Ediciones del 4 de agosto, Logroño, 2007. 24 pp. 3 €
Juan Marqués
La sorpresa ha sido doble y enorme, y también la celebración. Por una parte, que hayan llegado como un regalo inesperado estos catorce poemas de Elena Medel, y, por otra, comprobar que, por su sencillez, su contención, su humildad... son algunos de los más preciosos textos publicados por su autora. Se trata de poemas tan inmensamente pequeños y hermosos como el cuadernito que los cobija (que hace el número 47 de la colección “Planeta clandestino”, debida al trabajo y al cariño de un grupo de activos amigos riojanos, y donde ya han publicado textos inéditos autores como Luis Antonio de Villena, Agustín García Calvo, José Luis Piquero, Ignacio Escuín Borao, Roger Wolfe o Antonio Orihuela). En un epílogo, también breve, fechado el 31 de julio de 2007, Medel nos explica que escribió estos poemas a finales de 2003 (y fueron publicados al año siguiente en el fanzine Le Touriste), tras la arrolladora frescura de Mi primer bikini (Barcelona, DVD, 2002) y Vacaciones (Almería, El Gaviero, 2004), y antes de la cruda meditación de Tara (Barcelona, DVD, 2006). Y lo cierto es que sí se puede intuir en ellos una transición “natural” entre el tono sorprendente de aquellos dos primeros libros y el más desgarrado del último. Uno diría que Un soplo al corazón “quiere” y “sabe” estar en medio de esos títulos, entre la (más o menos) juvenil y juguetona alegría (que no felicidad) y la (más o menos) descarnada y pesimista tristeza (que no infelicidad). Se diría, incluso, que esa «zancadilla» que cierra este cuaderno, esa «caída asombrosa» y «completa» en una estación tras despedir a alguien que «se ha ido para siempre», marca otro tipo de descenso, mucho más doloroso, entre la adolescencia y el comienzo de las malas noticias. «Soy la niña más triste de primero de Filología», anunciaba ya el último verso de Lo importante es bailar, otro cuaderno de 2004, publicado por la Universitat de València.
A estas alturas esta reseña ya contiene más palabras que todas las que forman Un soplo en el corazón, y dice, desde luego, muchísimo menos. En sus catorce poemas, sus cincuenta y siete versos (sin contar los títulos), sus doscientas veinticuatro palabras (contándolos, porque ahora sí importan mucho) hay, por ejemplo, tres haikus (dificilísima estructura, de la que ya había un ejemplo en Vacaciones, y de la que Medel sale perfectamente airosa), así como un sugerente poema de dos versos que es el más breve de los que se le conocen. Tanta y tan extrema concisión no es muy frecuente en la poesía contemporánea, y menos en la que hacen los poetas españoles jóvenes. Dejando a un lado la moda de los haikus (no muy afortunada, pues se abusa, deshonesta o desinformadamente, de una estructura y una tradición que expulsan cualquier exhibicionismo, cualquier banalidad, cualquier chiste...), no son muchos los poetas que saben decir las cosas que importan en tan pocas palabras (y quien no sabe decir lo que tenga que decir en dos o tres versos, seguramente tampoco sabrá hacerlo en veinte o cuarenta). Junto al admirable y delicadísimo Así procede el pájaro (Valencia, Pre-Textos, 2004) del también cordobés Juan Antonio Bernier, o los enormes poemas breves que Abraham Gragera incluyó en su magnífico Adiós a la época de los grandes caracteres (Valencia, Pre-Textos, 2005), que se unen al ya deslumbrante magisterio de Luis Muñoz (cuyo Querido silencio —Barcelona, Tusquets, 2006— le convierte definitivamente en uno de los mejores poetas españoles vivos), pocos son los que entienden la brevedad y la “pequeñez” de un modo maduro y sabiamente poético. Alegra ver a Elena Medel incorporarse a ese reducido grupo de poetas que, al modo oriental, han sabido decir mucho prescindiendo de casi todo. (Y recomiendo a quien esté interesado en esto que eche también un vistazo —por poner ejemplos desordenados— a las miniaturas, tan narrativas como líricas, que W. G. Sebald regaló en Sin contar —Madrid, Nórdica Libros, 2007—, o que ojee los libros buenos de Yves Bonnefoy (que no todos lo son), o que relea —si se atreve— a la escalofriante y sublime Alejandra Pizarnik, o que visite la trascendencia cercana de Hugo Mujica (aunque no me ha convencido su último libro, el metapoético y repetitivo Lo naciente. Pensando el acto creador —Valencia, Pre-Textos, 2007—), o que —en fin, y por volver a nuestros jóvenes— acudan a ese crepuscular “Bodegón” que David Mayor dibujó En otra parte —Valencia, Pre-Textos, 2005— o a la prodigiosa y cómplice “Oda a Abraham Gragera” —precisamente...— que Carlos Pardo acaba de publicar en Echado a perder —Madrid, Visor, 2007—...).
