Emilio Ruiz Mateo
Lo dejó caer hace cinco años su hermana Ana María en la presentación de esos apetitosos Cuadernos de todo (Areté/Círculo de Lectores, 2002), que permitieron a sus lectores husmear en las conocidas libretas de la escritora. Entre los cientos de papeles que tras la desaparición (año 2000) de Carmen Martín Gaite hubo que ordenar, o al menos intentarlo, apareció un cuaderno rojo de anillas (dos, en concreto, y una de ellas extraviada) que atesoraba una obra completa: El libro de la fiebre, que ahora podemos conocer editado por Cátedra. Uno se echa a temblar cuando un escritor muere y comienzan a publicarse textos póstumos... No entraré aquí ni ahora en el discutible caso Bolaño, porque no nos encontramos en una situación parecida. Todo lo que hasta el momento se ha publicado se ha hecho con el máximo respeto y ha aportado algo al conocimiento de la Gaite: la novela que escribía cuando nos dejó, Los parecidos (Anagrama), y la citada selección de sus cuadernos, verdadero germen de la obra de Carmen a lo largo de toda su vida.
Arriesgado y empobrecedor es resumir la obra de la autora en tres elementos, pero podríamos condensar su genialidad en esa endiablada buena mano para mezclar el registro de la realidad, la metaliteratura y lo fantástico. El libro de la fiebre contiene estos tres elementos de manera más que patente, especialmente los dos últimos. Más aún, este breve texto es, según cuenta la propia Gaite, su primera incursión en la fantasía. ¿Por qué no vio la luz hasta ahora? A veces hay que cuidarse de los consejos de los amigos... Poco después de escribirlo, Carmen se lo dio a leer a su futuro marido, Rafael Sánchez Ferlosio, que le respondió con un «no vale nada, resulta vago y caótico». Se ve que a los 24 años Carmen aún no tenía la seguridad en sí misma que luego le caracterizaría...
Relata el tifus que, a finales de mayo de 1949, la tuvo postrada en cama durante cuarenta días. Las fiebres se sucedieron. La penicilina aún no había llegado a España y el tifus representaba una enfermedad muy grave. Las fiebres que sufrió aquel mes largo le produjeron angustias y visiones que, nada más superadas, trasladó al papel en un relato que, hoy, supone para sus lectores una curiosa delicatessen. Claro está, no nos enfrentamos a una obra mayor, ni siquiera a una obra cerrada. Quedó El libro de la fiebre sin pulir, sin reescrituras, en el aire, pero se descubren en cada página todas esas alegrías que la Gaite fue dando a los lectores en El cuarto de atrás, Nubosidad variable, El cuento de nunca acabar... Las fugas como medicina contra el tedio, la simbología de los objetos, el placer de crear ficciones narrando la propia escritura, la construcción de la memoria personal, el amor a la vida “de provincias”, la importancia de la amistad, el poder redentor de los sueños...
Es a El cuarto de atrás al libro que más nos remite esta pequeña obra, tanto es así que una vez leída, es impensable la creación de aquélla sin esta recién aparecida. La prosa juguetona de la Gaite (que aquí se denomina a sí misma como «cangrejo») salta con facilidad de las ensoñaciones de la fiebre a las historias de su vida primeriza en Madrid, y de ahí a los comentarios sobre la propia escritura o a la mejor prosa poética («... ninguno de mis amigos lo sabe ni le importa. A mí tampoco. La tarde tiene su equilibrio en nuestra risa»). Lo que en otros autores podría ser forzado o despiste es en la salmantina, una vez más, puro placer lector. Si las sorpresas que aún cobijan todos esos papeles y libretas que la autora dejó por los rincones son de este calibre, sigue quitándoles el polvo, Ana María, por favor.
