José Miguel López-Astilleros
De Henry James ha dicho Sam Abrams que es el Shakespeare de la novela anglosajona. Fue hijo de un padre rentista, que le dio una esmerada y cosmopolita educación, en la cual los viajes, sobre todo a Europa, tuvieron gran presencia, hasta el punto de que su personalidad pivotó a lo largo de su vida, primero hacia la preferencia por su joven país natal y después, en una segunda fase, por la vieja Europa. Este hecho determinó uno de los grandes temas de su narrativa, la confluencia e incluso el choque entre ambos mundos, como se verá en Pandora. Para James la realidad sólo es inteligible a través de la mediación del arte, y aún más, en sus propias palabras, « el arte crea la vida, el arte crea lo que es interesante, el arte crea lo que es importante».
Entre los géneros literarios que cultivó están la novela, el cuento, el libro de viaje, la crítica literaria, la autobiografía y la novela corta, género este último al que pertenece la obra que nos ocupa. Pandora pertenece a la primera de las tres etapas en las que se divide su trayectoria narrativa, llamada de “tema internacional”, aunque por la fecha de publicación (1884) sobrepasa el año que se da para el comienzo de la segunda (1881), pero es obvio su pertenencia a aquella primera fase, sobre todo si tenemos en cuenta la estrecha relación que tiene con dos novelas que la preceden, Daisy Miller (1878) y Retrato de una dama (1881). El tema fundamental de esta fase, así como de esta nouvelle, es tanto el encuentro como las diferencias entre la cultura europea y la americana.
En las novelas de Henry James lo más importante no es el argumento en sí mismo, sino la relación entre los personajes, los silencios, las elipsis, los detalles sugeridos que el lector tiene que interpretar, por eso se trata de un novelista más propio de lectores maduros y activos, que de lectores impulsivos, necesitados de acciones trepidantes. Esta es una de las razones por las que la lectura ha de ser pausada y reflexiva, si es que se desea penetrar en el interior de esa sólo aparente sencillez. La primera línea argumental trata sobre el viaje del conde alemán Otto Vogelstein a Washington, para tomar posesión de un puesto en la embajada, la segunda trata sobre el ascenso social de Pandora Day. Él encarna los resabios y la sofisticación del viejo continente y ella la “mujer hecha a sí misma”, como se dice en la novela, una mujer que por sus propios méritos y su valía personal va a lograr el reconocimiento de una sociedad emergente, y que constituirá el prototipo incipiente de la mujer burguesa que comienza a finales del siglo XIX a luchar por sus derechos, por su independencia. Ambos personajes son inteligentes, cultos y sagaces, como todos los suyos; así logra la intensidad y la profundización psicológica que tanto persiguió en sus obras.
Henry James trabajaba la estructura de las novelas hasta la extenuación, sabedor de que el entramado narrativo sólo se sostendrá si la base constructiva es sólida. La de este libro se divide externamente en dos capítulos, aunque desde el punto de vista narrativo son tres las partes. En la primera, Pandora y su familia viajan a bordo del Donau desde Southampton hacia Estados Unidos, donde conoce a Vogelstein, que hace el mismo trayecto. En la segunda, Vogelstein, dos años más tarde después de haber tenido pleno contacto con la sociedad americana, encuentra en una fiesta a Pandora, pero es una mujer bien diferente a la que conoció en la travesía, puesto que es una mujer que rompe con todos los prejuicios sociales imperantes, además de trascenderlos. En la tercera, la inteligencia y la fuerte personalidad de Pandora acaba por triunfar sobre todas las maledicencias que circulan entorno a ella (no en vano, James demuestra una enorme sensibilidad y sintonía con los personajes femeninos, que algunos atribuyen a la influencia materna y otros a su difusa naturaleza sexual). La amplia gama de recursos técnicos de los que se sirve son prodigiosos si se analizan con detalle, aunque están resueltos con tanta naturalidad, que podrían pasar desapercibidos para un lector distraído, aunque no por ello dejaría de sentir los efectos pretendidos; por ejemplo, la historia está contada desde la voz de una especie de narrador omnisciente, que no lo es tanto, puesto que pueden encontrarse declaraciones como «Ignoro si Vogelstein actuaría movido por el escepticismo o por la modestia,…», de manera que el discurso adopta más bien una perspectiva híbrida más propia de un estilo indirecto libre impostado, en el que se confunden a menudo, al menos aparentemente, la perspectiva del narrador y Vogelstein; o por ejemplo la ampliación de las múltiples perspectivas por medio del estilo directo o los pensamientos literales entrecomillados, por no decir el contrapunto que aporta el libro (quizás una novela del mismo James) que el conde Otto va leyendo durante el viaje, en el que ve reflejado, al principio, el retrato de los personajes que observa en ese momento, y del que poco a poco se irá distanciando, como consecuencia de una percepción con más detalle. Otra clave importante para disfrutar y valorar la obra es la incisiva sutileza de la ironía y el humor.
La lectura de esta deliciosa, breve y muy bien traducida novela es una buena manera de acercarse al mundo narrativo de Henry James, porque contiene los ingredientes básicos de su obra.
¡Hola!
ResponderEliminarLlevo bastante tiempo con ganas de leer Retrato de una dama, pero ahora me han entrado ganas de leer este otro. Me lo apunto y a ver que tal y cuando puedo leerlo.
Un beso