Traducción de Benito Gómez. Anagrama, Barcelona, 2006. 320 páginas. 18 €
Una pista inequívoca de que un autor tiene todas las papeletas para convertirse en clásico es que su apellido mute en adjetivo. A la excelsa lista de conocidos, entre los que figuran, por ejemplo, «borgiano» o «kafkiano», podemos añadir por derecho propio el vocablo «austeriano», que designa un tipo de historias extraídas del mármol por los cinceles del azar, protagonizadas por seres diezmados y perplejos, siempre inmersos en alguna cruzada delirante e íntima, personajes que el mismo Auster ha bautizado como la Corte de los Hombres Debilitados. El escritor de Brooklyn ha erigido pues un universo único e intransferible, que ha ido trazando con mimo de jardinero zen, y cuya originalidad lo preservará del paso del tiempo.
Pero, ¿con qué puede seguir sorprendiéndonos un autor en cuya bibliografía se incluyen obras tan importantes como La trilogía de Nueva York, La música del azar, El país de las últimas cosas o El palacio de la luna? Basta con echar un vistazo a sus últimas novelas para comprender que Auster, al borde de los sesenta, ha decidido no complicarse demasiado la vida y seguir disfrutando del impulso de narrar, sin pararse demasiado a preguntarse qué. El propio autor ha declarado en una entrevista reciente que sus libros importantes ya están escritos. Y sus lectores más devotos sabemos que eso es cierto, pero que aún así no puede dejar de escribir, ahora con ordenador, aunque lo que produzca no sean ya sino obras menores, pequeños paseos por su jardín encantado, supervisando las rosas que plantó en el pasado. Quizás por eso, porque ya no ha de demostrase nada, una novela tan fallida argumentalmente como La noche del oráculo atesora las mejores páginas que Auster ha escrito nunca.
¿Qué significa Brooklyn Follies en su extensa producción? Poca cosa, si se la compara con sus logros del pasado, y una excelente y amena novela si la comparamos con la mayoría de las que infaman los escaparates. Brooklyn Follies, cuya trama se vertebra sobre el inesperado reencuentro entre el protagonista, Nathan Glass, sobreviviente de un cáncer de pulmón y un divorcio, y su sobrino Tom, un joven prometedor que ahora malvive en Brooklyn, parece estar escrita como el primero escribe El libro de las locuras de los hombres, para entretener la espera de la Parca: «me sentaba a escribir, cerraba los ojos, y dejaba que mis pensamientos vagaran en la dirección que les apeteciese». Ese parece ser el no-plan de Auster, limitarse a dejar vivir a sus personajes, permitir que se relacionen entre ellos mediante los vínculos de la sangre y el azar, invitarles a confesarse sus secretos e ilusiones más recónditas en restaurantes entrañables, y hacerles protagonizar esas modestas peripecias vitales que jalonan la existencia de cada persona. A insuflarles, en fin, una apabullante humanidad. Pues aunque la sustancia argumental no sea otra cosa que un improvisado engarce de anécdotas, algunas de ellas verdaderamente descacharrantes, como la de la maquinilla de afeitar atascada en el inodoro, Auster demuestra nuevamente en Brooklyn Follies que posee una mano maestra para diseñar vidas normales, donde las aspiraciones se derrumban con naturalidad, como la de Tom, el sobrino del protagonista, cuya biografía prometía ser excepcional y que ahora permanece varado en una inesperada mediocridad, hundiéndose más y más en las arenas movedizas de su destino averiado, o su bella y alocada hermana Aurora, juguete a la deriva de su propia belleza. También esta novela, como no podía ser de otro modo, es un tratado sobre cómo el azar incide en nuestras existencias: todo cuanto uno hace en la vida está contaminado por la casualidad, y cada decisión que tomamos, por nimia que sea, despliega ante nosotros un abanico de consecuencias inesperadas.
Brooklyn Follies es, en fin, la novela de un inventor de tramas algo distraído pero un narrador apasionado, deseoso de contarnos lo primero que se le pasa por la cabeza. ¿Y quién puede reprochárselo? Desde luego yo no.
Nathan Glass, sobreviviente de un cáncer de pulmón y un divorcio
ResponderEliminarMe ha gustado esta frase. Supongo que debe haber algún cáncer que sea como un divorcio y viceversa. Me he hecho gracia verlas al mismo nivel, no obstante.
