DVD, Barcelona, 2006. 77 pp. 8 €
Francesc Miralles
Abordo este poemario de Elena Medel con la inocencia (e ignorancia) de no haber leído sus anteriores obras, Mi primer bikini (2001) ―ganador del Premio Andalucía Joven― y Vacaciones (2004). Sólo sé por reseñas anteriores que esta autora cordobesa abandona por fin «el estilo pop» y la nueva generación poética en la que había sido encasillada hasta ahora. Pues con sólo 21 años ya ha tenido tiempo de publicar todo esto y ser traducida a cuatro idiomas.
El título nº 100 de DVD es una exploración genealógica y emocional de la muerte a raíz del fallecimiento de la abuela de la autora. La primera parte del libro tiene como centro de gravedad el recuerdo cálido de esta ausencia:
Francesc Miralles
Abordo este poemario de Elena Medel con la inocencia (e ignorancia) de no haber leído sus anteriores obras, Mi primer bikini (2001) ―ganador del Premio Andalucía Joven― y Vacaciones (2004). Sólo sé por reseñas anteriores que esta autora cordobesa abandona por fin «el estilo pop» y la nueva generación poética en la que había sido encasillada hasta ahora. Pues con sólo 21 años ya ha tenido tiempo de publicar todo esto y ser traducida a cuatro idiomas.
El título nº 100 de DVD es una exploración genealógica y emocional de la muerte a raíz del fallecimiento de la abuela de la autora. La primera parte del libro tiene como centro de gravedad el recuerdo cálido de esta ausencia:
Todo cuanto tengo
te lo debo. Aprendiste a leer con cinco años. Con ochenta
te lo debo. Aprendiste a leer con cinco años. Con ochenta
escribiste, en un cuaderno de hojas cuadriculadas,
tu vida. Felicidad fue tu última palabra.
La desaparición de cualquier ser querido nos despierta a la realidad de la muerte, nos acerca un paso al abismo a la vez que nos centrifuga hacia el pasado para tratar de entender el conjunto de la historia. Y es a partir de la muerte de la abuela que Elena Medel se proyecta hacia un pasado compartimentado en siete vidas diferentes, cual felino que debe reinventarse para sobrevivir a los embates del tiempo.
Aunque no es la primera despedida en el mundo familiar de la autora ―en la familia de su madre los hombres «mueren antes de los cuarenta años»―, la pérdida de este ser carismático y formativo le hace tomar conciencia de lo que ya advertían los célebres versos de Gil de Biedma, que «envejecer, morir, es el único argumento de la obra».
Y Tara es justamente un viaje hacia los orígenes de la pérdida y hacia la ganancia del dolor. La obra se proyecta hacia atrás porque morir es regresar al principio de la nada. Coherente con esta estructura, deja para el final ―que es el principio― la etimología del título:
La desaparición de cualquier ser querido nos despierta a la realidad de la muerte, nos acerca un paso al abismo a la vez que nos centrifuga hacia el pasado para tratar de entender el conjunto de la historia. Y es a partir de la muerte de la abuela que Elena Medel se proyecta hacia un pasado compartimentado en siete vidas diferentes, cual felino que debe reinventarse para sobrevivir a los embates del tiempo.
Aunque no es la primera despedida en el mundo familiar de la autora ―en la familia de su madre los hombres «mueren antes de los cuarenta años»―, la pérdida de este ser carismático y formativo le hace tomar conciencia de lo que ya advertían los célebres versos de Gil de Biedma, que «envejecer, morir, es el único argumento de la obra».
Y Tara es justamente un viaje hacia los orígenes de la pérdida y hacia la ganancia del dolor. La obra se proyecta hacia atrás porque morir es regresar al principio de la nada. Coherente con esta estructura, deja para el final ―que es el principio― la etimología del título:
La RAE define tara como el peso sin calibrar, como un defecto, e incluso como una víbora venenosa. Tara es, además, la tierra en la que Scarlett O’Hara amó y padeció, y el mayor paraíso natural de Serbia, y el título de un poema de Emma Couceiro, y una divinidad budista y ―sobre todo― la antigua diosa de la fecundidad en Gran Canaria...
Tara es esto y mucho más: el descubrimiento de que uno nace para llorar la muerte de otros, cuando el corazón se convierte en un hotel de dos estrellas donde sólo se alojan personajes sombríos; la certeza de que el corazón es biodegradable.
Con un lenguaje así de sencillo y evocador, Elena Medel nos transporta a lomos de un cangrejo por el gradual conocimiento de la muerte ―si lo que no-es puede ser conocido―, una geografía donde el hueco tiene mayor peso que el cuerpo y la ausencia gana la partida a la presencia. Pues sólo la desaparición confirma lo que ha existido y permite entenderlo en toda su profundidad.
Siete vidas en una, numeradas y diseccionadas a partir de lo que falta, porque cada tara crea una nueva esencia y cada estrella que muere en nuestra constelación emocional obliga a reajustar el juego de fuerzas de todo un universo.
Buen viaje, Elena. Nos vemos en la próxima vida. Pues no hay siete sin ocho.
Y, sobre todo, tiene "pelecanus" que es una suerte de poema en prosa -yo diría que más cercano al microcuento esencialmente poético-, y, además, una de esas joyas infrecuentes.
ResponderEliminarUn gusto de poemario.
Yo creo que es una diosa de la fecundidad que ya empieza a tener descendientes, las palabras que componen este poemario se asemejan más a esporas que van dejando nuevas plantas en el camino. El salto sin red ha sido ejecutado con éxito, y eso que no había red protectora en el suelo. Me parece una obra valiente, preñada de simbolismos emergentes, terriblemente evocadora...
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