, diversos factores. Uno de las más notables es la fusión de tradiciones que distingue la creación de mundos de este escritor hijo de familia hispano-colombiana con una capacidad lectora y de conexión portentosa. También la muy bien entendida sensación de movimiento al encarar la acción, que en su última entrega de cuentos es fundamental y, en general, conecta con la presencia del viaje y sus implicaciones más estrechas en toda su obra previa. No falta tampoco una exploración de las capacidades del lenguaje para construir la ficción, un intento de ir más allá con las viejas fórmulas, empresa arriesgada para quien, por generación, bien podía estar a otros asuntos, a más cómodos realismos y menos disquisiciones sobre fronteras en la escritura, en los géneros o en los trayectos.
Y las tramas, claro. Historia de las despedidas es un viaje por muchos viajes, por muchas vidas y muchas geografías. Es una mirada sobre la India que no toma un tópico si no es para hacer que lo olvidemos bajo una nueva propuesta: léase entonces lo que le ocurre a un postmoderno Pigmalión en el breve Lo que cuelga de los ojos, dentro del segundo relato del libro Neura de tigre en Rantampoor. Son más los destinos y podemos pensar que estos cuentos se construyen sobre geografías íntimas, como el genial Aquí nos vemos de John Berger pero con una mayor distancia vivencial en la voz, en las voces, que nos van acompañando en cada relato. Así hay un París y una Venecia de postal que esconden en su apariencia plastificada para el viajero inexperto, secretos mucho más profundos. Están Barcelona y El Salvador, Ámsterdam y el Norte de África, todo lo que se esconde bajo el inquietante genérico con el que nos referimos a la Europa que queda entre Alemania y Rusia, marco intangible en el que puede darse un relato como “Nada que ver en Miskolc”: lo que parece una vuelta a los paisajes de la infancia adquiere al final giros de verdadera locura.
Las ciudades no son nada sin sus habitantes, esto es, sin los amantes (solos, en parejas, en extrañas y libres asociaciones) que dotan de literatura y fragor a las calles. Hay muchas parejas (o lo que antaño lo fueron o aún no lo son, potenciales andróginos) gastando suelas en estas ciudades. Podríamos decir que dotan de espesor al libro al hacer que estos viajes no sean meros catálogos de lugares, sino fogonazos de emociones de quienes en un momento de su vida, lejos de hipotéticos centros, se hallan sorprendidos o asustados, felices o tremendamente solos, en cualquier lugar del mundo. Si pensamos además que el viaje tiene todas las potencialidades de lo que no es pero podría ocurrir porque lejos de ese centro cambian las reglas, encontraremos una constante en algunos relatos: el sujeto que se descubre en el otro, en lo extraño, en las decisiones que de otro modo, en otro espacio, no habría tomado. En el riesgo de la fábula que decide vivirse y no sólo contarse.
Las historias de este libro están trazadas sabiendo muy bien cómo operan la casualidad y la concatenación de azares. Probablemente estén pensadas para que la extrañeza embargue al lector a la vez que lo obligue a asentir ante los sucesos extraños que puedan darse en ciertos momentos (los relatos hindúes, en este punto, son reveladores). Yuxtaposición y sorpresa en todo menos en el lenguaje, donde hay mucho más que oficio, hay toda la capacidad de no dejar escapar la morbidezza, de saber pintarla, como desea el aprendiz del taller veneciano en uno de los relatos.
Historia de las despedidas tiene más de una veintena de cuentos y es justo decir que por los muchos que sorprenden, que suenan tremendamente frescos y son apuesta de novedad para el relato, hay alguno que puede dejar la sensación de no haber llegado donde los otros. Así los viajes. Cara a repasar todos los cuadernos que los componen, no hay ataques radicales a la armonía general del libro, al mundo ficcional levantado. Como si esos finales “Efectos de la lluvia en Portugal” cayeran sobre los textos e hicieran que de todos ellos se elevase una tristeza extraña, me atrevería a decir que alegre, una tristeza fiera y animal, de sonrisa a gritos.
Me parece muy interesante el resumen que hace de este libro que he tenido la oportunidad de leer en Bogotá. Creo poder agregar con seguridad que su descripción aumenta el deseo de conocer otros textos del autor.
ResponderEliminarJacques Osorio, Bogotá Colombia