Ediciones del Viento, A Coruña, 2008. 172 pp. 15 €
1.
Ignacio Sanz
La carrera literaria de Óscar Esquivias, todavía incipiente por edad, pero tenaz y fulgurante, está orlada de premios. Y no sólo comerciales. A estas alturas puede considerarse uno de los valores más firmes de la joven narrativa española. Aunque no ocupe el centro ni se haya convertido en uno de esos escritores mediáticos que envían por delante al personaje antes que al escritor. Pero ha fidelizado a muchos lectores que le siguen con devoción. Algunos ilustres colegas que no se cansan de ponderar la fuerza magnética de su estilo. Esa tenacidad le arrastró desde muy joven a llevar una vida de renuncias, propia de un cartujo, para dedicarse por entero a su pasión, la escritura. Y hoy, con cuatro novelas para adultos y otras tantas juveniles, un libro de ensayo sobre Burgos, su ciudad, y un proyecto muy adelantado de llevar al cine su novela Inquietud en el paraíso, puede considerarse que los propósitos del artista se están cumpliendo. Aunque, como sabemos, la escritura sea un espacio de arenas movedizas.
La marca de Creta es su primer libro de cuentos. En la nota final explica el autor que los cuentos aquí seleccionado fueron saliendo en diversas revistas en la que él fue musculando su estilo, desde El mono de la tinta, que codirigió, o Calamar, que dirigió, ambas burgalesas, hasta El Extramundi o Renacimiento.
A quienes hemos seguido de cerca su carrera no nos ha sorprendido por tanto este volumen, aunque, en algunos casos, se hayan visto parcialmente corregidos. Pese a todo, ha resultado muy gratificante leerlos de nuevo formando un haz. Y ello porque se descubre que, más allá de ciertos homenajes entrañables como en “La reina del puré” o de ciertos divertimentos fantásticos de inspiración rabeleniana, como “Expedición a las cavernas del bacilo de Koch”, gravita en estos cuentos, al menos en muchos de ellos, un afán por dar consistencia a un espacio, el de los páramos burgaleses, por retratarlo aunque no sea más que de soslayo, por vivificar este territorio y romper su quietud secular colocando en estos pueblos tranquilos de vida mortecina personajes inquietantes, de vocación marginal. Para ello se sirve del nombre de los pueblos como Sasamón o Villandiego, que aparecen una y otra vez en varios de los cuentos. Es decir, ha conseguido recrear un espacio como hace, por ejemplo, Luis Mateo Díez en Celama.
El cuento que mejor resume este espacio es, sin duda, el que da título al libro, el más largo de todos, en el que Óscar Esquivias hace un retrato de un personaje marginal y extravagante y, al mismo tiempo, sugestivo y extraordinario. Se trata de un profesor y poeta ya mayor, especializado en el mundo clásico, retirado a vivir en la vieja casona de sus antepasados.
Un verdadero placer emboscarse en esta colección de cuentos que nos descubren a un escritor sólido y consolidado que acaso vuelva sobre el espacio geográfico para darnos una historia de largo aliento, aunque sea difícil que de mayor intensidad.
2. Care Santos
De la literatura de Óscar Esquivias me gustan, sobre todo, sus personajes. Se nota que el autor los mima como a verdaderos hijos. La mayoría están solos, son indecisos, lacónicos o adolecen de una falta de convicción casi patológica. Muchos obran por impulsos cuando menos te lo esperas. Se largan de la fiesta, insultan al hijo con el que viven, esconden una bomba de relojerí entre ceja y ceja que el lector adivina pero el resto de los personajes desconocen. Todo ellos se expresan a través de pequeños indicios —tienen «gesto de planta mustia» o sólo se acuestan con gente «de otro signo (salvo Tauro), de otra raza, de otro país»— o de hábiles diálogos que consiguen encarnarlos, traerlos a nuestro mundo del modo en que lo están nuestros vecinos o los comerciantes de la calle por la que paseamos. Esta habilidad de Esquivias por crear personajes verosímiles, tiernos, contradictorios, tan de la propia vida que más que construcciones literarias parecen apuntes del natural, es la razón por la que más alegría me produjo tener entre las manos esta colección de dieciséis de sus cuentos. Sabía que el placer lector estaba garantizado. Y así fue.
Del mismo modo en que los personajes son la columna vertebral de la obra del autor burgalés, tanta o más importancia reviste el paisaje por el que transitan. Y no sólo me refiero al territorio físico, perfectamente delimitado, sino el otro, el del alma.
En estos cuentos, el espacio físico tiene su epicentro en Burgos, ciudad natal de Ésquivias, como ocurre con el resto de su obra. El autor hace que sus personajes habiten los escenarios de su memoria: del barrio burgalés de Gamonal al pueblo de Villandiego, con alguna excursión a las playas de Santander. Como en su propia experiencia, hay un puñado de personajes que llegan a Madrid desde su capital de provincias, un proceso, por cierto, que se narra con la intensidad de lo vivido, a pesar de que el autor se vale del disfraz de sus criaturas de ficción.
En lo que al otro paisaje, el interior, se refiere, se narra la separación, el alejamiento, el miedo. También la consciencia de pertenencia a un lugar, la mirada del que regresa, la pérdida que implica la distancia. La familia está presente en muchos de estos cuentos, casi nunca como un marco idílico, sino como una fuente de incomprensión y de conflictos. Los personajes huyen de sus nucleos familiares, que muy raras veces les cobijaron, para caer en otras relaciones conflictiva: el amor, o la amistad. Buscan su felicidad, pero casi nunca encuentran más que fracaso. Para ellos «vivir no es más que correr detrás de una pelota de colores» (página 123) como afirma el narrador de "Un dios cruel".
Hay un relato muy breve, "La reina del puré", que sintetiza a la perfección todo ello, y que a mi modo de ver es de los mejores del volumen. En él, una pequeña anécdota familiar se vive como el anuncio de una gran catátrofe. Hay ironía, pero también dramatismo. Y, sobre todo, ese sordo devenir de los acontecimientos más horribles que en los cuentos de Óscar Esquivias siempre parece imparable. Los personajes pueden parecer felices en su ignorancia, pero el lector está acongojado porque sabe. Por último, destaco algunos relatos más: "La fiesta más divertida", que narra un solitario viaje de iniciación; "El origen de las especies", amarga mirada sobre las relaciones de pareja y "La marca de Creta", el extenso cuento que da nombre el volumen, en el que la sola construcción del estupendo personaje principal justifica el libro completo.
Óscar Esquivias es uno de los mejores escritores de su generación. Un autor cuya obra discurre por propia voluntad al margen de los sellos más comerciales y de los fastos de los premios literarios, y que avanza con paso muy firme. Para quien aún no le conozca, la lectura de estos cuentos será uno de esos descubrimientos luminosos que se dan de vez en cuando en la vida de un lector.
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