Trad. Ramón Buenaventura. Seix Barral, Barcelona, 2008. 254 pp. 19.50 €.
José Manuel De la Huerga
Un poco más allá del medio del camino de la vida, tan dantesco, es donde si situó Roth, allá por 1988, para escribir esta biografía literaria. Estaba en la cincuentena e intentando salir de una profunda depresión.
Así que bajo el estado de shock psicoanalítico (su conocido personaje Zuckermann le reprocha al final «pero, venga, ¿de qué estuvisteis hablando el psicoanalista y tú, durante siete años?»), el autor se tumba en el diván literario, pone el espejo retrovisor y nos dibuja los primeros años de su vida y de su formación.
Hasta ahí todo correcto, incluso aceptable. Pero permítanme uno de esos llamados excursus, una circunvalación para ver la ciudad desde un punto de vista más apropiado. Tengo bien reciente la lectura de Los libros que nunca he escrito, del también judío George Steiner. Su crítica se puede leer en este blog. En el capítulo dedicado a Sión y las basuritas varias tan antiguas como el Antiguo Testamento, Steiner cita al Führer. Dice que Hitler atribuía la creación de la conciencia a los judíos, y con sabiduría le matizaba: «yo diría que la mala conciencia».
Es ahí donde quería parar. Esta autobiografía es fruto de la mala conciencia de hijo de judíos de la diáspora, de alocado amante y pésimo esposo y de niño simpático y progre que vende la imagen de rebelde contra el sistema económico, político y social americano de posguerra. No deja de justificarse desde la primera página a la última. Primero con la treta literaria: abre la autobiografía con una carta explicativa a su personaje más celebrado, Nathan Zuckermann, su alter ego, para terminar el relato con la respuesta del personaje dando caña al bueno de su creador. Uno no puede evitar relacionarlo con las «nieblas» creativas que envolvían a nuestro Unamuno más castizo y filosófico y a esos personajes que se revelaban o buscaban a su creador, según les pete.
Se lo pregunta el personaje al final, ¿por qué te ha dado ahora por escribir una autobiografía? La respuesta está al principio y es doble. Por un lado la coquetería de pavo real literario. Quiere «visibilidad biográfica», y él mismo diagnostica su grado de visibilidad/vanidad: «En el péndulo de la autoexposición que oscila entre el mailerismo agresivamente exhibicionista y el salingerismo secuestrado, diría que yo ocupo una posición intermedia.» Y por otro, esta cosa del diván de la que tanto dependemos los escritores burgueses occidentales: «desmitologizarme para inducir la despatologización».
Bien. Pero esta autobiografía ¿es realmente biográfica con tanto filtro ficcional, la carta a su personaje y la respuesta final de éste? Lo será, pero una autobiografía a su medida, «bonachona», «por la vertiente chico simpático», como le termina acusando Zuckermann. Y el título, ¿es el más adecuado? Tengo mis dudas. No son hechos desnudos, objetivos, o por lo menos tendentes a la objetividad como verdad necesaria, como el propio autor desearía, para su curación. Sino que son hechos pasados por el cedazo de los recuerdos (que como decía Ramón Gómez de la Serna encogen como las camisetas), de la posición de hijo de la diáspora judía, de la clase media americana de posguerra y de una imagen falsa de sí mismo, de niño rebelde contra el sistema, dentro del sistema americano, del que se beneficia.
Pero entiendo que un escritor occidental de éxito, mediático, no podría escribir otra biografía. La opción era escribirla o no escribirla. El propio Zuckermann le recomienda no publicarla, pero no le hace caso. El cincuentón necesita el tratamiento de la visibilidad/vanidad. En cualquier caso siempre se aprende algo de las experiencias que se salen fuera de los cauces establecidos del novelista habitual. Y es que el escritor brilla en los momentos de máxima acidez, o sea, cuando vuelve a ser escritor de sí mismo. Dos momentos estelares: después de ser requerido por un tribunal de la comunidad judía para explicar su supuesto antijudaísmo en un cuento, Roth escribe: «Sobre mi sándwich de carne ahumada —qué menos—, dije: Nunca volveré a escribir sobre los judíos.» Y después de un tempestuoso primer matrimonio, escribe sobre su mujer: «Fue, sin duda alguna, el peor enemigo que he tenido, pero, ay, también fue nada menos que la mejor, entre todos mis profesores de Escritura creativa: especialista por excelencia en la estética de la ficción extremada.»
Estos momentos de tratamiento de sí mismo como personaje atolondrado, sin concesiones, son los que me reconcilian con el texto y con el autor. Me hacen pensar que acaso ésta sea una de las primeras autobiografías de escritor occidental que retrata con fidelidad nuestra condición vanidosa, descerebrada, caprichosa y frívola. Pero como el propio Zuckermann le asesta en su crítica a Roth: «Mi impresión es que has escrito metamorfosis de ti mismo tantas veces, que ya no tienes ni idea de qué eres o has sido alguna vez.»
La traducción de Ramón Buenaventura ha sido un excelente ejercicio literario, interpretando con solvencia nerviosismos e inseguridades de una prosa narrativa reflejo de los tipos desquiciados de la modernidad.
José Manuel De la Huerga
Un poco más allá del medio del camino de la vida, tan dantesco, es donde si situó Roth, allá por 1988, para escribir esta biografía literaria. Estaba en la cincuentena e intentando salir de una profunda depresión.
