Andrés Neuman
Resulta estimulante comprobar que (pese a los agoreros vocacionales) en el panorama editorial español vienen dándose, en los últimos años, varios fenómenos que confluyen en el mismo punto: el ensanchamiento de los territorios periféricos. O, si se prefiere, más desatendidos. Algunos de esos fenómenos esperanzadores son: la creciente influencia de las editoriales independientes, pequeñas o ambas cosas; la mayor atención pública y académica que se le concede al cuento, así como a la micronarrativa; o el imparable, necesario incremento de autoras mujeres en los catálogos de las nuevas generaciones. En ese sentido, el reciente comentario en este mismo blog del bello libro de cuentos de Lara Moreno, Cuatro veces fuego, parece más que una simple coincidencia. Cuando Páginas de Espuma me encomendó antologar, en el primer volumen de Pequeñas resistencias, a jóvenes cuentistas españoles que hubieran debutado en los años 90, la lista de narradoras breves a la que tuve acceso era relativamente exigua. Casi una década después, la situación ha mejorado a todas luces, tanto en nuevos nombres como en espacios editoriales: hoy tenemos el placer de saludar a autoras brillantes como Berta Marsé, Cristina Grande, Mercedes Cebrián, Pilar Adón, Cristina Cerrada, Carola Aikin, Txani Rodríguez, Cristina García Morales o Lara Moreno, entre otras muchas. Por supuesto, y por suerte, han surgido también excelentes cuentistas hombres cuyos libros he leído con admiración. Pero el déficit concreto que he señalado antes (la falta de narradoras breves en nuestras librerías) era tan escandaloso, que vale la pena celebrar su progresiva corrección.
Viene esta reflexión a propósito del primer libro de Pepa Merlo (Granada, 1969), el volumen de relatos Todos los cuentos el cuento. Un primer libro bien construido, bien narrado, que tiene la sabiduría de ir sugiriéndole al lector las claves para recorrerlo, como esas casas en cuya entrada, debajo del tapete, encontramos la fortuna de una llave. Las preguntas centrales del libro se adivinan ya en el primer párrafo: «Y entonces, ¿qué? Una inmensa llanura árida se abriría ante sus pies. Un lugar desde el que era imposible partir de nuevo. Todo debía acabar, menos la vida, y nadie en su entorno era consciente de lo que estaba sucediendo». Eso es exactamente lo que ocurre en las historias que leemos a continuación. Los personajes están perplejos, viven al filo de la incertidumbre. No saben muy bien qué hacer con sus vidas ni qué será de ellos. El vértigo, el vacío los acechan. Su destino corre peligro. Los demás no ven lo que ellos ven, algo extraño está pasando pero el único testigo es nuestro personaje. Y el final de la historia lo modificará para siempre, llevándolo a un punto sin retorno.
Uno de los encantos de estas piezas es que sus argumentos suelen ser son dobles: por un lado cuentan una historia y por el otro anuncian una metáfora, construyen situaciones concretas a la vez que deslizan sutilmente un símbolo vital. Es en ese sentido que los textos resultan poéticos, no tanto por el estilo (sobrio, natural y exacto) sino por su capacidad de sugerencia más allá de su pequeño espacio y su literalidad. Metafóricamente leídas, la mayoría de las piezas proponen reflexiones líricas sobre la pérdida, el deseo, el vacío, la derrota. Pero no lo hacen con grandilocuencia sino a través de pequeños ejemplos, detalles domésticos que cobran un sentido casi mágico: ventanas abiertas, cajas vacías, bolsas con huesos, paquetes con regalos desconocidos.
