jueves, enero 29, 2015

Canta Irlanda. Un viaje por la isla esmeralda, Javier Reverte

Plaza & Janés, Barcelona, 2014. 360 pp. 20,90 €

Alberto Luque Cortina

Irlanda es, a su pesar, un país construido a la sombra de Inglaterra. La opresión sufrida durante siglos propició que los irlandeses conservaran su memoria y su identidad gracias a la transmisión oral, así que no es de extrañar que en su lista de héroes abunden los poetas. Por esta y otras razones encuentro que Javier Reverte (1944) no podría haber elegido mejor título para su, hasta la fecha, penúltimo libro de viajes: Canta Irlanda.
Se trata de una afinidad bellamente expresada. La atracción de Reverte por Irlanda no nace de sus experiencias viajeras, aunque es un país que conoce bien, sino que es anterior, y proviene de la literatura, pero también de la música y del cine. Reverte viaja a Irlanda para encajar las piezas de su puzzle personal. Por ejemplo, prefiere viajar a Cong, el pueblo donde se rodó El hombre tranquilo, la memorable película de John Ford, y se siente más a gusto escuchando música en un pub que visitando anodinas galerías de arte o plúmbeas catedrales. Es un paseante solitario con un bloc de notas que sigue la estela que han dejado sus mitos personales en el mar de la memoria. Más que nunca este es un libro de recuerdos y de hecho hay mucha nostalgia tranquila en Canta Irlanda.
El eje de su itinerario irlandés es esencial e inevitablemente literario. Rememorando el Ulises celebra el Bloomsday en Dublín (allí nacieron Yeats, Joyce, Swift, Wilde, Beckett, O'Casey, Shaw...). En un coche alquilado se dirige a Bellaghy, el pueblo del poeta Seamus Heaney, reconocido con el Nobel de Literatura en 1995 como también lo fueron Yeats en 1923, Shaw en 1925 y Beckett en 1969; visita Inniskeen, la patria del gran poeta Patrick Kavanag, y por supuesto la ciudad de Sligo «que es fea a rabiar», para encontrarse con el recuerdo del inmenso Yeats.
No es de extrañar que las páginas de Canta Irlanda estén moteadas de fragmentos de poesías y canciones populares irlandesas. Estas últimas son una expresión muy singular del carácter irlandés, y han hecho de sus pubs, que con frecuencia cuentan con las actuaciones espontáneas de músicos aficionados, un lugar esencial para entender el país. En ocasiones, escribe Reverte «cuando entonan una canción concreta, una balada triste o un himno por un patriota muerto, por lo general en lucha contra Inglaterra, el pub parece de pronto convertirse en un templo religioso y la canción toma el aire de un rezo. Los músicos cierran los ojos, el vocalista parece murmurar más que cantar y muchos de los parroquianos se unen con su runrún de fondo a la melodía».
Naturalmente, una parte importante de la narración transcurre en estos pubs, a veces hasta la hora de cierre. En uno de estos establecimientos, en el puerto pesquero de Skirren, Reverte encuentra un cartel que, muy significativamente, dice: «Si las palabras fueran clavos, los irlandeses habríamos construido una gran nación». En otros inicia conversaciones casuales con los parroquianos; ser español en Irlanda siempre es una ventaja. A través de estos diálogos fortuitos y de las pinceladas históricas marca de la casa, siempre tan efectivas, Reverte ofrece una visión cercana y global de Irlanda, de su historia, su literatura y de su conflictiva relación con Inglaterra.
Canta Irlanda es un libro amable, escrito con bohomía por un viajero "tranquilo" y sin complejos. Se trata de alguien que coge el autobús turístico para recorrer Belfast, o que sufre, y lo cuenta con su buen sentido del humor, un principio de ataque claustrofóbico en la cámara funeraria de Newgrange. En Achill, una isla de "violencia neolítica", conduce por una carretera estrecha que se abre a un precipicio y, cuando el viento arrecia con ferocidad, siente miedo y da media vuelta. Este Reverte más reposado sorprenderá a los lectores de su trilogía africana. A estas alturas el autor tiene poco que demostrar o demostrarse, y no tiene problema en afirmar que «todos somos turistas, incluidos los que se llaman a sí mismos viajeros», que bien podría servir de advertencia a algunos escritores de salacot.
Se trata, en definitiva, de una crónica amena y una tarjeta de visita para quienes deseen conocer este país. Como es usual en sus libros, el autor incorpora una interesante bibliografía que, en mi caso, suele ser embrión de nuevas lecturas y así promete ser con el Diario Irlandés de Heinrich Böll, pero echo de menos, por las constantes referencias musicales, una discografía selecta. A falta de pan incluyo con sus enlaces algunas canciones emblemáticas que aparecen, junto a muchas otras, en diferentes pasajes del libro, y que bien podrían servir de banda sonora al mismo. Cheers!

Finnegan's Wake: Se trata, según Reverte, de una «canción popular muy conocida y cantada en Irlanda. De hecho, se considera una canción típica de pub, o sea, de borrachos», aquí interpretada por unos músicos callejeros en un pub llamado Sean Og, durante el festival de folk de Ballyshannon de 1988 (págs. 40 y 41).
Dirty old town: «Canción muy popular en Dublín que encierra una sutil crítica social». Fue compuesta por el poeta y cantautor Ewan MacColl en 1949 y aquí os enlazo la versión de los Pogues (pág. 43).
Whiskey in the Jar: «Canción popular sobre un tal capitán Farrell, asaltante de caminos» en la versión del conocido grupo irlandés de folk, The Dubliners (pág. 45).
Wild Rover: «Una de las canciones más populares de Irlanda y raro es el pub en donde no se canta al menos una vez cada noche. Sin duda es la canción favorita de todos los borrachos». Aquí están los Pogues otra vez, cerrando el concierto que dieron en el Town & Country el día de San Patricio de 1988, cantando Wild Rover con notable fidelidad a su espíritu (pág. 189 y 255).
Molly Malone: «Es quizá la balada más cantada en Irlanda (…). Es considerada como el himno oficioso de Dublín y trata de una bella muchacha (…) que murió de fiebres en plena calle». Aquí la interpreta Barry Dodd (págs. 333 y 334).
Sunday, Bloody Sunday: la archiconocida canción de U2 que recuerda los sucesos del Domingo Sangriento de 1972 (desde pág 231).

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