I Premio de Poesía Joven “Pablo García Baena”. La Bella Varsovia, Córdoba, 2008. 56 pp. 6 €
Alba González Sanz
Cada cual escoge un territorio mítico desde el que encarar el mundo y el de Sofía Castañón en su segundo libro es un Oz que no se nombra mucho pero cuyos trayectos describe en estos poemas con paso firme. Últimas cartas a Kansas es uno de los libros que obtuvo exaequo el I Premio de Poesía Joven “Pablo García Baena”. El anterior poemario de esta autora fue otro premio, el Asturias Joven en 2006, titulado Animales interiores.
Sofía Castañón (Gijón, 1983) nos hace ahora destinatarios de unas cartas que cuentan esa vieja historia del crecer y abandonar la casa de la infancia y la primera adolescencia desde el punto de vista de quien se sabe incapaz de volver porque en esa Kansas «sigue Penélope/ tejiendo mantas/ para niños perdidos»; porque las «niñas mayores» no pueden ser como sus abuelas, pero tampoco contradecirlas: no pueden asumir la espera, desconocer el lugar habitado, ignorar su carácter radicalmente presente.
Dice José Luis Piquero en su prólogo que estamos ante un texto triste y la poeta elige para abrir su libro una frase de Helena o el mar del verano (novelita también de contar una historia de infancia de retorno imposible) que permite hablar de una tristeza reposada, consciente porque nos dice: «pienso en el destierro voluntario/ en la ausencia como rutina». Y entonces, aunque sea árida la vida hipotecada, muchos y quién sabe si correctos los pasos dados («Saturno nos devora primero/ por los pies») podemos pensar que los zapatos mágicos de la leyenda de Oz, aunque referentes, no serán usados para volver a casa y se han quedado abandonados en la fotografía luminosa que sirve de portada al libro.
Últimas cartas a Kansas tiene mucho de road movie versificada y el lector se va a dar cuenta de que la poeta domina el género: no en vano nos envía cartas, cartas a un pasado mientras ella programa su huida («Caminamos/ hasta encontrar nuevos carteles/ y nuevos tipos de cerveza, nuevas/ paradas de autobús y otras caras/ que no supieran nombres antiguos»), aunque todos los neones de una nueva ciudad, de una nueva vida que se busca con alevosía si bien se sabe que lo lógico es la añoranza —dueña y señora, en el fondo, de todos los momentos bajos— no evitan que a veces se cuele el echar de menos «a los monstruos/ cuando dejan de vivir/ debajo de la cama».
Pocos viajes se hacen en soledad y mucho menos este que nos ocupa y que tiene por argumento abrazar otra vida (quizá decir: otros cuerpos). Tal vez si Últimas cartas a Kansas no es un libro enteramente triste es porque la voz que nos escribe no se ha lanzado al camino sin un cuerpo ajeno por refugio. Es obvio que la mitad de crecer es abandonar la individualidad infantil para necesitar desesperadamente la compañía de los otros y este conjunto de poemas no está al margen de esa percepción.
He escrito antes road movie y puedo añadir que si algo caracteriza la poesía de Sofía Castañón en sus dos primeros libros es, entre otras cosas, la gran potencia de las imágenes que invoca, el buen uso que hace de esa cámara (verbal, en este caso, si bien profesionalmente ella compagina la escritura con la producción audiovisual) que apunta directa a donde duele, a donde impacta, dotando de un significado renovado a ese montón de palabras sencillas que emplea, pues más de una vez ha dicho esta poeta que no le interesa sacralizar el lenguaje para apartarlo de las cosas que importan.
Las mitologías próximas, como este Mago de Oz revisitado, corren el riesgo de lo obvio y de no saber hacer de ellas nada nuevo. Creo que no sucede así en este viaje, donde la referencia se ha tomado de modo integral y Sofía Castañón ofrece otra lectura global y propia a la que no le falta coherencia; no en vano termina explicando que «con la vida/ en una caja de latón/ me alejo de casa». Y esa vida tiene forma, tal vez, de corazón que late, tic-tac, y que acompaña.
