lunes, enero 25, 2016

Ciudad de caníbales, Alexander Drake


Lupercalia, Alicante, 2015. 112 pp. 12,95 €

Miguel Baquero

La segunda novela de Alexander Drake (San Sebastián, 1974; también cuentista, y ganador con su libro Vorágine del Premio Internacional Vivendia-Villiers) está ambientada en la ciudad en Hollywood en los años 80 y, como es de imaginar, gira en torno a la industria del cine, o por mejor decir, a la presión, la tensión, la prisa que impera en el mundo de las producciones cinematográficas, donde que las películas resulten rentables y hacer cada vez más pasta no es lo fundamental, sino lo único en que puede pensarse las veinticuatro horas.
El protagonista de la novela es un coordinador de producción y representante de actores que a cada momento se encuentra más angustiado porque se van cumpliendo los plazos y aun no tiene protagonista ni director para una inminente película. Dibujado con una veracidad y una sutileza sorprendentes, excepcionales, podemos advertir en el fondo de él un sentimiento humano que constantemente pugna por ocultarse a sí mismo, en aras de continuar en el negocio. Entre autores hace cinco minutos famosos y convertidos ya, irremediablemente, en juguetes rotos, guiones de cine de una calidad excepcional pero que cualquiera entiende que no se adaptan a las exigencias comerciales de la industria, actores a lo que se les va yendo la juventud sin que consigan, ni conseguirán, ese papel que lance su carrera, Ciudad de caníbales es no solo un espléndido friso del universo de Hollywood, sino, al mismo tiempo, un magnífico retrato, excepcional, de la sociedad de nuestros días, sumergida también en la prisa y la ganancia y donde a menudo nos vemos obligados a reprimir nuestras sensaciones si queremos seguir metidos en la rueda.
«Esta era la esencia de Hollywood: la encarnación de un sueño, el estandarte de una burda mentira que ellos habían llegado a creer con fe ciega». Ese "ellos" se refiere al público, a nosotros, a los que nos hacen creer que somos soberanos, que no se nos puede engañar, que somos en último caso los que determinamos la valía de un producto, pero en Ciudad de caníbales (vale por Hollywood y seguramente por todas la manifestaciones de la sociedad) se demuestra varias veces que por supuesto que se nos engaña, faltaría más, y que se intenta a cada hora: que las campañas, la insistencia, la repetición (a tanto, por supuesto, el espacio publicitario) es lo que determina el gusto del «respetable», al extremo de persuadirlo de que es artístico y bueno lo que en el fondo es despreciable. «Esos idiotas terminaban adorando a cualquier actor de mierda».
Con unos diálogos sencillamente impecables, con una capacidad para crear atmósferas sutiles pero extraordinariamente tensas que lleva a pensar, en un ambiente muy parecido al narrado, en los imprescindibles capítulos de Mad Men, con una dureza de fondo y un cinismo soterrado que remite asimismo a las mejores páginas de Beigbeder o incluso de Easton-Ellis y su retrato salvaje de la sociedad actual, Ciudad de caníbales es una novela densa, pese a su fácil y rápida lectura, y, pese a sus poco más de cien páginas, cargada de preguntas sobre quién maneja nuestra sensibilidad. Un libro extraordinario. Todo un descubrimiento.

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