Trad. José Martínez de Aragón, revisada por María Casas y Mercedes Puigmartí. Apéndice: Entrevista de Winston Leyland a Christopher Isherwood (publicada originalmente en “Gay Shunshine Journal” Nº 19, 1973; trad. Eduardo Wards Simon). Debolsillo, Barcelona, 2006. 173 pp. 8’50 €
Óscar Esquivias
A mí las ediciones de bolsillo me huelen a tren, a monedas contadas, a novela que se compra a última hora en el quiosco de una estación remota, se mete en el bolsillo de la mochila y se va leyendo en un vagón o bajo la lona de una tienda de campaña. Seguro que la biblioteca de cualquier buen lector guarda estos libros azarosos y modestos, de páginas apretadas que guardan billetes de autobús y también algo intangible que sólo nosotros conocemos: nuestra memoria vital. Pues bien: ¡qué sorpresa y qué felicidad descubrir en esos expositores de estación las novelas de Christopher Isherwood! Entre tanta novela barata –en todas las acepciones del término– se agazapan también las de este autor, que contienen un peligro grandísimo: pueden cambiar la vida del lector ocasional y convertirlo, sin que lo sospeche, en un adicto a la literatura. A mí me gustaría tener dieciséis años, coger uno de sus títulos al azar, sin referencias, y leerlo por primera vez: hay tanta emoción, tal afán de plenitud en sus personajes, que siempre me da la impresión de que Isherwood escribe para jóvenes y que son ellos quienes mejor pueden aprovecharse de su lectura.
¿Juventud? ¿Emoción? ¿Afán de plenitud? Alguien podría pensar que Un hombre soltero (A Single Man, 1964) desmiente de plano todo esto. Isherwood redactó la novela con sesenta años y cuenta una historia poco juvenil: un día cualquiera en la vida de George, un maduro profesor universitario que no acaba de acostumbrarse a la ausencia de Jim, su novio, muerto hace poco en un accidente de circulación en el lejano Ohio (el relato está ambientado en California, en 1962). Los actos de la jornada de George, descritos con minuciosidad, son banales: lee sentado en la taza del váter, conduce, da sus clases, entra en un supermercado, hace visitas de compromiso, se emborracha... Es un hombre entristecido por su eufemística “soltería” (Isherwood no habría podido titular su novela Un hombre viudo, aunque es la “viudez” –la muerte del compañero amado– el asunto medular del libro); George intenta sobreponerse a su abatimiento sin encontrar fuerzas ni razones para hacerlo: la muerte parece que se lo ha arrebatado todo pero en realidad le ha dejado el omnipresente recuerdo de Jim en cada cosa que ve, piensa, siente o hace.
No se trata, sin embargo, de una historia sombría o tristona, todo lo contrario: la inteligencia y la lucidez de George iluminan todos sus actos, a pesar de que él se siente un inquilino en su propio cuerpo y tiene la impresión de que se mueve sólo por inercia. Él no lo sabe, pero hay algo poderoso y secreto que le guía: el destino. El lector pronto empieza a sospechar que algo importante está sucediendo bajo la apariencia de la cotidianeidad, que no está leyendo un simple relato costumbrista sino que asiste a algo profundamente simbólico. Isherwood nos da al final la clave que justifica todas las anécdotas que se han ido hilando a lo largo del relato y las ilumina con una nueva perspectiva. Para conocer esta clave el lector no tendrá más remedio que leerse la novela porque nosotros, por supuesto, no se la vamos a desvelar.
El estilo de Isherwood se caracteriza por su sobria naturalidad, alejada de cualquier efectismo. El libro está contado por un narrador en tercera persona que sólo nos muestra el punto de vista de George. Es una novela muy apegada a lo físico, a las necesidades y sensaciones del cuerpo, a veces desde la perspectiva más material. Isherwood parece recordarnos que todo es importante y forma parte de nuestra humanidad. Nuestra vida es tan corta y tan frágil que el gesto más banal –mear, bañarse en la playa, espiar a unos chicos que juegan al tenis, tirarse pedos disimuladamente– es una manifestación de la vida, incluso lo que podamos considerar más secreto y sucio. También, por supuesto, la homosexualidad. El lector actual quizá –ojalá– no la considerará digna de estos adjetivos, pero merece la pena subrayar que no siempre ha sido así y que George es uno de los primeros personajes de la literatura anglosajona que no viven su sexualidad como algo enfermizo, vergonzante o ridículo. Un hombre soltero es una novela que ilumina el mundo. Uno siente que sale enriquecido de su lectura, que ha ganado experiencia, que ha visto cosas hondas, importantes. Por eso creo que entusiasmará a los más jóvenes: porque no es una narración paternalista para leer en el sofá en pantuflas, sino que se parece a esas conversaciones que se tienen en susurros, de tú a tú, en una tienda de campaña.
Ahora los libros de bolsillo han cambiado mucho. Antes solían ser ediciones descuidadas que se desencuadernaban según se iban leyendo, con páginas repletas de texto escrito en letras diminutas que ponían a prueba la vista y la vocación del lector. Nada de esto sucede en Un hombre soltero. Debolsillo ha publicado una edición maravillosa y sólo espero que el anuncio que hacen en la portada de “Biblioteca Christopher Isherwood” signifique que van a incluir todas sus novelas. En la portada se ve a dos chavales que avanzan por la playa con sus tablas de surf, camino del mar. No tiene mucho que ver con el contenido de la novela, pero esto no es un reproche: estoy seguro de que a Isherwood le habría encantado esta ilustración. Espero que el gancho funcione y se vendan miles de libros.
