lunes, enero 04, 2016

Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI, Hilario J. Rodríguez


NewCastle Ediciones, Murcia, 2015. 74 pp. 6 €

Miguel Sanfeliu

Hilario J. Rodríguez no se detiene. Y menos mal. Es un espíritu nómada, con una curiosidad, una voracidad y una energía envidiables y, también, un poco contagiosas. Encontrarnos con su estilo ameno, desenfadado a veces, ágil, al servicio de un texto inteligente que requiere de un lector activo, dispuesto a entrar en el juego, a buscar las claves de su propuesta, es encontrarse con el placer puro de la literatura.
Newcastle Ediciones acaba de sacar el libro Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI. Un libro breve, apenas 70 páginas, en el que se reúnen dos textos y un prólogo. Los textos son dos relatos de viajes con fuerte contenido autobiográfico, siguiendo la estela de Ryszard Kapuscinski o W. G. Sebald.
En el primero de ellos nos cuenta un viaje a Rusia acompañado por su madre. Los intereses literarios de él, con las consiguientes visitas a las casas-museo de escritores como Tolstoi, Chéjov, Pushkin o Dostoievski, se complementan con los de la madre, que consisten básicamente en disfrutar del entorno, sumergirse en el ambiente de las ciudad. Las charlas traen el recuerdo de familiares y, de este modo, el viaje a Rusia se convierte en el relato de Luis Bazal, tío abuelo del narrador, la historia de los que nos precedieron.
La visita al archivo de Eisenstein enfrentará luego al narrador con el caos de una biblioteca ante la que siente el impulso de averiguar su orden secreto: «Sí, se trata de un orden secreto e íntimo, tan difícil como prescindible, un enigma que pone a prueba a quienes no se conforman con la quietud de los objetos y siempre se hacen preguntas». En este punto, miro a mi alrededor y me enfrento a mi propia y caótica biblioteca, que también oculta un orden secreto, indescifrable en su totalidad incluso para mí mismo, baldas clasificadas por editoriales, otras por autores, otras por temáticas y, otras, simplemente, por capricho personal, pues no puedo definir de otra manera esos libros que se ubican justo a mi espalda con el objetivo común de ser leídos prioritariamente respecto a otros, aunque su número creciente indique que no será tarea fácil.
El segundo texto reunido en Perder ciudades narra un viaje a África: Gambia y Senegal. Lugares misteriosos, de comportamientos extraños, que curiosamente nos obligan a mirar hacia lo que a nuestro alrededor nos parece normal. En esta ocasión al narrador lo acompaña en el viaje su hijo. Viajar a África tiene algo de viaje al absurdo, a lo misterioso, un lugar donde todo resulta nuevo y, por desconocido, se convierte en amenazante. «Lo que a nosotros nos interesa, a ellos la mayoría de las veces les trae sin cuidado». País de contrastes, donde la tecnología y lo primitivo coinciden de un modo casi impostado.
Aspectos complementarios entre los dos textos: la madre y el hijo, el frío y el calor, la rigidez y la improvisación, la memoria y el presente, lo moderno y lo ancestral... Y, a la vez, las dos caras de una misma moneda. El personaje como hijo y el personaje como padre. El viaje a lugares lejanos en los que, sin embargo, se siente más cerca de sus seres queridos. Estar en otro lugar para encontrar nuestro lugar.
Hay muchas formas de viajar, parece decirnos Hilario. Existe el viaje físico, que consiste en acumular imágenes que se asemejan más a las postales que a nuestro itinerario vital, el viaje que forma parte de nosotros mismos y nos obliga a revisar nuestras ideas, el viaje de la memoria, aquel que, de alguna manera, intenta averiguar por qué somos como somos, el viaje intelectual, que dirige nuestra mente de un punto a otro, muchos viajes diferentes, ya digo, aunque se produzcan a veces de un modo simultáneo, sin que apenas nos demos cuenta, enfrascados de forma inconsciente en ese gran viaje que es la vida.

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