Lo dejó caer hace cinco años su hermana Ana María en la presentación de esos apetitosos Cuadernos de todo (Areté/Círculo de Lectores, 2002), que permitieron a sus lectores husmear en las conocidas libretas de la escritora. Entre los cientos de papeles que tras la desaparición (año 2000) de Carmen Martín Gaite hubo que ordenar, o al menos intentarlo, apareció un cuaderno rojo de anillas (dos, en concreto, y una de ellas extraviada) que atesoraba una obra completa: El libro de la fiebre, que ahora podemos conocer editado por Cátedra. Uno se echa a temblar cuando un escritor muere y comienzan a publicarse textos póstumos... No entraré aquí ni ahora en el discutible caso Bolaño, porque no nos encontramos en una situación parecida. Todo lo que hasta el momento se ha publicado se ha hecho con el máximo respeto y ha aportado algo al conocimiento de la Gaite: la novela que escribía cuando nos dejó, Los parecidos (Anagrama), y la citada selección de sus cuadernos, verdadero germen de la obra de Carmen a lo largo de toda su vida.
Arriesgado y empobrecedor es resumir la obra de la autora en tres elementos, pero podríamos condensar su genialidad en esa endiablada buena mano para mezclar el registro de la realidad, la metaliteratura y lo fantástico. El libro de la fiebre contiene estos tres elementos de manera más que patente, especialmente los dos últimos. Más aún, este breve texto es, según cuenta la propia Gaite, su primera incursión en la fantasía. ¿Por qué no vio la luz hasta ahora? A veces hay que cuidarse de los consejos de los amigos... Poco después de escribirlo, Carmen se lo dio a leer a su futuro marido, Rafael Sánchez Ferlosio, que le respondió con un «no vale nada, resulta vago y caótico». Se ve que a los 24 años Carmen aún no tenía la seguridad en sí misma que luego le caracterizaría...
Relata el tifus que, a finales de mayo de 1949, la tuvo postrada en cama durante cuarenta días. Las fiebres se sucedieron. La penicilina aún no había llegado a España y el tifus representaba una enfermedad muy grave. Las fiebres que sufrió aquel mes largo le produjeron angustias y visiones que, nada más superadas, trasladó al papel en un relato que, hoy, supone para sus lectores una curiosa delicatessen. Claro está, no nos enfrentamos a una obra mayor, ni siquiera a una obra cerrada. Quedó El libro de la fiebre sin pulir, sin reescrituras, en el aire, pero se descubren en cada página todas esas alegrías que la Gaite fue dando a los lectores en El cuarto de atrás, Nubosidad variable, El cuento de nunca acabar... Las fugas como medicina contra el tedio, la simbología de los objetos, el placer de crear ficciones narrando la propia escritura, la construcción de la memoria personal, el amor a la vida “de provincias”, la importancia de la amistad, el poder redentor de los sueños...
Es a El cuarto de atrás al libro que más nos remite esta pequeña obra, tanto es así que una vez leída, es impensable la creación de aquélla sin esta recién aparecida. La prosa juguetona de la Gaite (que aquí se denomina a sí misma como «cangrejo») salta con facilidad de las ensoñaciones de la fiebre a las historias de su vida primeriza en Madrid, y de ahí a los comentarios sobre la propia escritura o a la mejor prosa poética («... ninguno de mis amigos lo sabe ni le importa. A mí tampoco. La tarde tiene su equilibrio en nuestra risa»). Lo que en otros autores podría ser forzado o despiste es en la salmantina, una vez más, puro placer lector. Si las sorpresas que aún cobijan todos esos papeles y libretas que la autora dejó por los rincones son de este calibre, sigue quitándoles el polvo, Ana María, por favor.
Y sigue tú también buscando y encontrando delicatessen como estas, Emilio.
ResponderEliminarUn saludo!!
E.
¡Qué reseñón!
ResponderEliminarMuchas gracias al anónimo y al rescatado, que todo lo puede...
ResponderEliminarEncontré este libro de la fiebre por casualidad entre los estantes de una libreria y me atrajo poderosamente. No lo compré porque lo temía incompleto y víctima de ese afán publicador post-mortem, aunque sus fragmentos me sedujeron.
ResponderEliminarAhora no tengo duda. Voy por él.