viernes, noviembre 09, 2007

Noviembre, Gustave Flaubert

Trad. Olalla García. Impedimenta, Madrid, 2007. 140 pp. 16,30 €

Care Santos

Un consejo para escritores: lo que no queráis ver publicado, quemadlo en vida. Flaubert no deseaba que este texto se publicara —y con razón— y aquí está, impúdica y bellamente editado (la belleza siempre es impúdica) para que todos los curiosos tengamos ocasión de hurgar en sus páginas, de buscarle defectos, de asentir en silencio mientras leemos y, finalmente, de darle o quitarle la opinión a su autor. A los maliciosos nos encanta que nos inviten de este modo al festín del juicio. De modo que, antes que nada hay que dar las gracias al editor por permitírnoslo.
Noviembre es un texto de juventud. Flaubert lo escribió con apenas veinte años. Apuntaba las maneras que más tarde le caracterizarían, pero estaba aún a años luz de sí mismo. De momento, era un joven sensible, con muchas cosas que decir y poca mesura para decirlas. Este texto lo demuestra: a lo largo de casi la mitad, unos 80 páginas, Flaubert describe, lucubra, soliloquiza, medita en voz alta. Tiende a divagar y a repetirse, pero se lo perdonamos porque su discurso contiene dos o tres ideas valiosas. El problema es que el autor también se dio cuenta y revoloteó sobre ellas con la insistencia de una mosca sobre un pastelillo. En ocasiones, ese efecto mosca de la voz narrativa nos puede hacer creer que el autor no pretende contarnos nada, pero no es cierto: quiere y puede contarnos algo, lector, ten un poco de paciencia, que se trata de un autor tierno, primerizo, ingenuo. Ya llegará, y seguro que te sorprende.
Exagero, por supuesto. Todo el que se acerque a este Noviembre sabrá de antemano que Flaubert era aquí un autor primerizo. La lectura no será inocente. Al lector le fascinará no sólo la historia sino, sobre todo, el modo en que el escritor del XIX se anticipa a sí mismo. En esas 80 páginas, Flaubert gasta mucha retórica en describir la vejez de su narrador protagonista. Es un hombre muy vivido que rememora sus experiencias y, en especial, las que marcaron su juventud. Lo hace desde el aburrimiento, desde el profundo hastío de vivir. Curiosamente, el mismo aburrimiento que habrá de marcar la madurez y la vejez del Flaubert real cuando alcance esa edad.
Eso es lo maravilloso de esta demorada primera parte: el modo en que Flaubert nos habla del anciano que será cuando todavía es un chaval. Él no podía saber en el momento de escribir esas palabras cómo sería 50 años más tarde; pero nosotros, sus lectores, sí lo sabemos. El Flaubert de 60 años es un ser tan triste y gris como el protagonista de Noviembre, un hombre entregado a su causa a la par que a su salud enfermiza, capaz de escribirle a Ivan Turguéniev, refiriéndose a la escritura, cosas como ésta:

«Hay que tener el genio del ascentismo para autoinfligirse semejantes tareas. Hay algunos días en que tengo la sensación de que me están sangrando por los cuatro costados y de que voy a morir de un momento a otro. Pero después me recupero y pese a todo continúo. Así son las cosas». *

La segunda parte de este Noviembre es muy otra cosa. En ella, el narrador evoca sus amoríos con una prostituta, Marie, anticipación de algunas de sus famosas protagonistas femeninas, como Salambó o Emma Bovary, quien le explica qué lecciones le ha enseñado la vida. Lo hace en una larga narración en primera persona —un verdadero relato dentro de la novela—, cargado de imágenes poderosas, de hallazgos argumentales y de escenas memorables. Marie es, sin lugar a dudas, lo mejor de este noviembre en la primavera flaubertiano. Es una mujer que desea, que sabe lo que persigue y que no tienen ningún reparo en salir a buscarlo, que maneja las riendas de la seducción y seduce antes de ser seducida. Seguro que más de uno de sus contemporáneos se habría escandalizado mucho al saber que conocer a una heroína como ella, capaz de observar a los hombres el bulto de la entrepierna o dejar constancia de su placer carnal en forma de arañazos en el cabecero de la cama.
Marie bien merece una visita. Combinada con la rara avis que supone este texto y con el placer de leer algo que su autor no quiso entregar a la imprenta suman ya tres morbosos argumentos para no dejar escapar este Noviembre. Sin contar, claro está, el cuarto: la belleza. Ah, la belleza.

NOTA FINAL LIGERAMENTE INDISCRETA: Recientemente, en el transcurso de una conversación en un café barcelonés de nombre flaubertiano, dio Enrique Redel, el editor de Impedimenta, una definición que le viene como anillo al dedo a esta novela: «Los libros de Impedimenta son aquellos que no olvidarías en una mudanza».
Aunque, de poder elegir, es mejor que los muy lectores no nos mudemos.

2 comentarios:

  1. Espléndido post. ¿Por que no voy a decírtelo si me parece así?. Flaubertiano demasiado confeso (en privado) la prosa que no debe olvidarse en una mudanza debe de ser la que queda más o menos cerca (se lo preguntaré a mi transportista).

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  2. Hola, excelente análisis del libro. Lo he conseguido en las obras completas (tomo II) y quería ver algunas opiniones y me he encontrado felizmente con la tuya. Felicitaciones.
    Saludos!

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