Trad. Julia Piera y Chiara Merino. Prólogo de Eduardo Lago. Bartleby, Madrid, 2007. 85 pp. 10 €
Francesc Miralles
Este poemario en versión bilingüe (inglés-castellano) no es una novedad de la autora de Todo cuanto amé, sino que fue publicado originalmente en 1983, un año después de su matrimonio con Paul Auster. Por aquel entonces esta escritora americana de raíces noruegas había cumplido 27 primaveras y aún no se había estrenado en el mundo editorial.
Su prologuista, Eduardo Lago ―ganador del Nadal 2006 con una novela ambientada justamente en Brooklyn, donde actualmente vive la autora―, califica estos versos de «poemas-luz». Una definición muy entusiasta para un libro con una prosa poética que provocará más de un bostezo en los lectores que busquen la sofisticación de Siri en su narrativa.
El poemario se abre con postales de la América hopperiana: campos de maíz de Minessota, «filas de nubes, trenzadas sobre el cobertizo y las líneas telefónicas», y a medida que avanza va adquiriendo un tono más emocional. La autora pesca en las aguas de su memoria «una foto de Tailandia marrón y amarilla» y alcanza cimas de sutil belleza cuando se refiere a cartas de amor en las que no aparece la palabra «amor» salvo al final.
Hablando de cartas, uno de los momentos más brillantes del poemario nos brinda esta pincelada de magia urbana: «Una vez olvidé una carta en un taxi. Jamás llegó a su destino.»
El hermoso título de esta obra ―tal vez lo mejor de ella― brota de la una promesa conmovedora que arranca en la página 81:
«En el cuento la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas en sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntalo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos siempre, a medida que pasen los años.»
Exceptuando estos episodios de lírica intimidad, el único libro de poesía de Siri Hustvedt publicado hasta el momento es sólo para incondicionales de la autora que quieran conocerla en un registro más personal y menos transferible.
Francesc Miralles
Este poemario en versión bilingüe (inglés-castellano) no es una novedad de la autora de Todo cuanto amé, sino que fue publicado originalmente en 1983, un año después de su matrimonio con Paul Auster. Por aquel entonces esta escritora americana de raíces noruegas había cumplido 27 primaveras y aún no se había estrenado en el mundo editorial.
Su prologuista, Eduardo Lago ―ganador del Nadal 2006 con una novela ambientada justamente en Brooklyn, donde actualmente vive la autora―, califica estos versos de «poemas-luz». Una definición muy entusiasta para un libro con una prosa poética que provocará más de un bostezo en los lectores que busquen la sofisticación de Siri en su narrativa.
El poemario se abre con postales de la América hopperiana: campos de maíz de Minessota, «filas de nubes, trenzadas sobre el cobertizo y las líneas telefónicas», y a medida que avanza va adquiriendo un tono más emocional. La autora pesca en las aguas de su memoria «una foto de Tailandia marrón y amarilla» y alcanza cimas de sutil belleza cuando se refiere a cartas de amor en las que no aparece la palabra «amor» salvo al final.
Hablando de cartas, uno de los momentos más brillantes del poemario nos brinda esta pincelada de magia urbana: «Una vez olvidé una carta en un taxi. Jamás llegó a su destino.»
El hermoso título de esta obra ―tal vez lo mejor de ella― brota de la una promesa conmovedora que arranca en la página 81:
«En el cuento la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas en sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntalo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos siempre, a medida que pasen los años.»
Exceptuando estos episodios de lírica intimidad, el único libro de poesía de Siri Hustvedt publicado hasta el momento es sólo para incondicionales de la autora que quieran conocerla en un registro más personal y menos transferible.
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