lunes, noviembre 16, 2015

No aceptes caramelos de extraños, Andrea Jeftanovic


Comba, Barcelona, 2015. 171 pp. 16 €

David Vicente

Hay algo en la prosa de la chilena Andrea Jeftanovic que recuerda al boxeador Mohamed Ali: «Se mueve como una mariposa, pica como una avispa», decía de él su asistente Bundini Brown.
Su prosa está plagada de un cuidado estilismo que da como resultado una belleza estética al alcance de pocos escritores. Una belleza que te atrapa, que parece conducirte al terreno de una literatura placida. Se trata de un callejón sin salida: una vez que te ha agarrado en su tela de araña, Andrea no duda en lanzarte un croché de derecha directo a la mandíbula, del mismo modo que el púgil de Kentucky. Sus personajes nos muestran lo que no queremos ver de nosotros mismos, lo que las convenciones sociales nos han castrado y nos avergüenza si quiera imaginar.
También tiene mucho su narrativa del cine de Haneke. Del mismo modo que el austriaco, ella nos traslada a un terreno conocido y a priori seguro: la familia; para acto seguido hacer que nos retorzamos en nuestro cómodo sillón de la moral establecida. Las relaciones familiares son una constante en la literatura de Andrea. Ya estaban muy presentes tanto en Escenario de Guerra, como en Geografía de la lengua (las dos novelas con las que cuenta hasta el momento). No aceptes caramelos de extraños, por supuesto, no es una excepción. Todo lo contrario, los once relatos de este libro abordan sin tapujos diversas aristas de la convivencia dentro de esa pequeña patria que es el hogar. Incluyendo la más sacra de ellas, la relación paterno-materno/filial.
Pero las aborda de un modo deforme, estirando la goma al extremo de lo aberrante, al extremo de lo que solo les sucede a otros y, sin embargo, tememos que pueda sucedernos a nosotros. Hasta hacernos dudar de qué es lo verdaderamente aberrante, o incluso si este término tiene algún significado.
La moral establecida, como concepto cultural occidental, se ve cuestionada a través del deseo, del miedo, la angustia o el instinto irrefrenable que enfrentan los personajes de estos once cuentos. Unos personajes que podríamos ser, quién sabe, nosotros mismos. De algún modo, la propia presencia física de la escritora, anuncia lo que nos espera detrás del telón. Hace poco me reencontré con ella en Madrid, tras cuatro años sin vernos. Sigue portando ese físico menudo e inocente, mirada dulce. De alguna manera remite a ese tipo de mujer de la que uno se enamora por su necesidad de ser cuidada. Nada más lejos de la realidad. Andrea es una mujer que no necesita que la cuiden, o no más que cualquiera de nosotros.
Su discurso, en esta ocasión en el contexto de un ciclo de narradores chilenos en Casa de América, está tejido sobre mimbres consistentes que lo soportan todo, desde los años de dictadura de su país, a un feminismo militante que no convierte en hembrismo, pasando por la inmigración o sus orígenes judíos.
Todo esto también está muy presente dentro de su obra.
No resulta sencillo hacer una crítica desde la amistad, mucho menos desde la admiración incondicional. Decir que Andrea Jeftanovic es una de las escritoras contemporáneas en habla hispana imprescindibles, resulta un tópico y, sin embargo, no deja de ser cierto.
A pesar de aparecer en todas las listas de las revistas especializadas que remiten a las voces ineludibles de la narrativa iberoamericana, sus obras han llegado a nuestro país con cuentagotas, casi desapercibidas, y siempre de la mano de editoriales independientes: Escenario de Guerra (Ediciones Baladí), o la que nos ocupa, No aceptes caramelos de extraños (Editorial Comba). Quizá sea mejor así, mal que le pese a la chilena. Lo selecto, desafortunadamente, no siempre estuvo al alcance de todos y ella es una escritora selecta. De esas que prolongan su lectura una vez cerrado el libro, ya en la soledad de tu mente.
No duden en saborear estos once caramelos, aunque en ocasiones no sean todo lo dulces que uno desearía.

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