Traducción, introducción y posfacio de Luis Fernando Moreno Claros. Periférica, Cáceres, 2007. 208 pp. 15 €
Ana Gorría
El argumento es mínimo y su lenguaje se adecua a los modelos de éxito de la época en la que se escribió. La nieve es una novela de época que participa de los lugares comunes y de los gustos de una sociedad que buscaba en cierto tipo de novelas como esta la posibilidad de ampliar su radio de experiencia —tanto vital como cultural—. No en vano la génesis de la novela se encuentra en la ruina de la propia autora, que como hiciera también Dostoievski en El jugador —pero con notable diferencia en los resultados— salda sus deudas y asegura su presente a través del negocio de la escritura.
En el fondo de esta novela se encuentra el conflicto entre individuo y sociedad, conflicto que se encuentra presente en la mayoría de las novelas románticas —sino en su totalidad— y la búsqueda de la felicidad, difícil de materializarse en el orden establecido que constriñe, inevitablemente, a los personajes de la novela.
Tal y como subraya Luis Fernando Moreno Claros, el autor tanto de la traducción como de la introducción y el posfacio, no hubo intenciones rupturistas a nivel ideológico en la obra de la madre de Schopenhauer: «Ahora bien, aunque las novelas y los relatos de Johanna trataban de pasiones desbordadas, nunca llegaba a mostrarse temeraria tentando las convenciones sociales a través de sus personajes. Y aunque los amores de sus heroínas eran de extraordinaria intensidad, jamás caían estas en comportamientos “inmorales”, todo quedaba en anhelo insatisfecho: sus Gabriele, Mathilde o Sidonia, al igual que la Marie de La nieve, renuncian a alcanzar la “felicidad absoluta” que podría depararles la consumación de su amor entregándose libremente a su marido, con tal de mantenerse fieles a la palabra empeñada en un matrimonio consagrado por la Iglesia, y ello a pesar de que semejante voto las ata a un marido, al que aborrecen, al que deben repetar, aunque no se entreguen a él ni en cuerpo ni en alma.»
En el fondo de esta novela se encuentra el conflicto entre individuo y sociedad, conflicto que se encuentra presente en la mayoría de las novelas románticas —sino en su totalidad— y la búsqueda de la felicidad, difícil de materializarse en el orden establecido que constriñe, inevitablemente, a los personajes de la novela.
Tal y como subraya Luis Fernando Moreno Claros, el autor tanto de la traducción como de la introducción y el posfacio, no hubo intenciones rupturistas a nivel ideológico en la obra de la madre de Schopenhauer: «Ahora bien, aunque las novelas y los relatos de Johanna trataban de pasiones desbordadas, nunca llegaba a mostrarse temeraria tentando las convenciones sociales a través de sus personajes. Y aunque los amores de sus heroínas eran de extraordinaria intensidad, jamás caían estas en comportamientos “inmorales”
Como Atala, Virginia, María, Corina o Margarita, Marie —aunque su protagonismo en la novela no aparezca desdibujado como en éstas— es el juguete de fuerzas ajenas a su voluntad y a su capacidad de decisión que determinan su destino.
La nieve, que sucede en un paisaje lejano —las grises tierras de Polonia y Curlandia (Letonia)—, nos presenta el conflicto de la joven Marie entre el amor a su marido y la pasión que le mueve el joven Viktor y —en consecuencia, y dado el carácter antagonista de ambos— la tensión entre lo rutinario y el deber frente a la belleza y el arte.
No se puede decir que un argumento así sea por su propia naturaleza maniqueo ya que sobre éste se han llevado a cabo novelas desde Anna Karénina hasta La Regenta, pasando por Madame Bovary. Sí es cierto que la naturaleza eminentemente circunstancial y dirigida a un lector específico, el de la época, condiciona en buena medida el tratamiento que se da en la novela a todos los niveles de representación —el efectismo sentimental se encuentra presente dentro de toda esta novela— desde el lenguaje en el que abundan los apóstrofes —que a día de hoy nos resultan ñoños: «¡Oh, Raimund!, ¡Oh, hermano mío! —exclamó Colestine con los ojos anegados en llanto mientras contemplaba los retratos y se los llevaba a los labios—». «Sí —añadió dirigiendo a los presentes miradas luminosas refulgentes por las lágrimas—, ¡sépanlo todos, que lo sepa el mundo entero! ¡Viktor era mi hermano, mi desdichado hermano¡ ¡Oh, durante cuanto tiempo y dolor lo lloré!»), hasta ciertos momentos del argumento.
