miércoles, diciembre 30, 2015

Cuentos de Navidad. De los Hermanos Grimm a Paul Auster, VV.AA.


Varios trad. Alba, Barcelona, 2015. 624 pp. 34 €

Ángeles Escudero

«Si no puedes vencerlos únete a ellos». No es casual comenzar esta reseña con esta sentencia de Sun Tzu. Su libro El arte de la guerra inspiró a grandes figuras históricas como Napoleón o Maquiavelo (quizás por ello a ambos se le atribuye la autoría de este pensamiento). En mi caso, se trataba de decidir si huía del tópico para evitar el oportunismo, o todo lo contrario. Acerté cuando me decidí a ver esta novedad editorial como una oportunidad, dadas las fechas navideñas en las que estamos.
Bajo el título Cuentos de Navidad. De los hermanos Grimm a Paul Auster, se nos ofrece en esta preciosista edición, una compilación de cuentos que tratan sobre una época del año que ejerce sobre la humanidad, a partes iguales, atracción o rechazo, pero que a nadie deja indiferente. Lo cierto es que podríamos considerarlo un regalo. Este libro es un objeto bello. Así que para los que queremos libros, compramos libros y regalamos libros, la Navidad es una excusa tan buena como cualquier otra para aferrarse a este ritual placentero de abrirlo, olerlo y tocarlo antes de enfrascarnos en la lectura.
    Alba Editorial lo publica dentro de su cuidada y exquisita colección Clásica Maior, que Luis Magrinyà dirige con criterio desde hace más de veinte años. La presentación corre a cargo de Marta Salís. Ella misma nos cuenta como, quizás, el primer cuento que trató sobre la Navidad, fuese el de Celsio. Este filósofo neoplatónico escribió una versión que dista bastante del imaginario popular sobre la natividad de Jesucristo. La escribe en el siglo II, cuando los cristianos empezaban a celebrar el nacimiento del hijo de Dios. En su interpretación del hecho sagrado, el redentor nace en Judea y es hijo de una campesina adúltera y de un soldado romano llamado Pantero. No obstante, la propuesta selectiva de Alba es bastante posterior. Así, Salís, señala dentro de las intenciones, que la selección de los treinta y ocho relatos navideños pretende abarcar dos siglos de literatura navideña, procedente de las distintas tradiciones occidentales, desde la anglosajona hasta la mediterránea, pasando por la eslava, la nórdica y la germánica.
    Lo que hace atractiva esta recopilación es que en el recorrido casi cronológico, en cuanto a fecha de publicación de los relatos, se nos ofrecen historias que consiguen barrer un amplio espectro de temáticas que sin duda la enriquecen. Los ángulos desde los cuales los diferentes autores y autoras se posicionan para contarnos historias sobre la Navidad, así como sus estilos y tonos, son tan diversos como sugerentes. El recorrido por las distintas vivencias, paisajes, sentimientos y tradiciones, comienza por Jacob Wilhelm Grimm y termina con Paul Auster. La calidad del resto de autores, es incuestionable: E.T.A. Hoffmann, Nathaniel Hawthorne, Hans Christian Andersen, Fiódor Dostoievski, Charles Dickens, Theodor Storm, Bret Harte, Zacharias Topelius, Alphonse Daudet, Anthony Trollope, Guy de Maupassant, August Strindberg, Nikolái S. Leskov, Robert Louis Stevenson, Amalie Skram, Antón P. Chéjov, Thomas Hardy, Gustav Wied, Sarah Orne Jewett, Arthur Conan Doyle, Léon Bloy, Wladyslaw Reymont, Clarín, Saki, Ramón María del Valle Inclán, Grazia Deledda, O. Henry, G. K. Chesterton, James Joyce, Emilia Pardo Bazán, Dylan Thomas, Ray Bradbury, Dino Buzzati, Truman Capote.
    Es de agradecer que se incluyan cuentos clásicos, como Canción de Navidad de Dickens o La niña de los fósforos de Andersen. Pero, no menos acertado es incluir relatos menos conocidos, o autores a quienes no esperaríamos encontrar aquí. Este último sería el caso del dramaturgo y Premio Nobel (1934) Luigi Pirandello, mucho menos conocido como cuentista aunque fue escribiendo poemas y relatos cortos durante toda su vida. Por eso, su propuesta: Navidad en el Rin, publicado en 1896 nos parece doblemente interesante. La historia alude a un suicidio y utiliza la visión del árbol de Navidad como imagen del recuerdo y del sentimiento de pérdida que se hace más intenso y doloroso en la época navideña. 
    La tristeza como la otra cara de la Navidad, como elemento nada ajeno a esta celebración, aparece también, y de qué manera, en el cuento de Andersen. Su madre, de confesión protestante, inspiró el personaje del cuento, debido a su extrema pobreza. La niña de los fósforos (también llamado La pequeña cerillera) es uno de los cuentos más breves y más tristes de este volumen. Sucede en la última noche del año y hay poco consuelo para la muerte de la niña. Quizás, que con ella, se ve liberada de las miserias y que, durante el tránsito a la otra vida, es feliz.
