Canet de Mar, Candaya, 2006. 215 pp. 16 €
José Manuel de la Huerga
Fluir. Fluir es la propuesta narrativa de Agustín Fernández Mallo. Buscar los puntos de conexión neuronal entre lenguajes (ciencia que es ficción, ficción que es poesía postpoética) y crear un magma, una nocilla densa, voluntariamente fragmentaria. Algo que fragüe en su continua fluencia, una cuadratura de un círculo.
No quiero caer en las redes de su discurso, y escribir un texto teórico continuación de las críticas a la narración que, como provocación, aparecen en uno de los capítulos finales de Nocilla dream. Pero he de confesar que una vez inmerso en su aventura narrativa, uno cae, con facilidad, con gusto, en la espiral delirante de esa fluencia de personajes, situaciones, paisajes desérticos... y avanza, corre, en pos de ese final que se sabe inexistente, por la US50. Aunque, paradójicamente, acabe en un pueblo de la montaña leonesa, a la manera de un Bienvenido, Mr. Marshall.
Fernández Mallo, con su conjunto de relatos inteligentemente hilvanados, ha conseguido la fotografía en movimiento, no el cine, sino la foto movida de un puñado de personajes que ruedan entre dos puntos del planeta, los 418 kilómetros que distan entre dos ciudades del desierto de Nevada, Carson City y Ely, o sea, la carretera US50. Es una línea acotada entre dos puntos que, sin embargo, el autor pulveriza desde el primero momento, porque una red de sentimientos, recuerdos, sensaciones y predicciones hace que el lector, en ese continuo desbordamiento, se mueva por la geografía del planeta, Dinamarca, China, México, alguna micronación, Albacete... y lo acepte como otra forma de narrar nuestro hormiguero y de explicarnos a nosotros mismos como una foto movida.
Algo más de cien pequeños textos convierte Nocilla dream en un conjunto de relatos que se resisten al etiquetado, por más que el autor juegue continuamente con las etiquetas, ya sean científicas o de corriente poética innovadora (la poesía postpoética, que en una anterior crítica en este mismo blog causó una “conmoción en la fuerza”), en la biografía de la solapa, en la propia fotografía, supuestamente en Carson City, o en los textos teóricos sobre ciencia, cine, filosofía o sociología que introduce en la riada de textos narrativos concatenados, y abandonados.
Las narraciones, breves, fragmentarias, son unas veces microrrelatos, otras poemas con aliento de haikú, pero que adquieren relieve en cuanto el lector detecta que esos personajes tienen un punto de unión con algún personaje anterior, por azar, por pasar por la misma carretera y sorprenderse con la imagen onírica del único álamo de los 418 kilómetros, el único que encontró agua y crea un pequeño terremoto en la planicie que es ese desierto. El árbol está cuajado de zapatos colgados, y este motivo recurrente da cuerpo a la corriente de personajes y situaciones.
US50: una prostituta que deja el club en compañía de un hombre que atesora una colección de fotos, un grupo de cuatro rubias surferas, una mujer que engaña al marido, un marido y el hijo que se van a la montaña, una pareja que se ama al pie del árbol, el hacedor de cuadros con chicle, el lector obsesivo de Borges, el amigo del lector que se lleva a la prostituta... Todos fluyen como los cables de la luz, como las catenarias de este océano que es el desierto de Nevada, los números binarios, O-1, no ser o ser, zapato impar-zapato par, zapato que no ve el niño de la furgoneta, que es el zapato de su madre...
La sensación de corriente, de río que nos lleva, de azar y de indefensión en este paisaje desértico por donde transita la naturaleza humana es, a mi juicio, el mejor logro de la propuesta. Su supuesta experimentación dentro de un proyecto poético o narrativo de mayor trascendencia, acaso no sea más que un etiquetado, juego o provocación del autor. Eso sí, ha entrado en el espacio narrativo sabiendo domar perfectamente ese caballo desbocado que sería contar por contar. Los textos, en su brevedad, están magníficamente medidos y la contención es una de sus virtudes. Consigue de esa manera esbozar en los personajes características propias de las road movie: soledad, incomunicación, cierta ternura y melancolía, ciertas psicopatologías...que invitan al lector a seguir avanzando y buscarse en algún reflejo de ese ramo de personajes solos que circulan como electrones en torno a un núcleo de calor que puede ser ese árbol de los zapatos al que siempre regresamos.
José Manuel de la Huerga
Fluir. Fluir es la propuesta narrativa de Agustín Fernández Mallo. Buscar los puntos de conexión neuronal entre lenguajes (ciencia que es ficción, ficción que es poesía postpoética) y crear un magma, una nocilla densa, voluntariamente fragmentaria. Algo que fragüe en su continua fluencia, una cuadratura de un círculo.
No quiero caer en las redes de su discurso, y escribir un texto teórico continuación de las críticas a la narración que, como provocación, aparecen en uno de los capítulos finales de Nocilla dream. Pero he de confesar que una vez inmerso en su aventura narrativa, uno cae, con facilidad, con gusto, en la espiral delirante de esa fluencia de personajes, situaciones, paisajes desérticos... y avanza, corre, en pos de ese final que se sabe inexistente, por la US50. Aunque, paradójicamente, acabe en un pueblo de la montaña leonesa, a la manera de un Bienvenido, Mr. Marshall.
