Byblos, Barcelona, 2006. 448 pp. 5 €
Alicia Soria
«Perdone que no le acompañe hasta la puerta, pero es que me estoy muriendo».
Alicia Soria
«Perdone que no le acompañe hasta la puerta, pero es que me estoy muriendo».
Esta ingeniosa frase proviene de una anécdota protagonizada por el escritor, dramaturgo y humorista Antonio de Lara, Tono. Gravemente enfermo a los ochenta y tantos años, fue ingresado en el hospital y allí recibió la visita de un conocido con el que le unía una relación más o menos circunstancial. Cuando el visitante se despidió tras una breve conversación, Tono le dijo: «Perdone que no le acompañe hasta la puerta, pero es que me estoy muriendo». Cuenta la leyenda que murió al día siguiente.
El tiempo ha sido inclemente con la figura del cómico en España. Supongo que el cine mató a la estrella del teatro. De hecho, no me parece inocente que algunos de los creadores más notables de la gran generación de la comedia (Jardiel, Mihura, el mismo Tono), emprendieran su particular “conquista” de Hollywood. Todos ellos fueron de la mano de otro asombroso hombre de teatro, Edgar Neville. Mi anécdota preferida de este increíble personaje es aquella que le lleva a Zamora en un Cadillac descapotable negro, acompañado de su musa Conchita Montes, en el año 1950. Neville era ya amigo de tipos como Charles Chaplin o Douglas Fairbanks. Pero en esta ocasión se dispone a estrenar en Zamora su versión de El tren de París, esta vez sin contar con la presencia de Maurice Chevalier, como en anteriores intervenciones en Hollywood. Ahora, quien le espera es la compañía Puchol–Ozores (la estirpe al completo, además de Miguel Gila, recién incorporado a sus filas) expectantes en la estación castellana. Y la llegada de Neville tiene una recepción digna del mejor Berlanga: una larga alfombra, banda de música... y una caja con unas cien moscas vivas lanzadas en libertad al grito de «¡Soltad las moscas mensajeras!».
Pero esos eran otros tiempos. Los tiempos que Marcos Ordóñez nos invita a añorar en su novela Comedia con fantasmas, una obra que participa del mismo ingenio travieso y no poco absurdo de aquella generación de dramaturgos. Si bien ese sabroso combinado de melancolía socarrona se puede encontrar en todas las novelas de Ordóñez, quizá sea en esta obra donde lo encontremos en mayores proporciones. Algo tendrá que ver la pasión declarada del autor por el mundo del teatro. Cabe señalar que Marcos Ordónez (Barcelona, 1957), además de ser novelista, ha ejercido la crítica teatral en un buen número de cabeceras nacionales. En Comedia con fantasmas, Ordóñez abraza un gran amor: el escenario y quienes lo habitan. Es el suyo un apretón fuerte, de esos que ahogan un poco, pero que son inequívocos en el afecto que manifiestan. Si el lector entra en ese abrazo, participará de un cariño que bien vale el agarrado.
La voz del narrador, Pepín Mendieta, nos transporta a «un mundo que ya no existe»: aquél en el que el teatro era alimento del ocio popular, el cine no era más que un sucedáneo «con letreritos» y la ingenuidad no era un pecado estético capital. El joven Mendieta nos narra su ingreso en el Gran Teatro del Mundo, Compañía de Ernesto Pombal, y cómo se intoxicó allí del virus de la farándula, del que ya no se curaría jamás. Seguiremos su trayectoria hasta convertirse en el famoso (y sin embargo lastimero) «Pepín Mendieta, Rey de la Comedia». Pero, ante todo, a lo largo de este itinerario acompañaremos a un buen puñado de personajes que comparten la obsesión por el escenario, y que conocen la gloria (fugaz) y el olvido (profundo) en la España del siglo pasado: de los años 20 a la década de los 80, presenciaremos cómo la fiebre teatral desciende varios grados bajo cero en un país sacudido por las convulsiones históricas que ya conocemos. Y a pesar de que su mundo se desploma a pedazos, los personajes de Comedia con fantasmas no dejan de bullir en todas las páginas, supervivientes alimentados por el maná del entusiasmo. Ellos serán los espectros que el mismo título anuncia, individuos que acompañan a Mendieta en los sucesivos trechos de su camino, para ir quedando atrás como espíritus ausentes pero jamás olvidados.
