Carmen Fernández Etreros
Baraka es una niña de doce años que vive en una jaima del desierto con su madre, sus tías y su abuela Bahía. Pero un día la abuela Bahía empieza a perder todos los objetos que le rodean: el fuelle para encender el fuego, las zapatillas rojas... La enfermedad de Alzheimer comienza a arrancarle sus recuerdos:
«—Tu abuela ha perdido la cabeza —me dijo aquel día mi tía Fatma, cuando volví de la escuela.
A la vez que se ponía las sandalias, sacudió mi cojín y me acercó el plato. Luego salió. Daba unos pasos tan rápidos, que la arena que levantaba del desierto empezó a flotar en mi sopa y a pegarse entre mis dientes.
Porque, como es natural, yo tenía la boca abierta. Quería pedirle a tía Fatma que repitiera en hassania, nuestro idioma, eso de que mi abuela había perdido la cabeza. Tía Fatma apenas sabía español. Era raro que no se equivocase. Habría dicho “cabeza” donde tendría que haber dicho “tetera”, por ejemplo» (p. 7).
«—Tu abuela ha perdido la cabeza —me dijo aquel día mi tía Fatma, cuando volví de la escuela.
A la vez que se ponía las sandalias, sacudió mi cojín y me acercó el plato. Luego salió. Daba unos pasos tan rápidos, que la arena que levantaba del desierto empezó a flotar en mi sopa y a pegarse entre mis dientes.
Porque, como es natural, yo tenía la boca abierta. Quería pedirle a tía Fatma que repitiera en hassania, nuestro idioma, eso de que mi abuela había perdido la cabeza. Tía Fatma apenas sabía español. Era raro que no se equivocase. Habría dicho “cabeza” donde tendría que haber dicho “tetera”, por ejemplo» (p. 7).
Una cabeza que se pierde, un idioma que se olvida, un pueblo que se refugia solo en la memoria de los ancianos. Esta terrible enfermedad simboliza el olvido que se cierne como una amenaza sobre su pueblo: expulsados hace más de 30 años del Sahara Occidental, habitan en la inhóspita Hamada argelina. Sólo los ancianos sienten ese vacío que deja el destierro de su patria. Los jóvenes solo la conocen por las historias de los abuelos porque jamás la pisaron. Los jóvenes ya no piensan en recuperar su pasado sino en mirar al futuro: en recorrer Europa, en visitar Asturias y Madrid, en conocer la luz eléctrica, el ventilador... Un mundo diferente a sus tiendas de lona, al suelo de arena pisoteada de sus cocinas, a las tormentas de arena del desierto.
La abuela Bahía va a dejar un legado a su nieta con sus conversaciones: su memoria. Una herencia incalculable gracias a otro gran valor en vías de extinción: la transmisión oral de la cultura. La abuela Bahía guarda en un baúl todos sus objetos de valor: el dibujo de la casa con el tejado circular en la que vivió con el abuelo, el espejo preferido... Una vida dentro de un baúl. La autora también refleja en la novela las complejas relaciones familiares reflejadas en las peleas y las risas de la madre y las tías de Baraka por los olvidos de la abuela, la amistad con Aya otra niña del campamento, el contraste entre la vida en los campamentos de refugiados y las comodidades del mundo desarrollado y las pocas posibilidades para las mujeres una vez que acaban de estudiar primaria, limitadas a trabajar y a casarse.
Lo mejor del libro son las cartas geniales que se inventa para que su abuela pueda comunicarse con su casa, ese lugar que más siente haber perdido, esas macetas con margaritas, esa vida feliz con su abuelo. Un abuelo aventurero cuya mayor ilusión era pisar la luna con la NASA y conocer el mundo que le rodea.
Carmen Montalbán plasma en Estás en la luna editada por Kalandraka —y recomendada para lectores de a partir de ocho años— la honda impresión que le produjo su estancia en Tinduf, la fascinación por el paisaje del desierto, la hospitalidad de su gente. «Estuve en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf para asistir a su festival de cine, FISAHARA, en marzo de 2005. Mi familia me pagó el viaje como regalo de cumpleaños porque mi gran sueño desde que era niña era ver el desierto. El desierto no me decepcionó. Es un símbolo que siempre me ha fascinado; un espacio en el que puede suceder cualquier cosa; especialmente, dentro de uno mismo. El desierto puede ser, por lo tanto, mi primera razón», cuenta la autora. Carmen Montalbán fue finalista del Premio Felipe Trigo de Narración Corta. Es autora de la novela La casa del manzano (Libertarias/Prodhufi, 1994).