Fernández Mallo, con su conjunto de relatos inteligentemente hilvanados, ha conseguido la fotografía en movimiento, no el cine, sino la foto movida de un puñado de personajes que ruedan entre dos puntos del planeta, los 418 kilómetros que distan entre dos ciudades del desierto de Nevada, Carson City y Ely, o sea, la carretera US50. Es una línea acotada entre dos puntos que, sin embargo, el autor pulveriza desde el primero momento, porque una red de sentimientos, recuerdos, sensaciones y predicciones hace que el lector, en ese continuo desbordamiento, se mueva por la geografía del planeta, Dinamarca, China, México, alguna micronación, Albacete... y lo acepte como otra forma de narrar nuestro hormiguero y de explicarnos a nosotros mismos como una foto movida.
Algo más de cien pequeños textos convierte Nocilla dream en un conjunto de relatos que se resisten al etiquetado, por más que el autor juegue continuamente con las etiquetas, ya sean científicas o de corriente poética innovadora (la poesía postpoética, que en una anterior crítica en este mismo blog causó una “conmoción en la fuerza”), en la biografía de la solapa, en la propia fotografía, supuestamente en Carson City, o en los textos teóricos sobre ciencia, cine, filosofía o sociología que introduce en la riada de textos narrativos concatenados, y abandonados.
Las narraciones, breves, fragmentarias, son unas veces microrrelatos, otras poemas con aliento de haikú, pero que adquieren relieve en cuanto el lector detecta que esos personajes tienen un punto de unión con algún personaje anterior, por azar, por pasar por la misma carretera y sorprenderse con la imagen onírica del único álamo de los 418 kilómetros, el único que encontró agua y crea un pequeño terremoto en la planicie que es ese desierto. El árbol está cuajado de zapatos colgados, y este motivo recurrente da cuerpo a la corriente de personajes y situaciones.
US50: una prostituta que deja el club en compañía de un hombre que atesora una colección de fotos, un grupo de cuatro rubias surferas, una mujer que engaña al marido, un marido y el hijo que se van a la montaña, una pareja que se ama al pie del árbol, el hacedor de cuadros con chicle, el lector obsesivo de Borges, el amigo del lector que se lleva a la prostituta... Todos fluyen como los cables de la luz, como las catenarias de este océano que es el desierto de Nevada, los números binarios, O-1, no ser o ser, zapato impar-zapato par, zapato que no ve el niño de la furgoneta, que es el zapato de su madre...
La sensación de corriente, de río que nos lleva, de azar y de indefensión en este paisaje desértico por donde transita la naturaleza humana es, a mi juicio, el mejor logro de la propuesta. Su supuesta experimentación dentro de un proyecto poético o narrativo de mayor trascendencia, acaso no sea más que un etiquetado, juego o provocación del autor. Eso sí, ha entrado en el espacio narrativo sabiendo domar perfectamente ese caballo desbocado que sería contar por contar. Los textos, en su brevedad, están magníficamente medidos y la contención es una de sus virtudes. Consigue de esa manera esbozar en los personajes características propias de las road movie: soledad, incomunicación, cierta ternura y melancolía, ciertas psicopatologías...que invitan al lector a seguir avanzando y buscarse en algún reflejo de ese ramo de personajes solos que circulan como electrones en torno a un núcleo de calor que puede ser ese árbol de los zapatos al que siempre regresamos.
La sequía de auténticas novedades en el panorama literario español se hace evidente en cierta ansiedad esnob por ver surgir algo supuestamente distinto, para así poder celebrarlo y aclamarlo como esas fans de los Beatles que se tiraban de los cabellos. La prueba más clara fue la bendición unánime que recibió Nocilla Dream por parte de la crítica especializada. Libro de prosa contenida (más bien desapasionada) que configura un catálogo de postales excéntricas y curiosidades varias. Según su prologuista, la novela se aventura por caminos no trillados. Como si hasta hace poco el cine no hubiera estado dando el coñazo con Babel. Qué obsesión con el efecto mariposa, con el marco global, con vincular historias que transcurren en sitios remotos, y qué fácil resulta si Internet sirve como enlace. No hay nada de novedad, más bien es todo una gran obviedad: este libro en estos tiempos, las críticas que ha tenido y reacciones como ésta insinuando que está sobrevalorado. En fin, para propuestas literarias elaboradas con conocimiento científico y artístico, cultura pop y mucha información, quisiera recomendar Las Partículas Elementales y La Velocidad de las Cosas, obras explosivas e imaginativas que además apuestan acertadamente por la más lúcida reflexión. Sin duda para apreciar un libro como Nocilla Dream hace falta un mínimo de inteligencia y conocimiento, del que probablemente carezco. Sin duda para elogiar esta novela sin el menor reparo, hace falta mucho, muchísimo esnobismo. No es un prejuicio, es un postjuicio: me he leído el libro hasta el final. Prejuicio-postjuicio, ya ves, no sólo Delleuze puede masturbarse con palabritas. (Laura Egarter)
ResponderEliminarYo creo que el libro no está nada mal: el tono está verdaderamente logrado y te lleva donde quiere. El problema no está en el libro sino en España: libros así, de esta calidad y estilo tendrían que aparecer cada mes, ya que tanto hemos viajado, progresado, aprendido etc. El problema es que no surgen y entonces Nocilla Dream queda un poco (quizá bastante) sobre valorado. Lo de "en el país de los ciegos el tuerto es el rey".
ResponderEliminarBueno, es un poco lo que dice Laura pero yo sí le veo bastantes virtudes al libro, la verdad.