Entre ellos, sin duda es Ernesto Pombal el que brilla con fulgor más intenso, y ocupa un lugar central en la narración de Pepín Mendieta, como él mismo advierte: «Mi vida, mi verdadera vida, empezó cuando Pombal llegó a la ciudad; no puedo contar mi vida sin la suya». Ernesto Pombal fue creado a imagen de Enrique Rambal, actor y director a quien, según dicen, Orson Welles consideró un genio tras ver uno de sus montajes en Madrid. Pombal es un caso clínico de enfermedad teatral, que disfruta tanto de pasear a Shakespeare por provincias como de montar «mecanos» con los más apabullantes efectos especiales. Su arrebatamiento escénico nos arrastra página tras página con fuerza irresisible, y su temperamento vivísimo le hace tan real como lo fueron Tono o Mihura. Pombal me lleva a recordar aquella frase de otro dramaturgo preclaro, Oscar Wilde, que aseveraba «la tierra es un teatro, pero tiene un reparto deplorable». Comedia con fantasmas es un evidente esfuerzo por concederle al teatro del mundo el reparto que merece.
En un imaginario ya tan alejado como el nuestro, lectores del siglo XXI, Pombal y Neville son espectrales por igual. Mediante la picardía y entusiasmo de Ordóñez, las anécdotas del Gran Teatro del Mundo se vuelven tan verosímiles como las de la compañía Puchol–Ozores. Con él, sentiremos nostalgia de aquellos a quienes nunca conocimos, de un mundo que ya no existe. El país de los cómicos antes de ser fantasmas, el mundo de «usted es un bohemio, caballero». Comedia con fantasmas es un retrato cautivador de aquellas personas que fueron la bisagra de un escenario antiguo a uno nuevo. Me habría gustado conocer a esa gente, compartir con ellos una tarde de humor sin referencias. Pasmarme con un mecano imposible. Ser la mano que suelta las moscas mensajeras.
El tiempo ha sido inclemente con la figura del cómico en España. Supongo que el cine mató a la estrella del teatro. De hecho, no me parece inocente que algunos de los creadores más notables de la gran generación de la comedia (Jardiel, Mihura, el mismo Tono), emprendieran su particular “conquista” de Hollywood. Todos ellos fueron de la mano de otro asombroso hombre de teatro, Edgar Neville. Mi anécdota preferida de este increíble personaje es aquella que le lleva a Zamora en un Cadillac descapotable negro, acompañado de su musa Conchita Montes, en el año 1950. Neville era ya amigo de tipos como Charles Chaplin o Douglas Fairbanks. Pero en esta ocasión se dispone a estrenar en Zamora su versión de El tren de París, esta vez sin contar con la presencia de Maurice Chevalier, como en anteriores intervenciones en Hollywood. Ahora, quien le espera es la compañía Puchol–Ozores (la estirpe al completo, además de Miguel Gila, recién incorporado a sus filas) expectantes en la estación castellana. Y la llegada de Neville tiene una recepción digna del mejor Berlanga: una larga alfombra, banda de música... y una caja con unas cien moscas vivas lanzadas en libertad al grito de «¡Soltad las moscas mensajeras!».
Pero esos eran otros tiempos. Los tiempos que Marcos Ordóñez nos invita a añorar en su novela Comedia con fantasmas, una obra que participa del mismo ingenio travieso y no poco absurdo de aquella generación de dramaturgos. Si bien ese sabroso combinado de melancolía socarrona se puede encontrar en todas las novelas de Ordóñez, quizá sea en esta obra donde lo encontremos en mayores proporciones. Algo tendrá que ver la pasión declarada del autor por el mundo del teatro. Cabe señalar que Marcos Ordónez (Barcelona, 1957), además de ser novelista, ha ejercido la crítica teatral en un buen número de cabeceras nacionales. En Comedia con fantasmas, Ordóñez abraza un gran amor: el escenario y quienes lo habitan. Es el suyo un apretón fuerte, de esos que ahogan un poco, pero que son inequívocos en el afecto que manifiestan. Si el lector entra en ese abrazo, participará de un cariño que bien vale el agarrado.
La voz del narrador, Pepín Mendieta, nos transporta a «un mundo que ya no existe»: aquél en el que el teatro era alimento del ocio popular, el cine no era más que un sucedáneo «con letreritos» y la ingenuidad no era un pecado estético capital. El joven Mendieta nos narra su ingreso en el Gran Teatro del Mundo, Compañía de Ernesto Pombal, y cómo se intoxicó allí del virus de la farándula, del que ya no se curaría jamás. Seguiremos su trayectoria hasta convertirse en el famoso (y sin embargo lastimero) «Pepín Mendieta, Rey de la Comedia». Pero, ante todo, a lo largo de este itinerario acompañaremos a un buen puñado de personajes que comparten la obsesión por el escenario, y que conocen la gloria (fugaz) y el olvido (profundo) en la España del siglo pasado: de los años 20 a la década de los 80, presenciaremos cómo la fiebre teatral desciende varios grados bajo cero en un país sacudido por las convulsiones históricas que ya conocemos. Y a pesar de que su mundo se desploma a pedazos, los personajes de Comedia con fantasmas no dejan de bullir en todas las páginas, supervivientes alimentados por el maná del entusiasmo. Ellos serán los espectros que el mismo título anuncia, individuos que acompañan a Mendieta en los sucesivos trechos de su camino, para ir quedando atrás como espíritus ausentes pero jamás olvidados.
