Miguel Baquero
«Maldigo la poesía concebida como un lujo...», decía el célebre poema de Celaya, y uno se acuerda de estas palabras desgarradas cuando acaba de leer un libro de poesía como el de Esteban Gutiérrez Gómez, de sobrenombre Baco para sus incursiones poéticas y cuentistas. Y digo que se acuerda de ellos porque este Ardimiento que ahora nos presenta el poeta, y donde se reúnen los mejores versos que ha ido diseminando a lo largo de su vida («ya sé lo que estás pensado, / que 50 años son muchos / para publicar un primer poemario….»), este Ardimiento, decía, afronta cada poema no con ánimo de provocarnos un sentimiento confortable, una felicitación hacia nosotros mismos por los listos que somos y la poesía tan sofisticada que leemos. Sin llegar a pisotear la estética literaria, porque eso sí que sería de maldecir en todo caso, los poemas de este libro-bloc están escritos con ánimo de conmocionarnos, con espíritu agresivo, con el propósito de dejarnos, al cerrar la ultima página, un gusto a acero en el paladar, como si —por jugar o por quién sabe— nos hubiéramos introducido un arma en la boca…
«…Quizás tengas razón, / pero no te preocupes, / he sabido guardar / todo mi veneno.»
Baco, en los poemas que conformar este Ardimiento, se enfrenta a la vida con una mirada cruda, sin buscar la infelicidad, sin escarbar en lo feo, pero tampoco sin engañarse con impostadas notas líricas. En primer lugar, el poeta se enfrenta a sí mismo, y no pretende, en ningún momento, engañarse respeto a lo que es: «He hecho un pacto con el diablo / y nos hemos repartido mi vida: / él tiene los días, / de lunes a viernes, / de siete a siete. / Me quedo yo las noches, / todas las noches, / hasta las tantas…»; pero sin entregarse a la quejumbre ni presumir de derrota. Son poemas que arrastran ecos de barrio suburbial, de aquellos tiempo en que “todavía teníamos ganas de vivir”, gritos de rabia, a veces, como súbitas pintadas de graffiti, pero poemas que también aportan el asombro ante el descubrimiento de la naturaleza, la bondad del entorno perenne, ese callado paisaje de montañas que el autor ha visto, desde siempre, al fondo de sus días… «He tardado / 50 años / en perder mi sordera».
Y tras esta mirada desnuda sobre sí mismo, sin engaños, ni imposturas, ni falsas atribuciones, el autor se vuelca sobre el mundo, sobre la situación actual, como lugar de donde proviene —siempre por razones económicas— toda esa injusticia que se muestra bajo nuestros pies. Como si la crisis, al recortar todas las capas de retórica, nos permitiera ver ahora la piedra desnuda, dura y agreste sobre la que andamos.
Es curioso que, en los últimos libros de poesía que he leído (ver, por ejemplo, la reseña a Helio, de Ariadna G. Garcia) el autor (la autora) se aparte en un determinado momento del discurso interior y sensible para arremeter contra la realidad que muestra el telediario; algo que, en principio, transgrede la correcta concepción de la poesía…. pero ya digo que no están los tiempos para ser formales y que este Ardimiento de Esteban Gutiérrez deja un sabor acerado en la boca.
«Sobre la repisa de los sueños / he dejado un libro a medio leer. / Sólo quiero que jamás / lo encuentre mi hija».
Hay (creo haberlo dicho ya, pero no importa, lo repito), ahora mismo, se está fraguando, un grupo de poetas que parecen hablar sobre lo mismo, con parecida voz. Son poetas que están mostrando a la vez sus dientes ante esta realidad sin clemencia; y aunque seguramente sus mayores, de leerles, les regañasen por esta pérdida —a veces— de la compostura lírica, la poesía, en cada tiempo, es la que es, y ahora es momento casi de gritar. Con que hay, como digo, un grupo de autores que están tratando de hacerse oír a gritos, porque tienen algo que decir. Hablo de este mismo Esteban Gutiérrez, de Vicente Muñoz Álvarez, de Gsus Bonilla, de David González, del que hablan maravillas (perdón por la cacofonía). Hablo también de Ana Pérez Cañamares y hablo de muchos otros más que invito al lector a descubrir, a que se dejen llevar de un libro de poemas a otro, porque realmente hoy mismo existe una poesía que está hablando a voces y que está viva para quien quiera oírla.
qué buena pinta y me ha encantado la reseña
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