Trad. Joanna Bardzinska. Introducción de Fernando Marías. Impedimenta, Madrid, 2008. 336 pp. 21,95 €
Sofía Rhei
Es curioso cómo se van tejiendo las relaciones entre unas cosas y otras. En el último libro que reseñé para La Tormenta tenía una fuerte presencia el hospital psiquiátrico de Bedlam, en Londres; unos días después vi la excelente película I'm a cyborg, but that's ok, de Park Chan-wook, que transcurre en una institución mental idealizada; por otra parte, por motivos profesionales, me encontré trabajando sobre un ensayo que trataba entre otros temas psiquiátricos, y entonces cayó en mis manos esta novela.
En tanto que lectores-espectadores, somos muy poco más que mapas de nexos, de vectores y telas de araña que relacionan unas cosas con otras. Rastreamos las relaciones entre figuras, sus semejanzas y diferencias, sus matices estéticos e ideológicos, y de alguna manera todas estas operaciones son facilitadas por el hecho de tratar un tema común, puesto que al presentar marcos comparables, favorecen el enfoque de los detalles, que en el caso de este libro, constituyen el verdadero meollo de la novela.
La institución mental como cronotopo narrativo participa necesariamente de lo fantástico, lo irreal, el subconsciente. No en vano ha sido abundantemente explotada por la ficción gótica desde el famoso relato El sistema del doctor Tarr y el profesor Fether de Edgar Allan Poe, pasando por Bram Stoker, los mundos lovecraftianos, y así llegar hasta el comic (Batman, From hell, Sandman), e incluso el musical (Sweeney Todd). Fuera del imaginario gótico tenemos el de la ciencia ficción, donde los ejemplos también son innumerables: baste con recordar la excelente película 12 monos. Las instituciones mentales, dice este libro, siempre han condensado el espíritu de los tiempos.
El hospital de la transfiguración no es ciencia ficción, pero contiene todos los elementos que hacen que los escritores se dediquen a este género y los lectores lo leamos: especulación sobre otras realidades, multiplicación de los puntos de vista, inconformismo con las apariencias, integración en el tejido literario de razonamientos pertinentes y verosímiles acerca del desarrollo científico, curiosidad hacia un amplio espectro de disciplinas, que se interrelacionan comunicando, por ejemplo, el pensamiento filosófico con el materialista técnico... a lo que hemos de añadir el humor negro.
Algunas de las cosas que podemos encontrar en este libro son cirugías cerebrales con pacientes semiconscientes, colecciones de fetos deformes, el infierno que son los demás, reflexiones líricas sobre la biología que recuerdan a Octavio Paz y a Bachelard, fantasiosas descripciones paisajísticas y climáticas que recuerdan a las de Bradbury, desorden, desconcierto, una frontera lábil entre la cordura y la insania, y jerarquías morales y emocionales trastocadas por completo.
Más arduo de leer que sus obras clásicas, este libro tiene la ventaja de permitirnos conocer un espectro más amplio y variado del pensamiento del autor acerca de los más diversos temas, en esa fase de la vida en la que se está aprendiendo todo:
«—No sabemos más sobre nuestro cuerpo que sobre la estrella más lejana —dijo el poeta en voz baja.
—Vamos conociendo las leyes que lo rigen...
—Y resulta que la mayoría de las tesis biológicas tienen sus antítesis. Las teorías científicas son un verdadero chicle psíquico.»
No tengo espacio de citarlas por entero, pero las reflexiones, a veces fábulas o aforismos acerca del arte y de la escritura que aparecen en las páginas 79, 109, 121, 124, 234, 236, merecen una lectura detenida. Reproduzco la más vinculada con el tema de la patología mental:
«Balzac, psicópata maniático; Baudelaire, histérico; Chopin, neurasténico; Dante, esquizoide; Goethe, alcohólico; Hölderlin, esquizofrénico...»
«Yo considero que las grandes obras no nacen gracias a la demencia sino a pesar de ella.»
A pesar de la demencia del siglo XX, de las indescriptibles (en el sentido de Steiner) situaciones de las que fue lúcido testigo, el autor polaco consiguió sacar adelante una obra cargada de humor y de voluntad de construcción. Muy pocos mapas tan complejos, completos y cargados de sentido como Stanisław Lem.
No en vano Lem pertenece a la edad de oro de la ciencia ficción...
ResponderEliminarAltamente recomendables son: Los relatos del piloto Pirx y la voz de su amo.