Así que bajo el estado de shock psicoanalítico (su conocido personaje Zuckermann le reprocha al final «pero, venga, ¿de qué estuvisteis hablando el psicoanalista y tú, durante siete años?»), el autor se tumba en el diván literario, pone el espejo retrovisor y nos dibuja los primeros años de su vida y de su formación.
Hasta ahí todo correcto, incluso aceptable. Pero permítanme uno de esos llamados excursus, una circunvalación para ver la ciudad desde un punto de vista más apropiado. Tengo bien reciente la lectura de Los libros que nunca he escrito, del también judío George Steiner. Su crítica se puede leer en este blog. En el capítulo dedicado a Sión y las basuritas varias tan antiguas como el Antiguo Testamento, Steiner cita al Führer. Dice que Hitler atribuía la creación de la conciencia a los judíos, y con sabiduría le matizaba: «yo diría que la mala conciencia».
Es ahí donde quería parar. Esta autobiografía es fruto de la mala conciencia de hijo de judíos de la diáspora, de alocado amante y pésimo esposo y de niño simpático y progre que vende la imagen de rebelde contra el sistema económico, político y social americano de posguerra. No deja de justificarse desde la primera página a la última. Primero con la treta literaria: abre la autobiografía con una carta explicativa a su personaje más celebrado, Nathan Zuckermann, su alter ego, para terminar el relato con la respuesta del personaje dando caña al bueno de su creador. Uno no puede evitar relacionarlo con las «nieblas» creativas que envolvían a nuestro Unamuno más castizo y filosófico y a esos personajes que se revelaban o buscaban a su creador, según les pete.
Se lo pregunta el personaje al final, ¿por qué te ha dado ahora por escribir una autobiografía? La respuesta está al principio y es doble. Por un lado la coquetería de pavo real literario. Quiere «visibilidad biográfica», y él mismo diagnostica su grado de visibilidad/vanidad: «En el péndulo de la autoexposición que oscila entre el mailerismo agresivamente exhibicionista y el salingerismo secuestrado, diría que yo ocupo una posición intermedia.» Y por otro, esta cosa del diván de la que tanto dependemos los escritores burgueses occidentales: «desmitologizarme para inducir la despatologización».
Bien. Pero esta autobiografía ¿es realmente biográfica con tanto filtro ficcional, la carta a su personaje y la respuesta final de éste? Lo será, pero una autobiografía a su medida, «bonachona», «por la vertiente chico simpático», como le termina acusando Zuckermann. Y el título, ¿es el más adecuado? Tengo mis dudas. No son hechos desnudos, objetivos, o por lo menos tendentes a la objetividad como verdad necesaria, como el propio autor desearía, para su curación. Sino que son hechos pasados por el cedazo de los recuerdos (que como decía Ramón Gómez de la Serna encogen como las camisetas), de la posición de hijo de la diáspora judía, de la clase media americana de posguerra y de una imagen falsa de sí mismo, de niño rebelde contra el sistema, dentro del sistema americano, del que se beneficia.
Pero entiendo que un escritor occidental de éxito, mediático, no podría escribir otra biografía. La opción era escribirla o no escribirla. El propio Zuckermann le recomienda no publicarla, pero no le hace caso. El cincuentón necesita el tratamiento de la visibilidad/vanidad. En cualquier caso siempre se aprende algo de las experiencias que se salen fuera de los cauces establecidos del novelista habitual. Y es que el escritor brilla en los momentos de máxima acidez, o sea, cuando vuelve a ser escritor de sí mismo. Dos momentos estelares: después de ser requerido por un tribunal de la comunidad judía para explicar su supuesto antijudaísmo en un cuento, Roth escribe: «Sobre mi sándwich de carne ahumada —qué menos—, dije: Nunca volveré a escribir sobre los judíos.» Y después de un tempestuoso primer matrimonio, escribe sobre su mujer: «Fue, sin duda alguna, el peor enemigo que he tenido, pero, ay, también fue nada menos que la mejor, entre todos mis profesores de Escritura creativa: especialista por excelencia en la estética de la ficción extremada.»
Estos momentos de tratamiento de sí mismo como personaje atolondrado, sin concesiones, son los que me reconcilian con el texto y con el autor. Me hacen pensar que acaso ésta sea una de las primeras autobiografías de escritor occidental que retrata con fidelidad nuestra condición vanidosa, descerebrada, caprichosa y frívola. Pero como el propio Zuckermann le asesta en su crítica a Roth: «Mi impresión es que has escrito metamorfosis de ti mismo tantas veces, que ya no tienes ni idea de qué eres o has sido alguna vez.»
La traducción de Ramón Buenaventura ha sido un excelente ejercicio literario, interpretando con solvencia nerviosismos e inseguridades de una prosa narrativa reflejo de los tipos desquiciados de la modernidad.
Interesante. Buscare ese libro de Roth.
ResponderEliminarSaludos.
Resumen: quiere mirarse en el espejo de la muchedumbre antes de morir.
ResponderEliminarPor lo que comentas, es preferible tomar el libro como si se tratase de ficción olvidando lo autobiográfico (o su remedo).
ResponderEliminarEn cualquier caso, las versiones de uno mismo nunca suelen ser lo mejor de la obra de un autor.
Un saludo.