La actitud narrativa de Pepa Merlo es la del protagonista de esa pieza irresistible que es Petrushka, seguramente la mejor del volumen: prismáticos en mano, el personaje observa la trayectoria de una vida desconocida, vigila su destino a lo largo de una carretera, se pregunta por su suerte. La moral de estos relatos es la curiosidad, la espera ritual de un acontecimiento, de alguna certeza. Algo desconocido se insinúa y la lectura funciona como instrumento de interrogación. Precisamente en Petrushka se condensan las virtudes del libro. La espera de ese hombre es a la vez una reflexión sobre la espera, sobre las expectativas de la mirada. ¿Vemos lo que vemos o lo que quisiéramos ver? La relación entre el interior y el exterior de la casa resulta inquietante, como dos puntos que pese a rozarse están regidos por tiempos, ritmos y reglas distintas. Por eso no es extraño que en esa casa haya más de un calendario. Y que esos calendarios no coincidan. El único punto de contacto entre ambos mundos, entre el afuera y el adentro, es un enigmático Volkswagen rojo. Todo funciona como un logrado juego de espejos y miradas. Un hombre vigila un coche con sus prismáticos, o mira a otros dos hombres mirándose mutuamente en la fotografía de un calendario. Pero dentro del coche hay alguien que mira la carretera, así como la imagen del calendario fue tomada por un fotógrafo que también estaba mirando, cuya mirada es ahora observada por el personaje, quien a su vez es visto por nosotros, voyeurs de tercer o cuarto grado. Eso somos los lectores a fin de cuentas: todos los que miran, el que mira. Ojos dentro de ojos dentro de ojos.
Además de escritora, Pepa Merlo es aficionada a la fotografía. Esta afición se advierte en la minuciosidad de los escenarios, en la precisión con que objetos, muebles y luces quedan dispuestos. Los ambientes del libro tienen una importancia extraordinaria. De hecho suelen ser los objetos, más que las acciones, los que marcan el misterio de los argumentos. Un magnífico ejemplo lo encontramos en el arranque de Una historia de amor. Otro detalle significativo es que casi todos los personajes se acuestan o se levantan de la cama durante el cuento. Se duermen o se despiertan con la vida cambiada. En el tránsito entre ambos momentos, en la frontera escurridiza entre vigilia y sueño, realidad y deseo, actúan las ambigüedades de las historias. En este sentido, y recurriendo a uno de los objetos fantásticos del libro, estos cuentos pueden entenderse como breves cazasueños que pescan las pesadillas de sus personajes.
Llama la atención la absoluta falta de exhibición de un libro que, aunque no lo parezca, es un primer libro. Su oficio narrativo camufla su complejidad, que incluye sigilosos homenajes culturales (recreaciones de cuadros de Magritte o Vettriano) y suaves ironías. Con estos cuentos sucede al contrario que con el Café Pamplona, el espacio donde sucede “Una historia de amor”: su ambiente cargado los hace parecer mucho más espaciosos, porque consiguen transmitirnos la sensación de un mundo detrás, un pasado, unas costumbres previas. Esa es otra de las hábiles maniobras de la autora: muchos de los personajes son sorprendidos por el lector en plena repetición de su rutina (o en plena ruptura de la misma), de modo que su memoria es el punto de partida de la historia, que empieza in media res y termina sin red.
Una última singularidad, que puede pasar desapercibida y que eleva el misterio de estos cuentos, es que casi todos son, en mayor o menor medida, historias de fantasmas. Fantasmas que se recuerdan. Que aparecen por la ventana. Que nos mecen por las noches. Olvidadas estrellas de cine que nadie reconoce. Un cartel que se mueve solo. Partituras que echan a volar de golpe. Paquetes remitidos no se sabe por quién. Huesos que nos vigilan. Portafolios que se esfuman. Una anciana invisible en un autobús repleto. Cabezas caídas del cielo. Los espectros del libro se relevan unos a otros, prestándose las sombras: un portafolios perdido se convierte en un bolso gris hallado, una ventana muestra un coche o un bombín, Québec aparece en un mapa y reaparece en un paquete secreto. ¿Qué había en el portafolios extraviado de La Veneziana, magnífico relato emparentado con Los girasoles ciegos? Esa duda también es un fantasma. Su autora promete, en cambio, convertirse en lo contrario: en una firme certeza. Esperamos su siguiente aparición.
¿Cómo se puede comprar? ¿Alguien lo distribuye?
ResponderEliminarEs dificil de conseguir, pero no imposible. Después de leer la reseña de Andrés me interesé en el libro y después de mucho, lo conseguí. Mereció la pena el esfuerzo. Debes decir en cualquier librería que te lo pidan al servicio de publicaciones de Cádiz llamando al telefono 956 808310/11
ResponderEliminar