Alberto Luque
«En el año 1497, el rey Don Manuel, primero de este nombre en Portugal, mandó cuatro navíos a descubrir». Con este prometedor inicio comienza Derrota de Vasco de Gama, la crónica anónima del primer viaje europeo, por mar, a las Indias.
Diez años antes, en 1487, Bartolomeu Dias había doblado el Cabo de Buena Esperanza, en la actual Sudáfrica. Ese punto de la costa africana marcaba el límite del conocimiento marítimo portugués: a partir de ahí todo era vacío. La misión de esta expedición era buscar una vía hacia la India por el océano Índico y entablar relaciones con las ciudades costeras donde se comerciaba con especias, sedas, y piedras preciosa. Estos y otros bienes, muy demandados en la Europa del siglo XV, llegaban con cuentagotas por la Ruta de la Seda y por Egipto después de larguísimos viajes, muy costosos y peligrosos.
A finales del siglo XV Europa era un continente en efervescencia cuyas fronteras se estaban quedando pequeñas. Los españoles primero, y los portugueses después, serían los precursores de un impulso febril e incontenible que llevó a los europeos a extenderse por el globo y a apoderarse de buena parte de él hasta configurar el mundo que hoy conocemos y que ahora se desvanece.
De esto nada sabían los marinos que, una mañana de julio de 1497, partieron del puerto de Lisboa en cuatro cáscaras de nuez. Sus afanes eran otros, más prosaicos, que la Historia ha enterrado bajo toneladas de literatura, mito, y orgullo patrio. Afortunadamente se conservan algunos relatos de quienes construyeron esa historia; su lectura reverdece el pasado y lo esclarece: es el caso de la Derrota de Vasco de Gama, escrito por uno de los tripulantes que acompañaron a Gama, quizá Joâo de Sá o Álvaro Velho.
Se trata de una crónica fascinante, escrita con un estilo sencillo, franco, vivaz, y no exento de ironía. Esta sencillez subraya más si cabe la desmesura y desatino de este tipo de viajes. Eran aventuras excesivas y casi siempre desesperadas. Sin querer comparar, o tal vez sí, el viaje del Apolo 11 en 1969 duró ocho días, y estos marinos podían estar, como así sucedió durante la ida, hasta tres meses perdidos en el océano sin avistar tierra.
Desde ese punto de vista eran viajes épicos, y sus protagonistas gente esforzada, pero los fines en sí eran más mundanos: se trataba de obtener riquezas, y para ello se mentía, se torturaba y se mataba, y es aquí donde aparece la figura ambigua, más bien turbia, del jefe de la expedición, Vasco de Gama. Vasco es uno de los héroes nacionales portugueses, y no sólo por sus méritos sino, al igual que el Cid en España, por ser el protagonista de la gran epopeya portuguesa, Los Luisiadas, un tochazo escrito en endecasílabos por Luis de Camões en el siglo XVI.
Vasco de Gama bien podría ser el personaje de una película de Martin Scorsese: en su personalidad sobresalen numerosas aristas: ambicioso y con pocos escrúpulos, severo, desconfiado, orgulloso, colérico y vengativo, obsesivo y perseverante. Desde luego no puede desdeñarse su proeza marítima, pero hubo antes otros marinos más diestros que él, Bartolomeu Dias, por ejemplo. En realidad, el interés del viaje de Vasco, y por capilaridad, de su crónica, es que muestra el camino que seguirían los europeos en sus relaciones con Oriente.
Lo cierto es que, cuando los portugueses arribaron a las costas del Índico, descubrieron un panorama muy distinto al que encontraron los españoles en América. Como bien apunta Sanjay Subrahmanyam en su biografía sobre Vasco de Gama (Crítica, 1998), abundaban los reinos y ciudades comerciales, por las que campaban mercaderes árabes y de otras procedencias. El intenso tráfico comercial se regía por costumbres y normas no escritas que los portugueses ignoraban, transgrediéndolas con o sin premeditación.
El desconocimiento y la suspicacia de Vasco dio lugar a un buen número de desacuerdos y malentendidos, y a algunas escenas desternillantes: en Calicut, por ejemplo, los portugueses son invitados a orar en una supuesta iglesia cristiana, en realidad un templo hindú vaishnava "con muchos santos", describe el cronista con reticencia, «pintados de diversas maneras, porque los dientes eran tan grandes que les salían de la boca una pulgada. Y cada santo tenía cuatro o cinco brazos».
Al final, los portugueses, que habían ido a comprar especias, comprendieron que no tenían suficiente metálico ni bienes para adquirirlas, así que echaron mano de un argumento demoledor: el superior calibre de sus cañones.
Todo esto es narrado por nuestro cronista anónimo con naturalidad y viveza en los detalles. Todo aquí "suena" auténtico: el hambre que pasan, el escorbuto, el miedo a ser asesinados, las dificultades en el mar, la descripción de las riquezas, las intentonas de trueque con los nativos... Se trata de un texto vivo y gratificante, y merece estar entre los grandes clásicos de la literatura de viajes del siglo XVI, junto a la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, La relación del primer viaje alrededor del mundo, de Pigaffeta, y los Naufragios y comentarios de Cabeza de Vaca, entre otros.
La presente edición, muy cuidada, a cargo de Isabel Soler, es otro argumento poderoso para su lectura. Su estudio preliminar es sistemático, riguroso, concienzudo y divulgativo. El texto, además, está enriquecido con interesantes notas al pie, para no perder detalle y comprender las exactas dimensiones de este viaje "en busca de cristianos y especias".
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