La verdad es que el síndrome Auster ha hecho que me nazca una especie de reticencia maligna en forma de escalofrío y temblor (por ahí, por la zona del corazón o el hígado). Sí, no lo he leído (y creo que al paso que vamos tendré que hacerlo) Lo que ocurre es que allegados y no tan allegados que, del mismo modo, cometen pecados mortales como leer a Lucía Etxebarría o al Dambruno y su codiguito, profieren las mismas frases: uy, cómo mola Auster, tío, lo que te estás perdiendo.
ResponderEliminarLo que me lleva a pensar que tiene dos clases de lectores:
-Los lectores vagos que lo leen porque queda bien y para creer que en su bagage cultural también hay cabida para un autor más culto.
-Los que les gusta de verdad.
Voy a estudiar el asunto frente al desayuno.
Félix, como lector desconocido te diré: amo tus cuentos, cabrito.
buen invento este
ResponderEliminarPaul Auster y Félix J. Palma: un comienzo de lujo. Felicidades por la idea y por la página.
ResponderEliminarMe sumo a la pasión de matías por los cuentos de Palma (y, añado, también por sus artículos).
Saludos.
Curiosa forma de hacer crítica, a fe mía. Primero se coloca al autor en la más alta peana -un clásico vivo, oh-. Y a partir de ahí se le jubila a los sesenta: ya ha hecho sus obras maestras; así que habrá que ser benévolos con lo que a partir de ahora nos quiera ofrecer.
ResponderEliminarPues vale... ¿Vale?
el caso es que yo sigo viendo encerrado en aquel búnker al metaprotagonista de "la noche del oráculo"...
ResponderEliminarenhorabuena por la idea del blog, es fantástica.
mucha suerte, ya se os empieza a linkear por nuestros respectivos.
Vale. Pero a mí me da la impresión de que Auster está cansado de Auster y de lo austeriano.
ResponderEliminarO, simplemente, de la ficción.
ResponderEliminarAyer acabé de leerla y junto a la inefable Tunbuctu me parece su peor novela. Si la hubiera escrito cualquier otro autor menos conocido la crítica lo hubiese defenestrado, pero al ser Auster se le concede un aprobado bastante ambiguo. Me parece una novela complaciente, previsible y finalizada con precipitación.
ResponderEliminar...Tumbuctú, perdón por el error de dedo. En mi opinión los críticos deberían perder el miedo a lanzar juicios que no coincidan con sus compañeros de gremio, en especial cuando el criticado es un autor insigne. Si una obra es mala lo es sin atender a quién la ha escrito. Y esta es mala de coj...
ResponderEliminarTiene partes brillantes pero coincido en que no es ni mucho menos de lo mejor de Paul Auster. El desenlace de la historia de Aurora con su marido es exagerado. Me quedo con la trilogía de Nueva York y El palacio de la luna
ResponderEliminarIntenté leer, empujada porque a una amiga le encantaba el autor, Trilogía de Nueva York. Quería comprobar si realmente era tan bueno como decían. Y digo "Intenté leer" porque ni siquiera pasé de la página 40 o 50.
ResponderEliminarDefinitivamente, no me gusta Auster y lo austeriano.
Es curioso. Mucha gente descalifica una obra afirmando que "no pudo con ella", cuando esto a veces habla más de la impotencia del lector. A mí he pasado con otros textos (no con Auster, que se lee fácil). Por eso prefiero darles presunción de calidad y luego ya veremos.
ResponderEliminarYo no había leido a Auster hasta Brooklyn Follies. No sé por qué. Quizás simplemente por alguna de las razones ya esgrimidas: en los 90 fue etiquetado como escritor cool, el tipo de autor que podría aparecer en 'Tentaciones', el tipo de autor que no me apetece leer.
ResponderEliminarBrooklyn Follies fue un regalo. Entretenida, fácil de leer, divertida sin carcajadas y, salvo algunos excesos contados que pueden darle una apariencia de irrealidad, una novela sobre personajes normales con deseos y decepciones normales. Tú podrías ser Tom, o Nathan, o Aurora, o ... De pasada algunos momentos mágicos y unas cuantas escenas entrañables.