martes, diciembre 16, 2014

Eliza a los once años, Doina Rusti

Trad. Enrique Nogueras y Oana Ursache. Traspiés, Granada, 2014. 208 pp. 18,50 €

Miguel Baquero

Eliza a los once años supone el desembarco en nuestro país y en nuestro idioma de la escritora Doina Rusti, un nombre prestigioso en Rumanía como cronista literaria de la época poscomunista, ganadora de numerosos galardones y acreedora de múltiples reconocimientos. La editorial Traspiés nos acerca esta novela por la que la autora obtuvo el premio Ion Creanga de su país y que este reseñista espera sea la primera de muchas otras obras traducidas que vengan a continuación.
Porque Eliza a los once años es una historia estremecedora, aunque a su alrededor sobrevuele una cierta comicidad; es una historia que, en sus primeros capítulos, recuerda la ferocidad de una escritora como Agota Kristoff, si bien en el caso de Rusti se inserte contra un fondo, después de todo, grotesco y hasta irrisorio. Quizás no sea —seguro que no es— casualidad que ambas autoras, Kristoff y Rusti, provengan de la desmembrada Europa del Este: tanto en el caso de la húngara como ahora en el de la rumana hay una atmósfera cruel, despiadada, en la que nadie se interesa por el otro, aun tratándose del pariente más cercano, supeditado todo a conseguir comida, zapatos, ropa, beneficios materiales… Un mundo del que se ha suprimido todo refinamiento, y junto con el refinamiento otras pequeñas cosas como la compasión o la humanidad.
Hace poco, una escritora pedía en su Facebook que se le recomendara una novela «realmente» fuerte, que echaba a faltar en la literatura actual. Pues bien, las primeras cien páginas de esta Eliza… son fuertes y aun crueles: una niña de once años es maltratada por su padre, que le da continuas palizas, por lo que se ve forzada a irse de casa; «aprovechando» esta situación, los hombres del pueblo, desde el policía al comerciante, abusan de ella sexualmente a cambio de darle algo de dinero, unas zapatillas o unos croissants, que es lo que más le gusta. A tal extremo llegan los abusos que la niña acaba por contraer la sífilis…
He dicho al principio que esta novela tenía un trasfondo humorístico, y es posible que algún lector de la novela me pregunte dónde veo yo la gracia a esta situación. En mi opinión, se advierte cuando, hacia mitad de la novela, una reportera tiene noticia de esto de la sífilis y convierte a la niña en pasto de reportajes y telediarios. Y allí donde en El gran cuaderno de Kristof todo continúa, en la ocultación y el silencio, hacia el abismo y la locura, en Eliza a los once años, la llegada de la televisión y el afloramiento a la luz, pues, de la historia en mitad del trasiego cotidiano hace que poco más o menos devenga en una historia de enredo. Cruel todavía, incomprensiblemente salvaje en muchos tramos, pero una historia curiosa como tantas otras que componen el noticiario de este mundo indiferente que se mueve por arreones de la moda.
Rusti, en un determinado momento, deja de inmiscuirse en las profundidades humanas y, al sacar a la luz y a los chismorreos periodísticos su historia, renuncia a llegar al fondo de la noche, pero a cambio de esto le da un aspecto muy marcado de crítica social contra todos esos televidentes o consumidores de información (todos nosotros) que contemplamos la miseria como un espectáculo sin mover un dedo para resolverla. Como ocurre en esa absurda pero posible, ya lo creo que posible, escena en que el padre de Eliza, maltratador, se introduce en el hospital donde está siendo tratada la muchacha para llevársela arrastrándola del brazo, entre un tumulto de gente admirada que se debe de estar preguntando cómo es que nadie hace nada para evitar eso.
Rusti, en fin, parece apartarse de la tragedia humana en el punto justo donde ésta se precipita irremisiblemente hacia el fondo, y deja a su historia en la cornisa de la crítica social. Una historia muy admirable, por cierto, muy bien narrada, con introspecciones momentáneas en los personajes para llevarlos a la época en que ellos también tenían once años, y mostrando entonces un mundo en que nada tampoco era mejor, más sano ni más limpio que ahora. Como si todo fuera, en fin, una noria de ferocidad eterna que no deja de girar. A lo sumo, y esto resultará curioso para el lector, los personajes tienen la última esperanza de, algún día, poder dejar todo aquello atrás y marchar a España, donde, seguro, la vida les habrá de sonreír.
Una muy buena novela, en resumen. Muy recomendable.

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