En cuanto a lo que se dice, hay algo de ese particular complejo de Peter Pan que se insinuaba más arriba («Negando las horas igual/ que me niego a crecer») junto a la certeza del tempus fugit (el haiku “Nadadora”: «Como las nubes/ también mi color cambia./ ¿De quién la culpa?»), versos de amor y de desamor (casi todos los poemas están escritos en segunda persona —aunque parece que el tú de “El bello verano” es el “yo poético” dirigiéndose a sí mismo, dándose esperanza— y, si no, nombran en sus títulos a “Carlos” o a “Martín”... Sólo el citado “Nadadora” excluye al “tú” o al “él” —aunque, tal vez por ello, es de los que más nos implican a todos—), imágenes casi cinematográficas («La ciudad en tu brazo/ descansa.») junto a otras de una gran potencia lírica (como el poema “El buen vigía”: «Mi reloj es tu bolsillo./ ¿Secreto o guardería?»)...
El título (cuyo origen —musical, como tantas veces en Medel— se explica en la “Coda”) avisa de lo que el poemario tiene de particular crónica amorosa, y en ese sentido es donde más «coincidencias y trasvases» hay con el conjunto de Vacaciones (como también se advierte en esa última página). Y ese «vodka con chocolate» del primer poema que, unido al «vértigo», habita «mi cabeza» justo antes del instante en el que «te conozco», ¿no anuncia también, con su carácter de mezcla rara, de unión de opuestos —el frío y el calor, lo transparente y lo oscuro, lo prohibido y lo infantil, lo amargo y lo dulce...— que ese amor o esos amores que se hacen aquí poesía van a acabar en decepción o mala suerte...? ¿No será ese «vértigo» interior del principio, antes del encuentro, el que adelanta la «caída» «completa» del final, tras la separación? La confianza y seguridad contra ese vértigo lograda “En el rascacielos” (otro de los haikus, esta vez con métrica levemente heterodoxa: «De puntillas/ tomo fuerte tu mano:/ no tengo miedo»), el sortilegio que se crea cuando dos se toman de la mano, ¿no se deshace, no caduca cuando se tienen que separar, cuando uno ha partido desde una estación y otro ha de tomar un avión con su «ticket de cielo»?
En una poética reciente (publicada en la revista turolense Turia, nº 83, p. 135), Elena Medel termina diciendo que «En más de una ocasión me pregunto qué hago aquí». De preguntas como ésas nacen poemas como éstos, o casi cualquiera de los que la han convertido en una de las escritoras más elegantes y entregadas de nuestra selección nacional de poesía. Los de Un soplo en el corazón no son un apéndice, ni un descarte, ni, por supuesto, una diversión o un capricho. Es poesía viva y vigorosa, tierna y contundente. El único problema es cómo conseguir uno de los trescientos ejemplares que han salido de las prensas logroñesas.
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Post scriptum. Una vez escrito lo anterior, la propia Elena Medel me ha prestado (digamos que por una calculada casualidad) Un soplo en el corazón, el único disco que sacó —ya en 1993— el dúo donostiarra Family. Así, puedo comprobar que ella no sólo tomó prestado el título general, sino que los catorce poemas se titulan como las catorce bonitas canciones de aquella grabación. Conviene tenerlo en cuenta sobre todo en lo que respecta a las alusiones que he hecho a esos títulos (el uso de los nombres propios, por ejemplo...). Yo podría haberlo sabido pero no lo sabía cuando escribí la reseña (por mi profunda y terca ignorancia sobre el mundo de la música pop, que es casi tan honda y tozuda como mi desconocimiento de casi todo lo demás), pero vosotros ya lo sabéis ahora que acabáis de leerla, si es que no lo sabíais.