    Es importante hacer mención de la tradición anglosajona de contar cuentos de fantasmas en Navidad al calor del fuego. En este sentido es obligado mencionar como ejemplo imprescindible Cuento de Navidad de Dickens. Su relato, publicado seis días antes de la Navidad de 1843, fue un éxito desde que viese la luz (las 6.000 primeras copias habían sido vendidas antes de la víspera navideña). Pero, los expertos coinciden en que además del atractivo incuestionable de su personaje principal y de un final esperanzador que reconforta casi siempre, el secreto a voces de su éxito ha sido la magistral utilización de los fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura.
    El escritor y especialista británico L. P. Hartley describía este tipo de narración fantástica como «la forma más exigente del arte literario», quizás porque, como dice May Sinclair: «Los fantasmas tienen su propio ambiente y su propia realidad; tienen también su propio escenario dentro de la realidad diaria que conocemos…». La dificultad reside en manejar dos realidades al mismo tiempo.
    Arthur Conan Doyle, es otro deudor de esta tradición. El cuento escogido es La aventura del carbunclo azul, uno de los doce relatos incluidos en Las aventuras de Sherlock Holmes. La manera en la que la trama detectivesca y la Navidad se aúnan en este relato es original y también algo esperpéntica. Un ganso, un sombrero perdido, un diamante que da título al relato, y una investigación a modo de reto deductivo en el que la genialidad de Holmes brillan con luz propia cegando al propio Watson, dan cuerpo a este relato que finaliza con una acción magnánima muy propia de estas fechas.
Dentro también de la tradición dickensiana, encontramos el relato seleccionado de Sarah Orne Jewett, La nochebuena de la señora Parkins. Es un cuento sutil, sin estridencias, donde conocemos a los personajes por detalles tan sencillos como esclarecedores. La señora Parkins va a ingresar dinero al banco la víspera de Navidad y hace una visita a su prima Mary Faber. Se siente incómoda en su humilde casa, e interpreta como un reproche la felicidad ajena ya que, pese a una situación de carencias, allí hay bienestar y bondad. Ella, en cambio, es rica y tacaña pero disfraza su condición con el pensamiento altruista de hacer de la necesidad virtud. Esa noche, tras no aceptar el ofrecimiento de su prima de quedarse a dormir, sola y en medio de una tormenta de nieve, se replanteará su vida. Es el pastor de la comunidad y su mujer, quienes le dan cobijo. Paradójicamente ella declinó dar esa misma mañana un pequeño donativo como era costumbre. Ahora su mezquindad se le antoja insoportable y la demuestra su cambio con generosidad. ¿Lo mejor? La sutileza con la que autora da fin a este relato.
   De la Premio Nobel Grazia Deledda, se nos propone Mientras sopla el levante, un relato poco común del que me ha sorprendido conocer creencias italianas como la que da comienzo al relato: «Según una antigua leyenda sarda, los cuerpos de los nacidos la víspera de Navidad seguirán incorruptos hasta el final de los tiempos». También nos ofrece datos poco conocidos como el respetar la vigilia de comer carne las horas previas a la Nochebuena, por empatía y respeto hacia la Virgen María que, en esos momentos y siglos antes, estaría sufriendo los dolores del parto.
   En cuanto a los autores españoles, los relatos de Emilia Pardo Bazán, Valle Inclán y Clarín, están en esta antología por méritos propios. El último, del que se selecciona El Rey Baltasar, por tratar de la festividad de los Reyes Magos, de tanta importancia y tradición en España. Se cuenta la historia de Don Baltasar Miajas, que hará de Rey Mago para su hijo Marcelo que ha quedado sin su juguete por estar su padrino muerto. Como padre siente tristeza ante el agravio, y ante la desconsideración egoísta con la que sus otros hijos alardean de una suerte a la que no están acostumbrados. Aturdido por la emoción de quien quiere hacer justicia, compra un monumental regalo sin reparar en gastos. Piensa que hallará la forma de pagarlo. Y ciertamente la encuentra pero con su solución de urgencia, perderá además del trabajo, la honra.