Entre ellos, sin duda es Ernesto Pombal el que brilla con fulgor más intenso, y ocupa un lugar central en la narración de Pepín Mendieta, como él mismo advierte: «Mi vida, mi verdadera vida, empezó cuando Pombal llegó a la ciudad; no puedo contar mi vida sin la suya». Ernesto Pombal fue creado a imagen de Enrique Rambal, actor y director a quien, según dicen, Orson Welles consideró un genio tras ver uno de sus montajes en Madrid. Pombal es un caso clínico de enfermedad teatral, que disfruta tanto de pasear a Shakespeare por provincias como de montar «mecanos» con los más apabullantes efectos especiales. Su arrebatamiento escénico nos arrastra página tras página con fuerza irresisible, y su temperamento vivísimo le hace tan real como lo fueron Tono o Mihura. Pombal me lleva a recordar aquella frase de otro dramaturgo preclaro, Oscar Wilde, que aseveraba «la tierra es un teatro, pero tiene un reparto deplorable». Comedia con fantasmas es un evidente esfuerzo por concederle al teatro del mundo el reparto que merece.
En un imaginario ya tan alejado como el nuestro, lectores del siglo XXI, Pombal y Neville son espectrales por igual. Mediante la picardía y entusiasmo de Ordóñez, las anécdotas del Gran Teatro del Mundo se vuelven tan verosímiles como las de la compañía Puchol–Ozores. Con él, sentiremos nostalgia de aquellos a quienes nunca conocimos, de un mundo que ya no existe. El país de los cómicos antes de ser fantasmas, el mundo de «usted es un bohemio, caballero». Comedia con fantasmas es un retrato cautivador de aquellas personas que fueron la bisagra de un escenario antiguo a uno nuevo. Me habría gustado conocer a esa gente, compartir con ellos una tarde de humor sin referencias. Pasmarme con un mecano imposible. Ser la mano que suelta las moscas mensajeras.
Pido permiso para poder poner vuestro enlace en mi blog. Gracias.
ResponderEliminarC.A. Makkkafu.
Gracias por tu estupenda crítica, Alicia. Probablemente no lea nunca este libro, pero me ha encantado la anécdota de las moscas mensajeras y la cita de Wilde, que no conocía.
ResponderEliminarSe despide otro bohemio caballero,
KM
Gracias a usted, bohemio caballero. Lo cierto es que Wilde es una fuente inagotable de citas ingeniosas. Ahí va otra de mis preferidas, creo que le gustará:
ResponderEliminar"La vida es simplemente un mal cuarto de hora formado por momentos exquisitos".
Gracias a usted, bohemio caballero. Lo cierto es que Wilde es una fuente inagotable de frases ingeniosas. Ahí va otra de mis preferidas, creo que le gustará:
ResponderEliminar"La vida es simplemente un mal cuarto de hora formado por momentos exquisitos".
Y aún quisiera añadir una cita más de Wilde, con quien Alicia seguro que estará nuevamente de acuerdo:
ResponderEliminar"Detesto la vulgaridad del realismo en la literatura. Al que es capaz de llamarle pala a una pala, deberían obligarle a usar una. Es lo único para lo que sirve."
KM
¡Hola, Alicia! Soy Marcos Ordóñez. Nos conocimos la semana pasada en el Nacional y acabo de leer tu crítica, que es estupenda. Desde aquí, un fuerte abrazo y muchas gracias por tu atención y tu talento
ResponderEliminarM.O.
Si el último en serio era Marcos Ordóñez, quiero dejar aquí plasmada mi admiración por un libro tan bonito como este de "Comedia con fantasmas" que llegó a mis manos por accidente y en donde describen TAN bien todas las personalidades que uno se puede encontrar en el teatro. Me quedo con ganas de saber más sobre Pombal, Monroy y Anglada. ¿Tres secuelas talvez? ;)
ResponderEliminarMis respetos desde El Salvador.
Notable la crítica. Estoy leyendo el libro y realmente es conmovedor, tiene un humor impresionante y un amor al teatro ineludible.
ResponderEliminarHe leído otros libros de Ordóñez que me gustaron mucho Hielo ... Tarzán ... Rancho ... y mi mujer estuvo en España y le pedí que me consiguiera un libro que escribió sobre mi amada Nuria Espert, pero no lo consiguió, le dijeron que se publicó hace 15 años y que ya ... Gracias Marcos Ordóñez por como escribes, a mis manos llegó Hielo y después todos los otros... todos muy buenos. Gracias
Jorge Gómez de Armas Uruguay