Juan Marqués
La sorpresa ha sido doble y enorme, y también la celebración. Por una parte, que hayan llegado como un regalo inesperado estos catorce poemas de Elena Medel, y, por otra, comprobar que, por su sencillez, su contención, su humildad... son algunos de los más preciosos textos publicados por su autora. Se trata de poemas tan inmensamente pequeños y hermosos como el cuadernito que los cobija (que hace el número 47 de la colección “Planeta clandestino”, debida al trabajo y al cariño de un grupo de activos amigos riojanos, y donde ya han publicado textos inéditos autores como Luis Antonio de Villena, Agustín García Calvo, José Luis Piquero, Ignacio Escuín Borao, Roger Wolfe o Antonio Orihuela). En un epílogo, también breve, fechado el 31 de julio de 2007, Medel nos explica que escribió estos poemas a finales de 2003 (y fueron publicados al año siguiente en el fanzine Le Touriste), tras la arrolladora frescura de Mi primer bikini (Barcelona, DVD, 2002) y Vacaciones (Almería, El Gaviero, 2004), y antes de la cruda meditación de Tara (Barcelona, DVD, 2006). Y lo cierto es que sí se puede intuir en ellos una transición “natural” entre el tono sorprendente de aquellos dos primeros libros y el más desgarrado del último. Uno diría que Un soplo al corazón “quiere” y “sabe” estar en medio de esos títulos, entre la (más o menos) juvenil y juguetona alegría (que no felicidad) y la (más o menos) descarnada y pesimista tristeza (que no infelicidad). Se diría, incluso, que esa «zancadilla» que cierra este cuaderno, esa «caída asombrosa» y «completa» en una estación tras despedir a alguien que «se ha ido para siempre», marca otro tipo de descenso, mucho más doloroso, entre la adolescencia y el comienzo de las malas noticias. «Soy la niña más triste de primero de Filología», anunciaba ya el último verso de Lo importante es bailar, otro cuaderno de 2004, publicado por la Universitat de València.
A estas alturas esta reseña ya contiene más palabras que todas las que forman Un soplo en el corazón, y dice, desde luego, muchísimo menos. En sus catorce poemas, sus cincuenta y siete versos (sin contar los títulos), sus doscientas veinticuatro palabras (contándolos, porque ahora sí importan mucho) hay, por ejemplo, tres haikus (dificilísima estructura, de la que ya había un ejemplo en Vacaciones, y de la que Medel sale perfectamente airosa), así como un sugerente poema de dos versos que es el más breve de los que se le conocen. Tanta y tan extrema concisión no es muy frecuente en la poesía contemporánea, y menos en la que hacen los poetas españoles jóvenes. Dejando a un lado la moda de los haikus (no muy afortunada, pues se abusa, deshonesta o desinformadamente, de una estructura y una tradición que expulsan cualquier exhibicionismo, cualquier banalidad, cualquier chiste...), no son muchos los poetas que saben decir las cosas que importan en tan pocas palabras (y quien no sabe decir lo que tenga que decir en dos o tres versos, seguramente tampoco sabrá hacerlo en veinte o cuarenta). Junto al admirable y delicadísimo Así procede el pájaro (Valencia, Pre-Textos, 2004) del también cordobés Juan Antonio Bernier, o los enormes poemas breves que Abraham Gragera incluyó en su magnífico Adiós a la época de los grandes caracteres (Valencia, Pre-Textos, 2005), que se unen al ya deslumbrante magisterio de Luis Muñoz (cuyo Querido silencio —Barcelona, Tusquets, 2006— le convierte definitivamente en uno de los mejores poetas españoles vivos), pocos son los que entienden la brevedad y la “pequeñez” de un modo maduro y sabiamente poético. Alegra ver a Elena Medel incorporarse a ese reducido grupo de poetas que, al modo oriental, han sabido decir mucho prescindiendo de casi todo. (Y recomiendo a quien esté interesado en esto que eche también un vistazo —por poner ejemplos desordenados— a las miniaturas, tan narrativas como líricas, que W. G. Sebald regaló en Sin contar —Madrid, Nórdica Libros, 2007—, o que ojee los libros buenos de Yves Bonnefoy (que no todos lo son), o que relea —si se atreve— a la escalofriante y sublime Alejandra Pizarnik, o que visite la trascendencia cercana de Hugo Mujica (aunque no me ha convencido su último libro, el metapoético y repetitivo Lo naciente. Pensando el acto creador —Valencia, Pre-Textos, 2007—), o que —en fin, y por volver a nuestros jóvenes— acudan a ese crepuscular “Bodegón” que David Mayor dibujó En otra parte —Valencia, Pre-Textos, 2005— o a la prodigiosa y cómplice “Oda a Abraham Gragera” —precisamente...— que Carlos Pardo acaba de publicar en Echado a perder —Madrid, Visor, 2007—...).