    La estrella blanca, de Emilia Pardo Bazán, nos da una interpretación nada convencional -deudora de la tradición medieval- sobre los Reyes Magos, personajes siempre misteriosos y literarios. De los tres, dibuja a Baltasar como al más sabio. Interesado en estudiar las estrellas se consume en su ansia de sabiduría. Gaspar aparece como un guerrero intocable y dotado del don de la adivinación. El último, Melchor, reina sobre los etíopes. Hombre apasionado y celoso, rodea sus propiedades con un muro inexpugnable para proteger lo que él considera su mayor tesoro: sus bellas concubinas. Ellas, consumidas por el recuerdo de tierras lejanas y de amantes verdaderos, le transmitían una tristeza que él, ni entendía ni lograba superar. Buscando paz para su alma atormentada de melancolía, carga camellos con polvo de oro y mirra. En su camino a los dominios del Rey Baltasar, encuentra a Melchor, consumido por otro mal, el ansia de gloria. A su llegada, y advertidos del aviso que el sabio Rey ha leído en los cielos, seguirán la estrella blanca que aparece en los cielos.
    Que Valle Inclán muriese la noche de Reyes, es sólo una circunstancia anecdótica pero sugerente. Su cuento Nochebuena también lo es. Un estudiante, vencido por las conjugaciones latinas, llora impotente sobre la gramática de Nebrija. Este inicio le da pie a hablar de las costumbres del clero ya que su maestro es el arcipreste de Céltigos. Cenan en la rectoral, con su sobrina Micaela, a la que pueblo canta con sorna dudando de su parentesco.
   Especialmente interesante me parece el relato de Nathaniel Hawthorne Las hermanas, en el que durante la noche de fin de año se ofrece una peculiar personificación femenina de Año Nuevo y Año Viejo. Ésta última se nos presenta como una viajera que llega al final de su trayecto, fatigada y hastiada del mundo. Esperando las campanadas de media noche, conocerá la esperanza, la alegría y la ilusión de todo comienzo. Llega ella, Año Nuevo. Hawthorne nos ofrece una bellísima interpretación de su parentesco ya que, aunque no se conocen hasta ese instante, ambas son nietas del Tiempo. Se entabla entonces un diálogo lleno de emoción y sentimiento donde la ilusión debe vencer a la desesperanza, pero donde tienen cabida desde las reflexiones políticas o la aparición del ferrocarril, hasta un final que no deja de ser un baño de realidad. Esta metáfora, casi existencialista, del paso del tiempo se entiende mejor si conocemos algunos datos de su biografía. El padre de Hawthorne murió de fiebre amarilla cuando él tenía cuatro años y, desde entonces, su madre lo recluyó en su cuarto junto a los dormitorios de sus hermanas Luisa y Elizabeth durante doce años. Se pasaba el día solo, envuelto en la antinatural atmósfera de su habitación, escribiendo cuentos fantásticos, y, como no podía de ser otra manera, llenó el espacio de visiones y fantasmas. Quizás por ello, tampoco parece extraño que más tarde terminase formando parte del movimiento de los “trascendentalistas”, un movimiento de gran influencia en los círculos intelectuales de Nueva Inglaterra, que creían que la existencia humana trasciende el mundo de lo sensible.
    Otra reflexión sobre el tiempo es, sin duda alguna El cuento de Navidad de Auggie Wren de Paul Auster. Cuento de encargo publicado por primera vez en el New York Times, fue llevado al cine por Wayne Wang en Smoke. La historia es conocida: el encuentro entre un escritor y el peculiar dueño de un estanco, basado en la propia relación de Auster con un quiosquero neoyorquino. Su relación se intensifica cuando el Auggie conoce el oficio de su cliente. Es entonces cuando le hace partícipe de la obra de su vida. Desde hace doce años, cada mañana, a la misma hora y en el mismo sitio hace una única fotografía. Tras el desconcierto inicial, se le desvela la genialidad, Auggie está fotografiando el tiempo. Es el propio Wren el que le ayudará a llevar a cabo el encargo del periódico de realizar un “cuento de navidad”. Le regala la historia de Robert, quién sabe si la suya propia. Y a nosotros, además del cuento, una frase a modo de máxima para la ficción: «Mientras haya una persona que se la crea, no hay ni una sola historia que no pueda ser verdad».
   La pregunta que se hace Auster cuando debe escribir el cuento por encargo: «¿Qué se yo de la Navidad? ¿Qué es la Navidad?», tiene en este volumen treinta y ocho respuestas diferentes. Quizás por eso Ortega y Gasset nos puede ayudar. Su teoría del Punto de vista nos ofrecería una solución atendiendo al perspectivismo. La Navidad sería la suma de todas las miradas. Ninguna sería la única, ninguna puede excluirse. Acercarnos a la verdad consiste en conocer el máximo número de perspectivas posibles. Que cada cual elija la suya.

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