Salto de Página, Madrid, 2015. 173 pp. 15,90 €
Ignacio Sanz
Gonzalo Calcedo es uno de los grandes cuentistas de nuestro país. Hijo putativo de John Cheever, sus cuentos planean con la sobria elegancia de su estilo en el panorama literario. A veces adjetiva con audacia como si, además de hijo putativo de Cheever, fuera sobrino nieto del Borges más desconcertante. Estos cuentos funcionan como un mecanismo de relojería con sorpresa final.
La playa de Omaha no es una colección de cuentos; se trata de una novela, acaso su primera novela, aunque no lo pueda asegurar de manera estricta. Y lo digo porque en una ocasión el propio Calcedo me aclaró que por imperativos editoriales se había visto obligado a transformar un libro de cuentos en novela porque aquellos editores pensaban que la novela vendería más. No es el caso. Estamos de principio a fin ante una novela. El paisaje en el que se desarrolla es la Normandía del célebre desembarco que desencadenó el fin de la II Guerra Mundial. El paisaje resulta fundamental, casi tanto como si se tratara de un personaje. Los hechos que se describen están condicionados por la sombra de la guerra y los personajes, en mayor o menor medida, viven marcados por aquel episodio luctuoso cuya influencia flota todavía en el ambiente. Rebuscadores de cachivaches, coleccionistas de balas, playas que guardan memoria viva de las atrocidades. De ahí que los personajes tengan algo de marginales obsesivos y estrafalarios.
En ese contexto llega una madre inglesa con su hija adolescente para hacer un homenaje a su progenitor que perdió la vida en aquella batalla. La hija adolescente, envuelta en esa atmósfera inquietante, se esconde o se escapa. No lo sabemos con exactitud; la madre denuncia su desaparición. Un policía pone en marcha un plan para buscarla. Y ahí comienza la intriga, con la aparición de una galería de personajes extravagantes. El más hinóptico por su fragilidad, acaso sea un niño que se tropezó con la niña inglesa en una de sus excursiones. El lector avanza página a página haciendo sus cábalas sobre el culpable. ¿Será el estrambótico Dudú? ¿Será el codicioso dueño de los apartamentos? ¿Será el viejo capitán americano envuelto en los eternos vapores de la borrachera? ¿Quién será?
Qué más da. El lector se ve arrastrado no sólo por la intriga, también por la prosa aérea y elegante que le invita a seguir los pasos erráticos del policía que mete las narices en un ambiente denso, cargado de tensiones, hipocresías, miserias, mientras otro policía se enrolla con la madre de la díscola niña inglesa que ya, al final, pregunta desconcertado si trajo verdaderamente a la niña con ella. Y es que a los dipsómanos les falla con frecuencia la memoria. Por otro lado la madre tampoco ofrece excesivas muestras de preocupación. Se trata de seguir adelante sea como sea, se trata de que no falte alcohol en la sórdida fiesta. La intriga avanza empujada por el estilo aéreo y cada capítulo abre nuevos interrogantes que nos invitan a seguir. Y así hasta que el lector descubre con sorpresa… pero no, eso no se cuenta. Lo que corresponde reseñar en todo caso es la sensación que deja esta novela inquietante que recibió el Premio Diario de Jaén 2015. Una compensación de 4.000 euros. Enhorabuena. Aunque resulte descorazonador que, como me temo, el novelista se haya visto empujado a presentarse al premio para ver publicada una obra de tan excelsa factura. Pero esa es otra película. Tiempos adversos no sólo para la lírica, también para los grandes narradores.
Me encantó tu última frase: "Tiempos adversos no sólo para la lírica, también para los grandes narradores." y la suposición de que el autor se presentó al concurso con el fin de ver publicada esta novela. Faltan más oportunidades para los jóvenes talentos.
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