Uno de los grandes valores en la narración es la capacidad de trasladarnos a ese espacio del imaginario romántico que soñaba con Italia, tal y como señala el responsable de la traducción: «En La nieve, Italia está presente por doquier; y su nombre, con las delicias que éste encierra, actúa como símbolo luminoso.» Un motivo, la educación sentimental a través de la visita a este país, que llegará hasta el siglo XX con narraciones como Una habitación con vistas de Forster.
La necesidad de conocer nuevos paisajes, el sentimiento de mundial ciudadanía, la posibilidad de ampliar la propia experiencia a través del hecho de la lectura fue un motivo que, hipostasiado en novelas como Julia o La nueva Eloísa, tal y como señala Luis Fernando Moreno Claros, hace que la novela no sólo dirija su mirada a Italia como espacio idílico sino que se traslade a la Europa de los Alpes como lugar de retiro.
Dentro de los grandes aciertos de la edición de este texto, que encuentra su legitimidad en que se reconoce a Johanna Schopenhauer como la primera escritora con nombre en la lengua alemana —aunque sea difícil poder superar la lectura arqueológica— es el del detallado estudio por parte de Moreno Claros —biógrafo de Arthur Schopenhauer y traductor de éste y otros autores como Nietzsche y Goethe— en el que se nos presenta tanto la biografía de Johanna Schopenhauer como una introducción a la eclosión de la novela romántica-sentimental, en el ámbito de transición del siglo XVIII al siglo XIX. Desde la atención a la vida literaria de Weimar —de la que Johanna supuso uno de los ejes neurálgicos más importantes a través de su salón literario—, a las difíciles relaciones entre Johanna y Arthur que derivaría en la absoluta incomunicación entre ambos dado el difícil carácter del genio, tal y como nos señala Moreno Claros a partir de una de las epístolas: «Todas tus buenas cualidades quedan ensombrecidas por tu superinteligencia y son, por tanto inservibles en el mundo, y ello sólo porque eres incapaz de dominar la manía de querer saberlo todo mejor que nadie, de encontrar faltas en todas partes menos en ti mismo, de pretender mejorarlo todo y ser maestro en todo. Con eso exasperas a las personas que te rodean, pues nadie quiere dejarse aleccionar e ilustrar de modo tan violento y menos por un ser tan insignificante como el que tú eres todavía.»
La nieve, que sucede en un paisaje lejano —las grises tierras de Polonia y Curlandia (Letonia)—, nos presenta el conflicto de la joven Marie entre el amor a su marido y la pasión que le mueve el joven Viktor y —en consecuencia, y dado el carácter antagonista de ambos— la tensión entre lo rutinario y el deber frente a la belleza y el arte.
No se puede decir que un argumento así sea por su propia naturaleza maniqueo ya que sobre éste se han llevado a cabo novelas desde Anna Karénina hasta La Regenta, pasando por Madame Bovary. Sí es cierto que la naturaleza eminentemente circunstancial y dirigida a un lector específico, el de la época, condiciona en buena medida el tratamiento que se da en la novela a todos los niveles de representación —el efectismo sentimental se encuentra presente dentro de toda esta novela— desde el lenguaje en el que abundan los apóstrofes —que a día de hoy nos resultan ñoños: «¡Oh, Raimund!, ¡Oh, hermano mío! —exclamó Colestine con los ojos anegados en llanto mientras contemplaba los retratos y se los llevaba a los labios—». «Sí —añadió dirigiendo a los presentes miradas luminosas refulgentes por las lágrimas—, ¡sépanlo todos, que lo sepa el mundo entero! ¡Viktor era mi hermano, mi desdichado hermano¡ ¡Oh, durante cuanto tiempo y dolor lo lloré!»), hasta ciertos momentos del argumento.
