Premio Calderón de la Barca 2005. Centro de Documentación Teatral. Madrid, 2006. 96 pp. 6 €
Paul M. Viejo
Uno teme que si ella es capaz de levantar el polvo de un camino casi inexistente a través del desierto, si logra llegar a un pueblucho de mala muerte llamado Moriarty en mitad de Nuevo México justo cuando en ese pueblo las sirenas y las luces de la policía forman un nada agradable espectáculo de colores y sonido porque varios niños han desaparecido, si tiene la habilidad de colarse furtivamente en el motel más importante de la ciudad y el menos importante del planeta sin que el recepcionista se dé cuenta, y, además, consigue inmiscuirse en la conversación de una pareja, entonces, si logra todo eso, la amenaza es casi capaz de cualquier cosa, de hacer su aparición en cualquier parte.
La amenaza que cae sobre Vivien y William Dabble, protagonistas de la obra con la que Rojano ganó el último Premio Calderón de la Barca, es del tipo más habitual: una puerta se abre y en cualquier momento puede cerrarse, o entrar alguien. Y es que cuando ambos, los Dabble, después de haber dejado a un lado todos sus sueños («¿Pero qué vamos a conseguir? ¿Hay algo aún por conseguir?» p.36), se encuentran huyendo de todo y hacia todo («Según me han contado, llevan un par de viaje, más de mil millas sobre la espalda. (...) Realmente, debe estar muy cansada.», «Las voces no descansan nunca, Willie, ¿por qué debo hacerlo yo?» p.53) una nueva oportunidad les llega con un extraño, el señor Erie K., dispuesto a llevarles a Oklahoma a cambio de poco, muy poco («¿De qué hablas? ¡Erie me está ayudando! ¡Erie es un buen tipo!», «joder con las manos todos quieren ayudarte cariño para ti todos son buenos tipos con las manos» p.75) para que puedan olvidar todo, para empezar de cero, para comprar unos zapatos rojos.
Ha dispuesto Antonio Rojano (Córdoba, 1982) en esta obra un agitado combate entre sueños y dudas («toda la gente del desierto tiene malos sueños en los que la arena es su principal protagonista. Si viviera por aquí durante una temporada sería consciente de ello. Sueños durante el día y durante la noche, jodidos sueños que se desahacen entre los dedos, como si estuvieran hechos de hielo, ¡sueños de arena del desierto!»). Una deliciosa apuesta por el teatro de texto, que se nutre de la poesía y el cine, con una meditada propuesta para su montaje, y al tiempo una —como subtitula él mismo— tragedia de amenaza, en profundo homenaje a Harold Pinter y sus comedias de amenaza, como resuenan homenajes («No se oye nada, salvo ese zumbido. Es extraño» p.40) a Sheppard, Mamet, las road movies, Carver, recuperando un imaginario que todos hemos visitado ya, soñado, referencias realistas que son (como dice en nota inicial el dramaturgo) «una mera excusa para el desarrollo de la trama», una puerta abierta por donde se cuela alguien. Alguien peligroso.
Paul M. Viejo
Uno teme que si ella es capaz de levantar el polvo de un camino casi inexistente a través del desierto, si logra llegar a un pueblucho de mala muerte llamado Moriarty en mitad de Nuevo México justo cuando en ese pueblo las sirenas y las luces de la policía forman un nada agradable espectáculo de colores y sonido porque varios niños han desaparecido, si tiene la habilidad de colarse furtivamente en el motel más importante de la ciudad y el menos importante del planeta sin que el recepcionista se dé cuenta, y, además, consigue inmiscuirse en la conversación de una pareja, entonces, si logra todo eso, la amenaza es casi capaz de cualquier cosa, de hacer su aparición en cualquier parte.
La amenaza que cae sobre Vivien y William Dabble, protagonistas de la obra con la que Rojano ganó el último Premio Calderón de la Barca, es del tipo más habitual: una puerta se abre y en cualquier momento puede cerrarse, o entrar alguien. Y es que cuando ambos, los Dabble, después de haber dejado a un lado todos sus sueños («¿Pero qué vamos a conseguir? ¿Hay algo aún por conseguir?» p.36), se encuentran huyendo de todo y hacia todo («Según me han contado, llevan un par de viaje, más de mil millas sobre la espalda. (...) Realmente, debe estar muy cansada.», «Las voces no descansan nunca, Willie, ¿por qué debo hacerlo yo?» p.53) una nueva oportunidad les llega con un extraño, el señor Erie K., dispuesto a llevarles a Oklahoma a cambio de poco, muy poco («¿De qué hablas? ¡Erie me está ayudando! ¡Erie es un buen tipo!», «joder con las manos todos quieren ayudarte cariño para ti todos son buenos tipos con las manos» p.75) para que puedan olvidar todo, para empezar de cero, para comprar unos zapatos rojos.
Ha dispuesto Antonio Rojano (Córdoba, 1982) en esta obra un agitado combate entre sueños y dudas («toda la gente del desierto tiene malos sueños en los que la arena es su principal protagonista. Si viviera por aquí durante una temporada sería consciente de ello. Sueños durante el día y durante la noche, jodidos sueños que se desahacen entre los dedos, como si estuvieran hechos de hielo, ¡sueños de arena del desierto!»). Una deliciosa apuesta por el teatro de texto, que se nutre de la poesía y el cine, con una meditada propuesta para su montaje, y al tiempo una —como subtitula él mismo— tragedia de amenaza, en profundo homenaje a Harold Pinter y sus comedias de amenaza, como resuenan homenajes («No se oye nada, salvo ese zumbido. Es extraño» p.40) a Sheppard, Mamet, las road movies, Carver, recuperando un imaginario que todos hemos visitado ya, soñado, referencias realistas que son (como dice en nota inicial el dramaturgo) «una mera excusa para el desarrollo de la trama», una puerta abierta por donde se cuela alguien. Alguien peligroso.
Gran reseña, y un merecido aplauso para alguien defendiendo la presencia del teatro leído en medio de esta tormenta.
ResponderEliminarAbrazos.