viernes, octubre 02, 2015

Sumisión, Michel Houellebecq


 Trad. Joan Riambau. Anagrama, Barcelona, 2015. 288 pp. 19,90 € 

Nere Basabe

La coincidencia en el tiempo el pasado mes de enero del lanzamiento en Francia de Sumisión, la última novela de Michel Houellebecq, y del atentado terrorista al semanal satírico Charlie Hebdo, que precisamente había dedicado su última portada al escritor caricaturizado de mago adivino, fue menos una aciaga casualidad que otra prueba más de que Houellebecq se ha convertido en el escritor europeo que mejor está sabiendo dar testimonio de nuestra contemporaneidad y diagnosticar las enfermedades del espíritu de esta parte del mundo. Acostumbrado de largo a la polémica, en esta ocasión las circunstancias sobrepasaron al fenómeno literario: el mismo día en que la novela, donde se fabula sobre una Francia sometida al Islam, tomaba las mesas de novedades de las librerías, un par de integristas armados abatían en la redacción de un periódico a un puñado de humoristas y periodistas, y su famoso autor se veía compelido a cancelar la promoción y abandonar París, para continuarla después fuertemente escoltado. Así que la pregunta se hace inevitable: ¿tan peligroso puede llegar a ser un libro?
El punto de partida de Sumisión, al que se podría ubicar en el género de la distopía política, constituye un dilema que no podría resultar más sugestivo e inquietante: en una hipotética segunda vuelta en las elecciones presidenciales a las que han llegado como favoritos, tras el colapso de los partidos tradicionales, el partido ultra de Marine Le Pen y un nuevo partido moderado musulmán, ¿a quién votarías? Es una de las constantes de la narrativa de Houellebecq fabular sobre futuros más o menos inminentes (más cerca de la ciencia-ficción en el caso de Las partículas elementales o La posibilidad de una isla, coletazos de presente en Plataforma o El Mapa y el territorio), que en esta ocasión nos lleva al año electoral de 2022, con un contexto guerracivilista en las calles (nunca explicado, siempre insinuado) y un protagonista, François, solitario profesor de literatura en la Sorbona cansado de todo y de todos. Indiferente a la política y a cuanto ocurre en su entorno, consagra sus horas de estudio y reflexión, desde los tiempos de doctorado, al escritor decadentista Joris-Karl Huysmans, del que ahora prepara la edición definitiva de sus obras completas, y en el que pretende encontrar las claves a su crisis también personal.
El escritor clásico del siglo diecinueve, autor de títulos nihilistas como Al revés y reconvertido en ferviente católico a edad tardía, se convierte así en modelo o trasunto del protagonista, del mismo modo que el profesor universitario (hombre blanco de mediana edad exitoso en lo suyo pero malhumorado y en plena crisis existencial en medio de un mundo que se derrumba) no es sino una réplica, otra más, del autor Houellebecq, capaz de transfigurarse en sus novelas en científico, artista plástico, cómico mediático o historiador de la literatura para construir después el mismo personaje siempre idéntico a sí mismo. Buena prueba de ello son esas relaciones deslavadas que de forma polifónica entabla con mujeres jóvenes, hermosas e indistintas, las escenas de sexo (felaciones epifánicas incluidas) mil veces leídas o las reflexiones tan lúcidas como cínicas e incómodas que se han convertido en la impronta personal del autor aupándolo hasta el star system literario. Los lectores incondicionales se regocijarán en el reencuentro íntimo con su escritor de cabecera, otros muchos experimentarán cierto dejà-vu.
Si mi tesis es que, descreído como es Houellebecq, la cuestión del humanismo es aun con todo la que impregna y preocupa toda su obra, en esta novela, personalísima adaptación del choque de civilizaciones hunttingtoniano, se hace más explícita que nunca, invocándose en varias ocasiones. ¿Cómo puede sobrevivir una civilización que, en su madurez otoñal, ha prescindido de la fe y los valores? Así se explica cómo la Francia cuna de la Ilustración, la Francia revolucionaria y socialista se rinde con tanta facilidad a las reconfortantes seguridades de la sharia −ayudada por los petrodólares arábigos que acuden a rescatar y regar instituciones culturales tan renombradas como la Sorbona, al fin nuevamente floreciente. La islamización de Europa sería así un proceso suave, sin rupturas traumáticas, y también un asunto de supervivencia en el que, siguiendo una lógica individualista perfectamente congruente con el desarrollo desplegado hasta ahora por el liberalismo, hay más por ganar que por perder. Si existe angustia en las búsqueda y evolución de este personaje, tan anclado en el acervo de la cultura occidental, se ve amainada por el humor que ya asomaba en la anterior entrega de Houellebecq, El mapa y el territorio, y que, tras su incursión cinematográfica en forma de autoparodia (El secuestro de Michel Houellebecq), se desata ahora sin cortapisas. La otra gran novedad residiría en que, en esta ocasión, y por una vez, el escritor maldito se salva y la historia acaba bien, por consternador que esto nos pueda resultar, tras comprender y aceptar que la felicidad reside en la total sumisión (clave que no le ofrece Huysmans, sino la Historia de O de Pauline Réage) –entendida como sumisión de la mujer al hombre y de éste a Dios. Tan controvertido como coherente según el esquema de esta novela de tesis.
Pero si como novela de ideas Sumisión es seguramente uno de los productos más logrados y estimulantes de los últimos años, y la obra toda de Michel Houellebecq una radiografía incisiva de los males de nuestra sociedad occidental, tal vez resulte malograda en su despliegue narrativo y estrictamente literario: Houellebecq introduce el dedo en la llaga pero pareciera que luego no sabe qué hacer con él. Sumisión tiene una estructura y desarrollo simple, lineal, alejado de construcciones más ambiciosas como Las partículas elementales o La posibilidad de una isla, una vuelta a la sencillez de Ampliación del campo de batalla o El mapa y el territorio pero sin resultados tan logrados. Los tres planos de la narración (las vicisitudes personales del protagonista, el contexto político-social revolucionario y su gran tema de estudio, la obra de Huysmans) se engarzan con calzador, tan solo se superponen en un paralelismo tan prometedor como desperdiciado. Los personajes secundarios entran en escena cual Deus ex machina para informarnos del terremoto político que se está viviendo y desaparecer después: el lector que no esté familiarizado con la actualidad del mundo político y mediático francés probablemente se aburrirá en estos pasajes. No hay trabajo de personajes, ni siquiera del protagonista como ya hemos apuntado, porque no es eso lo que a Houellebecq le interesa; François deambula a lo largo de la novela buscando una respuesta pero sabemos desde el primer momento hacia dónde se encamina, lo que desarma todo potencial de conflicto. Demasiados aspectos apuntan pues en este libro a una intuición brillante desarrollada después de forma apresurada o desabrida. Y con todo, sin ser su cumbre literaria, muchas circunstancias y urgencias del presente hacen de esta novela una lectura imprescindible hoy.

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