En cuanto a lo que se dice, hay algo de ese particular complejo de Peter Pan que se insinuaba más arriba («Negando las horas igual/ que me niego a crecer») junto a la certeza del tempus fugit (el haiku “Nadadora”: «Como las nubes/ también mi color cambia./ ¿De quién la culpa?»), versos de amor y de desamor (casi todos los poemas están escritos en segunda persona —aunque parece que el tú de “El bello verano” es el “yo poético” dirigiéndose a sí mismo, dándose esperanza— y, si no, nombran en sus títulos a “Carlos” o a “Martín”... Sólo el citado “Nadadora” excluye al “tú” o al “él” —aunque, tal vez por ello, es de los que más nos implican a todos—), imágenes casi cinematográficas («La ciudad en tu brazo/ descansa.») junto a otras de una gran potencia lírica (como el poema “El buen vigía”: «Mi reloj es tu bolsillo./ ¿Secreto o guardería?»)...
El título (cuyo origen —musical, como tantas veces en Medel— se explica en la “Coda”) avisa de lo que el poemario tiene de particular crónica amorosa, y en ese sentido es donde más «coincidencias y trasvases» hay con el conjunto de Vacaciones (como también se advierte en esa última página). Y ese «vodka con chocolate» del primer poema que, unido al «vértigo», habita «mi cabeza» justo antes del instante en el que «te conozco», ¿no anuncia también, con su carácter de mezcla rara, de unión de opuestos —el frío y el calor, lo transparente y lo oscuro, lo prohibido y lo infantil, lo amargo y lo dulce...— que ese amor o esos amores que se hacen aquí poesía van a acabar en decepción o mala suerte...? ¿No será ese «vértigo» interior del principio, antes del encuentro, el que adelanta la «caída» «completa» del final, tras la separación? La confianza y seguridad contra ese vértigo lograda “En el rascacielos” (otro de los haikus, esta vez con métrica levemente heterodoxa: «De puntillas/ tomo fuerte tu mano:/ no tengo miedo»), el sortilegio que se crea cuando dos se toman de la mano, ¿no se deshace, no caduca cuando se tienen que separar, cuando uno ha partido desde una estación y otro ha de tomar un avión con su «ticket de cielo»?
En una poética reciente (publicada en la revista turolense Turia, nº 83, p. 135), Elena Medel termina diciendo que «En más de una ocasión me pregunto qué hago aquí». De preguntas como ésas nacen poemas como éstos, o casi cualquiera de los que la han convertido en una de las escritoras más elegantes y entregadas de nuestra selección nacional de poesía. Los de Un soplo en el corazón no son un apéndice, ni un descarte, ni, por supuesto, una diversión o un capricho. Es poesía viva y vigorosa, tierna y contundente. El único problema es cómo conseguir uno de los trescientos ejemplares que han salido de las prensas logroñesas.
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Post scriptum. Una vez escrito lo anterior, la propia Elena Medel me ha prestado (digamos que por una calculada casualidad) Un soplo en el corazón, el único disco que sacó —ya en 1993— el dúo donostiarra Family. Así, puedo comprobar que ella no sólo tomó prestado el título general, sino que los catorce poemas se titulan como las catorce bonitas canciones de aquella grabación. Conviene tenerlo en cuenta sobre todo en lo que respecta a las alusiones que he hecho a esos títulos (el uso de los nombres propios, por ejemplo...). Yo podría haberlo sabido pero no lo sabía cuando escribí la reseña (por mi profunda y terca ignorancia sobre el mundo de la música pop, que es casi tan honda y tozuda como mi desconocimiento de casi todo lo demás), pero vosotros ya lo sabéis ahora que acabáis de leerla, si es que no lo sabíais.
Elena regala imágenes pasmosas en cada uno de sus poemas. Una de mis preferidas:
ResponderEliminar"Con las muñecas rotas / te estoy diciendo adiós".
¿Dónde puedo comprarlo?
ResponderEliminarSaludos
En la web de la editorial (4 de agosto) tienes los puntos de venta. Es un cuadernito delicioso.
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