lunes, noviembre 02, 2015

Biografía autorizada, Salvador Gutiérrez Solís



La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015. 520 pp. 22 €

Victoria R. Gil

«Dave Gahan sigue siendo un autentico dandy sobre el escenario. Canijo y con chepa, sabe exhibirse sin pudor, y yo creo que hasta las chicas lo siguen encontrando sexy y eso que en su último disco en directo es la mejor ilustración de eso que conocemos como el putón verbenero. Da igual, es Dave Gahan. Daría lo que fuera porque esa fuerza, esa seguridad, se colara en mi interior durante cinco minutos, cinco minutos. Solo eso pido: cinco minutos, y que al mismo tiempo sonara el Personal Jesus».
El cantante de Depeche Mode no es el único artista sobre el que Carlos J., ex vocalista de la banda Almas sin Konciencia y compositor consagrado, da su opinión sin reserva alguna. También conoceremos sus juicios sobre Bowie, Dylan, Springsteen, Alaska, Loquillo, Gabinete Caligari, Joy Division, Lady Gaga, Héroes del Silencio, Calamaro, los Stones, los Beatles, la movida en general y el rock en particular. Enumerar cada nombre que el protagonista de Biografía autorizada evoca en ese litigio que mantiene con el pasado resulta imposible porque esta novela está hecha de música. De principio a fin. Tanto que cada capítulo comienza con la cita de una canción, como la que abre el libro y en la que David Bowie nos recuerda que todos podemos ser héroes sólo por un día.
Pero también está hecha esta novela de series: Los Soprano, The Wire, Modern Family, Breaking Bad, True Detective, Fargo… Y de televisión: 1 globo, 2 globos, 3 globos, La Bola de Cristal, Sálvame, Belén Esteban… Y de cine: Toy Story, Rebelde sin causa, La isla mínima, La Guerra de las Galaxias, El Padrino… Y de Scorsese, sobre todo, de Scorsese; su ídolo y su biblia, a quien recurre para encontrar la frase exacta que lo salve de una pregunta incómoda o de una situación violenta. Aunque al final sea Don Vito Corleone el que siempre lo saque del apuro: «Cada hombre tiene su propio destino».
Y el destino de Carlos J. es desear la seguridad de Dave Gahan, de la mujer que ama, de su propio representante y hasta de aquel Tito con quien formó una pareja capaz, al estilo Lennon-McCartney, de crear magia en el mismo infierno. «Orden y estabilidad, también control y seguridad. Seguridad. Una vida razonablemente normal y controlada, sistematizada». Eso busca desesperadamente Carlos J. en los orfidales, los güisquis y las pipas que devora compulsivamente mientras trata de sobrevivir al miedo que le provoca su forma de vida y a la que no puede renunciar porque es mejor que la cocaína y el JB juntos.
Es curioso que Salvador Gutiérrez Solís haya elegido como protagonista de su nueva novela a un cantante de rock que sufre ataques de pánico y un miedo tan intenso antes de cada actuación que se deja el estómago y el alma en cada vómito. Carlos J., como Amadeo, el chef que en El escalador congelado carecía de paladar, es un oxímoron en sí mismo. Ambos deberían estar incapacitados para desempeñar la profesión --más bien pasión— que han elegido, pero los dos han logrado el éxito, a pesar de sus carencias. O quizás por ellas. ¿Quién sabe lo que convierte en divino al simple mortal?
Carlos J. pasa por la angustia, la falta de autoestima y el sentimiento de ridículo porque sin el miedo no habría música, esa necesidad que lo alimenta y lo destruye a la vez. «Cada día más se incrementaba esa relación bipolar que aún sigo manteniendo con la música, la odio y la amo al mismo tiempo. Es mi cielo y es, también, mi infierno; haría todo lo posible por alejarme de ella y me es imposible vivir sin sentirla muy cerca». Sueña que la felicidad se encuentra en una jornada laboral de nueve a cinco, una hipoteca y un utilitario aparcado en el garaje. Pero, seguramente, el dueño de la hipoteca sueñe a su vez con ser un cantante de rock.
Con la excusa de ese álbum de igual título y nunca compuesto, la Biografía autorizada de Salvador Gutiérrez Solís es también la de quienes crecieron con Mazinger Z, descubrieron lo mejor de la música en Radio 3 y creyeron que podían ser héroes, aunque sólo fuese durante un día.

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