Julián Díez
Lo de recomendar un libro que contiene material que no es bueno literariamente hablando siempre resulta algo peliagudo, siempre tiene algo de escamoteo al lector. Y sin embargo aquí estoy -de nuevo, pero esa sería otra historia- en esa coyuntura: este es un volumen que vale mucho la pena... Y que está salpicado de textos que encontraré muy comprensible que el lector deje a la tercera página algo espeluznado por un estilo melodramático, truculento o tosco. Contenidos que además chirrían todavía en forma más notable cuando llevan de vecinos a Charles Dickens y Wilkie Collins, por sólo citar los dos nombres más copetudos de los que también aquí se incluyen sus textos.
Pero este es nuestro un tanto vergonzante pasado, el de los amantes del relato policial. Un género popular que en algún momento ocupó el espacio que hoy es propiedad de la telebasura más heavy metal, pero en el que poco a poco se fueron insertando escritores de creciente calidad hasta ser desde hace ya unas cuantas décadas un reflejo vivo y dinámico de la sociedad contemporánea.
El mérito de este volumen está precisamente en suponer un testimonio destilado de la evolución del género y de su tiempo en su primera era relevante: la de la Inglaterra victoriana. Y en particular, desmentir con hechos, o mejor dicho, con historias, la impresión existente de que el relato detectivesco se fragua en ese periodo en torno al impacto de dos supernovas: Edgar Allan Poe y su Auguste Dupin, y Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes.
Aquí están los demás, los buenos y los malos pero relevantes en términos puramente históricos. Por lo que hay historias que hacen suspirar por más material de sus autores, en particular los relatos de Grant Allen, M.P. Shiel, George Sims y Robert Barr; todos ellos creadores de series con detectives con características propias, concebidos evidentemente al hilo del éxito de Holmes pero con personalidades alternativas. La Lois Caley de Allen, sobre todo, fue un personaje de notable éxito en su momento del que apenas hay forma de contar hoy por hoy con material de lectura, pese a lo contemporáneo de alguna de sus características como mujer detective liberada. El relato presente aquí de la serie y que supone su inicio, "La aventura de la anciana cascarrabias", deja un irremediable deseo de saber más.
Son pues los últimos relatos de este gozosamente grueso tomo los que justifican más su adquisición para el lector medio; historias ya desprovistas de la necesidad de justificaciones, inmersas en los propios convencionalismos del género para bien más que para mal. Sin embargo, para quien alberga un puntín bizarro como el que esto escribe resultan en cambio mucho más curiosos los primeros cuentos del volumen, de los que apenas hay referencias previas accesibles en castellano. El libro se abre con "La cámara secreta", de William E. Burton, anterior por cuatro años (1837) a "Los crímenes de la Rue Morgue" y recientemente reivindicado, por tanto, como primer relato detectivesco de la historia, si bien no había estado accesible al lector español hasta el momento. El cuento es malo, pero divertido más allá de su valor histórico.
La esforzada seleccionadora, Ana Useros, incluye también numerosos ejemplos de "casebooks", relatos de "historias verídicas" precursores, para entendernos, del tipo de material que luego conoceríamos ampliamente en España en las páginas de publicaciones tipo "El caso". Sin embargo, je, aquí hay otro nivel; no hablamos de crímenes cutres de la España negra sino de la Inglaterra rural del ferrocarril primitivo y los vicarios en abadías tardogóticas, o del Londres megasiniestro de la revolución industrial acechado por la sombra del Destripador. Son, pues, historias con sus propios mecanismos de fascinación, aunque resulten estilísticamente cargantes; de las aquí presentes, mi recomendación va para los "casos verídicos" del ex policía de Edimburgo James McLevy, menos sensacionalistas.
Las opciones poco convencionales escogidas para representar a Dickens, Collins y Conan Doyle quedan perfectamente justificadas para dar cuerpo al volumen y contextualizar los textos restantes. Para mí, en suma, un libro imprescindible, y creo que también para estudiosos del tema; espero haber dado argumentos suficientes a quien lea estas líneas para que el lector sin especial curiosidad por el género determine si siente interés.
Suena apetecible.
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