Multiversa, Valladolid, 2008. 103 pp. 23€.
José Manuel de la Huerga
La idea en germen era un hallazgo; la ejecución, una obra de arte. El escritor y contador de historias, Ignacio Sanz acaba de ver publicada su rara avis recopilatoria de historias, sueños y premoniciones de este mar de secano interior. ¿Ah, pero Castilla fue un mar atravesado por imponentes cetáceos? Sí, lo prueban los fósiles de caracola que aún resuenan en la recámara de nuestros sueños, cuando aplicamos la oreja a la almohada y nos vemos niños por primera vez frente al mar. Sólo el editor Rafa Vega, que aquí saca a relucir también su faceta de pintor en pura esencia, podía sentirse apelado por la provocación, cuando el manuscrito cayó en sus manos.
El resultado, como dije, una delicia. Un lujo de edición en papel ahuesado, con cuerpo de letra elegante y respirable; unos dibujos a lápiz, apenas insinuación de esos hermosos y enigmáticos mascarones de piedra o madera petrificada que Ignacio ha ido coleccionado a lo largo y ancho de la geografía mesetaria de Castilla. (Y entiende Castilla, y eso nos interesa, más allá de sus lindes autonómicas oficiales. Atienza y Guadalajara, rayanas a Segovia también se dan cita.) Hasta el logotipo de la editorial Multiversa, su caracola o nautilus, aciertan a identificarse con el contenido de este libro extraño que no sabemos calificar (tampoco nos importa) si como recopilación de leyendas marineras de interior, historias desconcertantes en el límite de los sueños de secano, poemas en prosa sobre nuestra pérdida más querida, la emoción infantil del mar, o catálogo de mascarones de proa, de cuando esta llanura era mar, y nosotros peces.
Yo necesitaba un libro así. Si la Castilla vetusta y reseca encuentra fiel referente en las prosas de Azorín; si la Castilla recogida en pequeñas almunias de sosiego para letraheridos como Fray Luis, está certeramente reseñada en la Guía espiritual de Castilla de Jiménez Lozano, nos faltaba la pirueta en el agua salada que es Mascarones de proa de Ignacio Sanz.
Las piruetas frescas nos hacen volver al punto de partida fundacional de la literatura: contamos historias porque soñamos, soñamos porque amamos vivir, y escribiendo recordamos cuando vimos el mar por vez primera. Los gallegos tuvieron su contador de fábulas, Cunqueiro, que reunió a magos, caballeros medievales, meigas y demás seres de fraga en sus colecciones inolvidables. También los vascos tienen a su contador de resonancias de caserío, de lagartos que se meten por la oreja y niños que se enamoran de un recuerdo inventado por su padre. Me refiero a Obabakoak de Bernardo Atxaga. Por último, las tierras astures del bosque, de tesoros de ultramar, de huellas de osos, son únicas en la voz de Xoan Bello, en su Historia universal de Paniceiros.
Esta recopilación de Ignacio Sanz debería formar parte de nuestro patrimonio de emociones por dos razones creo que bien fundamentadas. Primero, la devoción por la historia bien contada, amasada muy despacio en las tardes de sobremesa, en la vigilia del aparentemente desaparecido en la charla insustancial. Todas son noticias de una vida, de amigos que cuentan, de rumores que llegan unas veces por el boca oreja, otras por los sueños leídos en cualquier parte, siempre en continua actitud de recepción. El autor, contra la moda, no se ha precipitado en componer un catálogo de curiosidades marineras que ofrecer a la estampa y cubrir el expediente. Lejos de ello, ha aguardado al momento oportuno de tener las historias bien armadas y mejor ensambladas. Y segundo, porque el libro es un libro de amigos, de gente que ama la palabra contada como vehículo de amor entre iguales. Ahí está la sordera del genial Pereira, la soledad del almirante Joaquín Díaz en su buque insignia de Urueña, el mascarón de Isla Negra que le llegó a Neruda desde Peñafiel, la incrédula Care Santos que no se imaginaba sirenas de cola partida en nuestros capiteles románicos...
No creo que sea mucho exagerar si dejo escrito que Mascarones de proa nos recuerda que fuimos niños de secano que miraban el mar como lo más bello del planeta. De verdad, si alguien desea reconciliarse con lo mejor de la palabra contada, que lea estas cosmicómicas del mar de Castilla. Italo Calvino lo tendría en su mesilla de noche una buena temporada, para ahuyentar pesadillas y convocar sueños húmedos de agua salada.
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