Óscar Esquivias
A mí las ediciones de bolsillo me huelen a tren, a monedas contadas, a novela que se compra a última hora en el quiosco de una estación remota, se mete en el bolsillo de la mochila y se va leyendo en un vagón o bajo la lona de una tienda de campaña. Seguro que la biblioteca de cualquier buen lector guarda estos libros azarosos y modestos, de páginas apretadas que guardan billetes de autobús y también algo intangible que sólo nosotros conocemos: nuestra memoria vital. Pues bien: ¡qué sorpresa y qué felicidad descubrir en esos expositores de estación las novelas de Christopher Isherwood! Entre tanta novela barata –en todas las acepciones del término– se agazapan también las de este autor, que contienen un peligro grandísimo: pueden cambiar la vida del lector ocasional y convertirlo, sin que lo sospeche, en un adicto a la literatura. A mí me gustaría tener dieciséis años, coger uno de sus títulos al azar, sin referencias, y leerlo por primera vez: hay tanta emoción, tal afán de plenitud en sus personajes, que siempre me da la impresión de que Isherwood escribe para jóvenes y que son ellos quienes mejor pueden aprovecharse de su lectura.
¿Juventud? ¿Emoción? ¿Afán de plenitud? Alguien podría pensar que Un hombre soltero (A Single Man, 1964) desmiente de plano todo esto. Isherwood redactó la novela con sesenta años y cuenta una historia poco juvenil: un día cualquiera en la vida de George, un maduro profesor universitario que no acaba de acostumbrarse a la ausencia de Jim, su novio, muerto hace poco en un accidente de circulación en el lejano Ohio (el relato está ambientado en California, en 1962). Los actos de la jornada de George, descritos con minuciosidad, son banales: lee sentado en la taza del váter, conduce, da sus clases, entra en un supermercado, hace visitas de compromiso, se emborracha... Es un hombre entristecido por su eufemística “soltería” (Isherwood no habría podido titular su novela Un hombre viudo, aunque es la “viudez” –la muerte del compañero amado– el asunto medular del libro); George intenta sobreponerse a su abatimiento sin encontrar fuerzas ni razones para hacerlo: la muerte parece que se lo ha arrebatado todo pero en realidad le ha dejado el omnipresente recuerdo de Jim en cada cosa que ve, piensa, siente o hace.
No se trata, sin embargo, de una historia sombría o tristona, todo lo contrario: la inteligencia y la lucidez de George iluminan todos sus actos, a pesar de que él se siente un inquilino en su propio cuerpo y tiene la impresión de que se mueve sólo por inercia. Él no lo sabe, pero hay algo poderoso y secreto que le guía: el destino. El lector pronto empieza a sospechar que algo importante está sucediendo bajo la apariencia de la cotidianeidad, que no está leyendo un simple relato costumbrista sino que asiste a algo profundamente simbólico. Isherwood nos da al final la clave que justifica todas las anécdotas que se han ido hilando a lo largo del relato y las ilumina con una nueva perspectiva. Para conocer esta clave el lector no tendrá más remedio que leerse la novela porque nosotros, por supuesto, no se la vamos a desvelar.
El estilo de Isherwood se caracteriza por su sobria naturalidad, alejada de cualquier efectismo. El libro está contado por un narrador en tercera persona que sólo nos muestra el punto de vista de George. Es una novela muy apegada a lo físico, a las necesidades y sensaciones del cuerpo, a veces desde la perspectiva más material. Isherwood parece recordarnos que todo es importante y forma parte de nuestra humanidad. Nuestra vida es tan corta y tan frágil que el gesto más banal –mear, bañarse en la playa, espiar a unos chicos que juegan al tenis, tirarse pedos disimuladamente– es una manifestación de la vida, incluso lo que podamos considerar más secreto y sucio. También, por supuesto, la homosexualidad. El lector actual quizá –ojalá– no la considerará digna de estos adjetivos, pero merece la pena subrayar que no siempre ha sido así y que George es uno de los primeros personajes de la literatura anglosajona que no viven su sexualidad como algo enfermizo, vergonzante o ridículo. Un hombre soltero es una novela que ilumina el mundo. Uno siente que sale enriquecido de su lectura, que ha ganado experiencia, que ha visto cosas hondas, importantes. Por eso creo que entusiasmará a los más jóvenes: porque no es una narración paternalista para leer en el sofá en pantuflas, sino que se parece a esas conversaciones que se tienen en susurros, de tú a tú, en una tienda de campaña.
Ahora los libros de bolsillo han cambiado mucho. Antes solían ser ediciones descuidadas que se desencuadernaban según se iban leyendo, con páginas repletas de texto escrito en letras diminutas que ponían a prueba la vista y la vocación del lector. Nada de esto sucede en Un hombre soltero. Debolsillo ha publicado una edición maravillosa y sólo espero que el anuncio que hacen en la portada de “Biblioteca Christopher Isherwood” signifique que van a incluir todas sus novelas. En la portada se ve a dos chavales que avanzan por la playa con sus tablas de surf, camino del mar. No tiene mucho que ver con el contenido de la novela, pero esto no es un reproche: estoy seguro de que a Isherwood le habría encantado esta ilustración. Espero que el gancho funcione y se vendan miles de libros.
Es un verdadero placer leeros, pero al mismo tiempo un peligro cierto, ya que son tantas las ganas de leer casi todo lo que comentais...pero tan escaso el tiempo para hacerlo.
ResponderEliminarNo he leído nada de éste autor, pero me has animado a hacerlo. Un saludo.
ResponderEliminarTe doy toda la razón, es un libro magnífico, lo leí hace muchos años en versión original y la verdad es que me encantó. De hecho fue el primer libro que leí de este autor, y su lectura me llevó a seguir leyéndole.
ResponderEliminarCarlota
Gracias por la breve reseña, es empuje mas que suficiente para leerlo
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