Uno de los grandes valores en la narración es la capacidad de trasladarnos a ese espacio del imaginario romántico que soñaba con Italia, tal y como señala el responsable de la traducción: «En La nieve, Italia está presente por doquier; y su nombre, con las delicias que éste encierra, actúa como símbolo luminoso.» Un motivo, la educación sentimental a través de la visita a este país, que llegará hasta el siglo XX con narraciones como Una habitación con vistas de Forster.
La necesidad de conocer nuevos paisajes, el sentimiento de mundial ciudadanía, la posibilidad de ampliar la propia experiencia a través del hecho de la lectura fue un motivo que, hipostasiado en novelas como Julia o La nueva Eloísa, tal y como señala Luis Fernando Moreno Claros, hace que la novela no sólo dirija su mirada a Italia como espacio idílico sino que se traslade a la Europa de los Alpes como lugar de retiro.
Dentro de los grandes aciertos de la edición de este texto, que encuentra su legitimidad en que se reconoce a Johanna Schopenhauer como la primera escritora con nombre en la lengua alemana —aunque sea difícil poder superar la lectura arqueológica— es el del detallado estudio por parte de Moreno Claros —biógrafo de Arthur Schopenhauer y traductor de éste y otros autores como Nietzsche y Goethe— en el que se nos presenta tanto la biografía de Johanna Schopenhauer como una introducción a la eclosión de la novela romántica-sentimental, en el ámbito de transición del siglo XVIII al siglo XIX. Desde la atención a la vida literaria de Weimar —de la que Johanna supuso uno de los ejes neurálgicos más importantes a través de su salón literario—, a las difíciles relaciones entre Johanna y Arthur que derivaría en la absoluta incomunicación entre ambos dado el difícil carácter del genio, tal y como nos señala Moreno Claros a partir de una de las epístolas: «Todas tus buenas cualidades quedan ensombrecidas por tu superinteligencia y son, por tanto inservibles en el mundo, y ello sólo porque eres incapaz de dominar la manía de querer saberlo todo mejor que nadie, de encontrar faltas en todas partes menos en ti mismo, de pretender mejorarlo todo y ser maestro en todo. Con eso exasperas a las personas que te rodean, pues nadie quiere dejarse aleccionar e ilustrar de modo tan violento y menos por un ser tan insignificante como el que tú eres todavía.»
Tal vez, sólo sea cuestionable dentro del magnífico trabajo que nos presenta su traductor la expresión, un tic bastante habitual dentro de los estudios literarios, «corriente literaria de literatura escrita por mujeres», dado que es una fórmula que induce a pensar en la expresión literaria de la mujer como algo reductible a periodizaciones y a una única y exclusiva materialización. Basta remontarse a Safo, pasar por Amarilis e indagar un poco más allá del canon para constatar que este hecho no acaece en el romanticismo, aunque sí emerge el concepto de sisterhood en palabras de Susan Kirpatrick y unos nuevos condicionamientos sociológicos, fruto de las revoluciones liberales que extendieron los hábitos de lectura y en cierto modo, las características de creación —o de la producción— artística, —conceptos ambos que posiblemente se encuentren debajo de la expresión de Luis Fernando Moreno Claros.
En lo literario, La nieve estaba destinada a caducar por su propia naturaleza. No obstante, supone un interesante legado para comprender el desarrollo de la novela decimonónica y para aproximarse a las grandes directrices del pensamiento literario romántico, presentes todos en esta novela.
En lo literario, La nieve estaba destinada a caducar por su propia naturaleza. No obstante, supone un interesante legado para comprender el desarrollo de la novela decimonónica y para aproximarse a las grandes directrices del pensamiento literario romántico, presentes todos en esta novela.
Muchas gracias por tan grata y bien documentada reseña. Un saludo muy cordial de Luis F. Moreno Claros.
ResponderEliminarLos libros de Periférica son preciosos, unos objetos bellísimos. Por cierto que también publican muy buenas y arriesgadas historias ¿Leyeron "Saide" o "Help a él"? ¡Maravillosas!
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