Las acuarelas de Pilar Millán, ilustradora que ha recibido por sus obras el Premio Planeta Agostini, el Premio Duquesa de Alba y el Premio de Ilustración Infantil de la Diputación de Badajoz, aportan calidez y color y nos transportan al reino de la arena, a sus y costumbres, pero también al mundo de las emociones y los sueños.
En suma, una obra tierna y comprometida, que encoge el corazón en ocasiones pero que con la que se disfruta de una lectura amena y didáctica, ya que nos da a conocer como viven los niños de los campos de refugiados. Estás en luna es como el té que beben la abuela y la nieta: suave, amargo y dulce, como el amor, la vida y la muerte.
La abuela Bahía va a dejar un legado a su nieta con sus conversaciones: su memoria. Una herencia incalculable gracias a otro gran valor en vías de extinción: la transmisión oral de la cultura. La abuela Bahía guarda en un baúl todos sus objetos de valor: el dibujo de la casa con el tejado circular en la que vivió con el abuelo, el espejo preferido... Una vida dentro de un baúl. La autora también refleja en la novela las complejas relaciones familiares reflejadas en las peleas y las risas de la madre y las tías de Baraka por los olvidos de la abuela, la amistad con Aya otra niña del campamento, el contraste entre la vida en los campamentos de refugiados y las comodidades del mundo desarrollado y las pocas posibilidades para las mujeres una vez que acaban de estudiar primaria, limitadas a trabajar y a casarse.
Lo mejor del libro son las cartas geniales que se inventa para que su abuela pueda comunicarse con su casa, ese lugar que más siente haber perdido, esas macetas con margaritas, esa vida feliz con su abuelo. Un abuelo aventurero cuya mayor ilusión era pisar la luna con la NASA y conocer el mundo que le rodea.
Carmen Montalbán plasma en Estás en la luna editada por Kalandraka —y recomendada para lectores de a partir de ocho años— la honda impresión que le produjo su estancia en Tinduf, la fascinación por el paisaje del desierto, la hospitalidad de su gente. «Estuve en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf para asistir a su festival de cine, FISAHARA, en marzo de 2005. Mi familia me pagó el viaje como regalo de cumpleaños porque mi gran sueño desde que era niña era ver el desierto. El desierto no me decepcionó. Es un símbolo que siempre me ha fascinado; un espacio en el que puede suceder cualquier cosa; especialmente, dentro de uno mismo. El desierto puede ser, por lo tanto, mi primera razón», cuenta la autora. Carmen Montalbán fue finalista del Premio Felipe Trigo de Narración Corta. Es autora de la novela La casa del manzano (Libertarias/Prodhufi, 1994).
Las acuarelas de Pilar Millán, ilustradora que ha recibido por sus obras el Premio Planeta Agostini, el Premio Duquesa de Alba y el Premio de Ilustración Infantil de la Diputación de Badajoz, aportan calidez y color y nos transportan al reino de la arena, a sus y costumbres, pero también al mundo de las emociones y los sueños.
En suma, una obra tierna y comprometida, que encoge el corazón en ocasiones pero que con la que se disfruta de una lectura amena y didáctica, ya que nos da a conocer como viven los niños de los campos de refugiados. Estás en luna es como el té que beben la abuela y la nieta: suave, amargo y dulce, como el amor, la vida y la muerte.
paso
ResponderEliminarPues a mí me ha encantado la crítica Carmen y me parece un libro para chavales diferente para que conozcan como viven otras culturas, los campamentos de refugiados,... Intentaré buscarlo.
ResponderEliminarYa lo he leído y estoy de acuerdo con el comentario. Aparte de muy bien escrito, la historia de Baraka con su abuela es preciosa. El libro va ganando en emmoción e intensidad, me encantan las cartas de la casita. Ojalá se escribieran más libros como éste.
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