Traducción de Ágata Orzeszek. Anagrama, Barcelona, 2006. 308 pp. 15 €
Doménico Chiappe
Este es un libro de un libro. No de muchos libros, de uno solo: Historia, de Heródoto, el griego que dedicó su vida a escribir y contar lo que descubría de las naciones que conformaban su cosmogonía. Nueve libros escritos, se cree, en el año 444 a.C, que detalla la acción y la cultura de los pueblos que alcanzó a conocer. Y también es un libro que cuenta la relación que con Heródoto estableció Ryszard Kapuscinski, el aprendiz de brujo, uno de los autores que ha contribuido a hacer del periodismo un arte literario, tan reputado como cualquier otro género.
Kapuscinski lo lee por primera vez cuando era un joven vestido con un «traje de cheviot de llamativas rayas grises y azules, la chaqueta cruzada con doble fila de botones y unas hombreras salidas y angulosas, y el pantalón, ancho, demasiado largo y con las perneras acabadas en una gran vuelta», que soñaba con traspasar la frontera de Polonia. Cruzarla, nada más. Adonde fuera. Y con esta ambición ya superaba a la mayoría de su generación, en una Polonia aturdida por la bota comunista, que impidió la publicación del libro hasta 1955. Porque los libros son peligrosos, dice Kapuscinski. Porque entrañan alusiones, porque quien lee no «para de hacerse preguntas».
Cuando su jefa Irena Tarlowska le anuncia que su anhelo será realidad, que viajará a la India, también le hace un regalo, este libro; un obsequio de por vida. Kapuscinski asegura que «aunque pasaran años sin que abriese su Historia, no por eso dejaba yo de pensar en su autor» e imagina que el griego se sienta junto a él a la orilla del mar y le conversa. Kapuscinski le atribuye la paternidad del reportaje, del contraste de fuentes e incluso del sensacionalismo: «observa las reglas del mercado mediático, para venderla, la historia tiene que ser interesante, debe contener algo picante».
Heródoto, de quien transcribe un selección de pasajes variados, le apoya cuando Kapuscinski intenta cruzar el abismo del idioma en Nueva Delhi y en China y aprende inglés leyendo a Hemingway. Le acompaña cuando visiona las muertes y desplazamientos de las guerras del mundo y aflora su sensibilidad: «llevaban años errando por el país sin poder hallar auxilio y, abandonados a su sino, vegetaban todavía durante un tiempo en lugares como la Sealdah Station». Heródoto lo consuela cuando le roban en Egipto; cuando tropieza con los temibles gendarmes del Congo que sólo quieren un cigarrillo.
Aunque regresa a lugares que ya ha descrito en otras obras, Kapuscinski no repite lo que ya ha escrito en El Sha, El Emperador, Ébano, La Guerra del fútbol y otros reportajes. En Viajes con Heródoto nos entrega otra mirada, más íntima. En este libro Kapuscinski se desnuda mucho más; hace un streep tease del alma. Por ejemplo, descubre al lector su niñez, sin zapatos con el invierno aproximándose, y cuenta la primera vez que fuma hachís y viajó a «un mundo distinto, uno en que mi cuerpo había perdido todo su peso».
Sospecho que Kapuscinski se identifica tanto con Heródoto porque, como él, ha vivido lo que relata: la crueldad y la fascinación; porque ambos han ejercido su profesión como vagabundos; porque ninguno de los dos ha sido un héroe, sólo hombres con la suerte de sobrevivir a las aventuras que han asumido, y, sobre todo, porque ambos han preferido siempre hablar con la gente para escuchar esa historia no oficial, que reconstruyen en sus textos. El discípulo es, desde hace ya tiempo, maestro; y vuelve a demostrarlo en este libro, especie de reseña vivencial.
Doménico Chiappe
Este es un libro de un libro. No de muchos libros, de uno solo: Historia, de Heródoto, el griego que dedicó su vida a escribir y contar lo que descubría de las naciones que conformaban su cosmogonía. Nueve libros escritos, se cree, en el año 444 a.C, que detalla la acción y la cultura de los pueblos que alcanzó a conocer. Y también es un libro que cuenta la relación que con Heródoto estableció Ryszard Kapuscinski, el aprendiz de brujo, uno de los autores que ha contribuido a hacer del periodismo un arte literario, tan reputado como cualquier otro género.
Kapuscinski lo lee por primera vez cuando era un joven vestido con un «traje de cheviot de llamativas rayas grises y azules, la chaqueta cruzada con doble fila de botones y unas hombreras salidas y angulosas, y el pantalón, ancho, demasiado largo y con las perneras acabadas en una gran vuelta», que soñaba con traspasar la frontera de Polonia. Cruzarla, nada más. Adonde fuera. Y con esta ambición ya superaba a la mayoría de su generación, en una Polonia aturdida por la bota comunista, que impidió la publicación del libro hasta 1955. Porque los libros son peligrosos, dice Kapuscinski. Porque entrañan alusiones, porque quien lee no «para de hacerse preguntas».
Cuando su jefa Irena Tarlowska le anuncia que su anhelo será realidad, que viajará a la India, también le hace un regalo, este libro; un obsequio de por vida. Kapuscinski asegura que «aunque pasaran años sin que abriese su Historia, no por eso dejaba yo de pensar en su autor» e imagina que el griego se sienta junto a él a la orilla del mar y le conversa. Kapuscinski le atribuye la paternidad del reportaje, del contraste de fuentes e incluso del sensacionalismo: «observa las reglas del mercado mediático, para venderla, la historia tiene que ser interesante, debe contener algo picante».
Heródoto, de quien transcribe un selección de pasajes variados, le apoya cuando Kapuscinski intenta cruzar el abismo del idioma en Nueva Delhi y en China y aprende inglés leyendo a Hemingway. Le acompaña cuando visiona las muertes y desplazamientos de las guerras del mundo y aflora su sensibilidad: «llevaban años errando por el país sin poder hallar auxilio y, abandonados a su sino, vegetaban todavía durante un tiempo en lugares como la Sealdah Station». Heródoto lo consuela cuando le roban en Egipto; cuando tropieza con los temibles gendarmes del Congo que sólo quieren un cigarrillo.
Aunque regresa a lugares que ya ha descrito en otras obras, Kapuscinski no repite lo que ya ha escrito en El Sha, El Emperador, Ébano, La Guerra del fútbol y otros reportajes. En Viajes con Heródoto nos entrega otra mirada, más íntima. En este libro Kapuscinski se desnuda mucho más; hace un streep tease del alma. Por ejemplo, descubre al lector su niñez, sin zapatos con el invierno aproximándose, y cuenta la primera vez que fuma hachís y viajó a «un mundo distinto, uno en que mi cuerpo había perdido todo su peso».
Sospecho que Kapuscinski se identifica tanto con Heródoto porque, como él, ha vivido lo que relata: la crueldad y la fascinación; porque ambos han ejercido su profesión como vagabundos; porque ninguno de los dos ha sido un héroe, sólo hombres con la suerte de sobrevivir a las aventuras que han asumido, y, sobre todo, porque ambos han preferido siempre hablar con la gente para escuchar esa historia no oficial, que reconstruyen en sus textos. El discípulo es, desde hace ya tiempo, maestro; y vuelve a demostrarlo en este libro, especie de reseña vivencial.
de puta madre!!! K me encanta y este libro, por lo que dice la reseña, nome decepcionará. El otro día compré otro libro que reseñó Chiappe, el de Villoro Dios es Redondo, y me encantó.
ResponderEliminarERES MI HEROS KAPUSHINSKY TE ADMIRO DEMACIADO
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