Alba González Sanz
Cada cual escoge un territorio mítico desde el que encarar el mundo y el de Sofía Castañón en su segundo libro es un Oz que no se nombra mucho pero cuyos trayectos describe en estos poemas con paso firme. Últimas cartas a Kansas es uno de los libros que obtuvo exaequo el I Premio de Poesía Joven “Pablo García Baena”. El anterior poemario de esta autora fue otro premio, el Asturias Joven en 2006, titulado Animales interiores.
Sofía Castañón (Gijón, 1983) nos hace ahora destinatarios de unas cartas que cuentan esa vieja historia del crecer y abandonar la casa de la infancia y la primera adolescencia desde el punto de vista de quien se sabe incapaz de volver porque en esa Kansas «sigue Penélope/ tejiendo mantas/ para niños perdidos»; porque las «niñas mayores» no pueden ser como sus abuelas, pero tampoco contradecirlas: no pueden asumir la espera, desconocer el lugar habitado, ignorar su carácter radicalmente presente.
Dice José Luis Piquero en su prólogo que estamos ante un texto triste y la poeta elige para abrir su libro una frase de Helena o el mar del verano (novelita también de contar una historia de infancia de retorno imposible) que permite hablar de una tristeza reposada, consciente porque nos dice: «pienso en el destierro voluntario/ en la ausencia como rutina». Y entonces, aunque sea árida la vida hipotecada, muchos y quién sabe si correctos los pasos dados («Saturno nos devora primero/ por los pies») podemos pensar que los zapatos mágicos de la leyenda de Oz, aunque referentes, no serán usados para volver a casa y se han quedado abandonados en la fotografía luminosa que sirve de portada al libro.
Últimas cartas a Kansas tiene mucho de road movie versificada y el lector se va a dar cuenta de que la poeta domina el género: no en vano nos envía cartas, cartas a un pasado mientras ella programa su huida («Caminamos/ hasta encontrar nuevos carteles/ y nuevos tipos de cerveza, nuevas/ paradas de autobús y otras caras/ que no supieran nombres antiguos»), aunque todos los neones de una nueva ciudad, de una nueva vida que se busca con alevosía si bien se sabe que lo lógico es la añoranza —dueña y señora, en el fondo, de todos los momentos bajos— no evitan que a veces se cuele el echar de menos «a los monstruos/ cuando dejan de vivir/ debajo de la cama».
Pocos viajes se hacen en soledad y mucho menos este que nos ocupa y que tiene por argumento abrazar otra vida (quizá decir: otros cuerpos). Tal vez si Últimas cartas a Kansas no es un libro enteramente triste es porque la voz que nos escribe no se ha lanzado al camino sin un cuerpo ajeno por refugio. Es obvio que la mitad de crecer es abandonar la individualidad infantil para necesitar desesperadamente la compañía de los otros y este conjunto de poemas no está al margen de esa percepción.
He escrito antes road movie y puedo añadir que si algo caracteriza la poesía de Sofía Castañón en sus dos primeros libros es, entre otras cosas, la gran potencia de las imágenes que invoca, el buen uso que hace de esa cámara (verbal, en este caso, si bien profesionalmente ella compagina la escritura con la producción audiovisual) que apunta directa a donde duele, a donde impacta, dotando de un significado renovado a ese montón de palabras sencillas que emplea, pues más de una vez ha dicho esta poeta que no le interesa sacralizar el lenguaje para apartarlo de las cosas que importan.
Las mitologías próximas, como este Mago de Oz revisitado, corren el riesgo de lo obvio y de no saber hacer de ellas nada nuevo. Creo que no sucede así en este viaje, donde la referencia se ha tomado de modo integral y Sofía Castañón ofrece otra lectura global y propia a la que no le falta coherencia; no en vano termina explicando que «con la vida/ en una caja de latón/ me alejo de casa». Y esa vida tiene forma, tal vez, de corazón que late, tic-tac, y que acompaña.
Pasaba por aquí,
ResponderEliminargracias por la recomendación y seguiré siguiéndote.
Saludos