miércoles, noviembre 11, 2015

Arenas movedizas, Henning Mankell


Barcelona, Tusquets, 2015. 374 pp. 19,90 €

Pedro M. Domene

El nombre de Henning Mankell (Estocolmo, 1948-Gotembrugo, 2015) es de sobra conocido en nuestro país, todo el mundo lo identifica como el gran patriarca de la literatura policíaca escandinava, y uno de los maestros de la novela negra contemporánea. Su serie protagonizada por el inspector Wallander ha sido pionera y sentó las bases de una categoría del género criminal: la novela nórdica. El Mankell escritor destaca por su infalible capacidad de observación, tanto en cuestiones sociales así como en los tipos humanos que pueblan sus novelas. Es un gran creador de atmósferas, y un talento único para crear personajes indelebles; por eso, sin duda sus historias, al margen de los enredos policíacos, provocan un dilatado recuerdo y dejan poso porque hablan de esos otros dramas humanos de la Europa contemporánea y, sobre todo de su amada África, casos de algunos títulos, Comedia infantil (1995) o Hijo del viento (2009). O como se desprende de un libro como Arenas movedizas (2015), unas singulares y emotivas memorias parciales, porque si los escritores se dividen entre los que iluminan y los que ocultan, él siempre ha perseguido desvelar con su literatura lo que los algunos están empeñados en enterrar o esconder: «Escribir es iluminar con una linterna los rincones de penumbra.»
Mankell cuenta cómo, siendo un niño, le aterraba, la idea de ser engullido por una de esas arenas sin dejar rastro aunque luego, con el paso del tiempo, ha descubierto la verdad que rodea a ese mágico fenómeno, todo mito. Y en este caso, frente a la enfermedad diagnosticada: cáncer, que parecía engullirlo sale, recién estrenado el año 2014, de la consulta para aferrarse a los recuerdos, y así repasar parte de su vida: «Puede que no me atreviera a pensar en el futuro —asegura—. Era territorio incierto, minado. Así que volvía continuamente a la infancia», se puede leer en el libro. En igual proporción, con respecto a su adolescencia y a su madurez, a sus momentos estelares a lo largo de una extraordinaria y dilatada vida. En estos textos se enfrenta al horizonte de la muerte creando todo un amplio recorrido de algunos de los primeros hallazgos que han marcado su existencia personal y colectiva. No es un libro que cuestione aspectos filosóficos, sociológicos o una especie de manual de autoayuda, aunque en los 67 capítulos o entradas de que se compone, se haga esas preguntas esenciales de siempre; sino que más bien, y a partir de ellas recuerda que la vida de cada uno está llena de historias luminosas o sombrías, cuentos o novelas según se quiera, que nos conectan con nuestros semejantes y con el resto del mundo. Y como cabe suponer, siguiendo su estilo, Mankell proyecta una denuncia política y social sobre el legado que en estos precisos momentos está dejando nuestra civilización a la humanidad: no se trata de un pormenorizado inventario de la memoria de inventores, o pintores, incluso escritores o músicos y sus grandes obras, sino que el narrador se muestra preocupado por los residuos nucleares enterrados en el fondo de alguna montaña sueca, y más le pesa el último recuerdo que deje el ser humano que, según él, se concretará: «Que nadie recuerde nada. Lo último que dejaremos detrás de nosotros es algo que escondemos para que nadie lo encuentre».
La literatura, en esta ocasión, es un modo de consuelo, y debemos reconocerle a Henning Mankell el valor de describir así su angustia: «Ahora que tengo cáncer comprendo muy bien la sensación de extravío. Me encuentro en un laberinto que no tiene entrada ni salida. Sufrir una enfermedad grave es haberse extraviado en el propio cuerpo, en el que sucede algo que uno no puede controlar». Arenas movedizas se convierte así en un auténtico rompecabezas de historias que entretejen en silencio el porvenir de una persona que se sabe en la desesperación misma que le otorga la incertidumbre de un futuro. Un libro que se escribe con la mejor prosa de un valiente y auténtico Mankell.
Mientras leíamos, y redactábamos estas líneas, las noticias sobre la salud de Mankell confirmaban que con Arenas movedizas había firmado su testamento literario. Quienes hemos seguid la mayor parte de su producción literaria, nos cosuela saber que en estas páginas se encuentra un valiente Henning que le había pedido a la muerte un pequeño retraso para dejarnos una nueva muestra de su maestría literaria.

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