lunes, mayo 12, 2014

Lluvias continuas, Verónica Aranda

Pról. María Antonia Ortega. Polibea, Madrid, 2014. 82 pp. 10 €

Nuria Ruiz de Viñaspre

En voz de María Antonia Ortega, el haiku es capaz de abrir una cadena o cordillera de nuevos horizontes en una casa excesivamente amueblada […] ¿existe este exceso en la casa de la Naturaleza?
En manos de la poeta Verónica Aranda y bajo unas deliciosas Lluvias continuas, esta casa se compone de un Camino que nos adentra en un Bosque y nos lleva a una Aldea traspasando la Montaña senderada desde donde contemplar al fin el Mar.
Mano unida a mano un-ida ama-no…

Camino/bosque/aldea/montaña/mar. Todos ellos paisajes dentro de la Naturaleza.
Pues esto es justo lo que hace Aranda. Abrir. Abrir la cremallera del camino en dos. Abrirnos la Naturaleza. Desabrochárnosla con sabia mano unida a mano.

Las hojas que caen sobre otras hojas / se unen. / La lluvia arrasa sobre otra lluvia.

Y así, con Kato Gyodai, se abre este lienzo plegado. La gota que colma el vaso y se une a otra gota. Porque lo análogo se une, pues es ya querencia de versos y moras. Así se abre este libro plegado. Aquí sus alas. Hojas que se pegan con cola a tu cuerpo. Al cuerpo desnudo. Al cuerpo despojado del cuerpo. Al mundo despojado del mundo. A partir de ahí, la esencia. La especia de la esencia. Y contradictoriamente al no-peso de estos versos haikuneados, Aranda demuestra en este libro un gran peso silábico. Y sus sílabas saben a moras —de saber y saborear—. Moras silábicas y moras nacidas como bayas de su bosque, sotobosque de racimos y ramas habitadas.
Un carromato
lleno de moras blancas.
Zumban las avispas.

No podemos dominar el mundo simbólico del lenguaje, es el lenguaje el que suele condicionarnos estando supeditados a él, pero en este libro, la poeta es libre, eminentemente libre y nos muestra con una aparente sencillez de la lengua una realidad más profunda y más amplia que transcurre bajo tierra. La visión más intuitiva de la realidad. Una realidad que discurre debajo de la tierra que hay debajo de la tierra de la realidad primera. Es el suyo un lenguaje sencillo, sí, pero muy trabajado, depurado, un lenguaje que atraviesa túneles para llegar al mundo de la contemplación. Aranda no impone en este libro, solo muestra. Comunica. Nos comunica.
En "Camino", Aranda se llena de junios y agostos estacionarios. Se estaciona. Se huele a polvo caliente. Un carromato que cruza. Ella se impregna del camino, no en el camino. Y lo hace de tal modo que se convierte sin saberlo en la propia senda. Es la senda la que nos habla y nos describe con una belleza prodigiosa lo que encuentra en sus orillas. Olores sabores tactos... Los cinco sentidos consentidos. Piñas viento chopos sandías manzanos ríos juncos juncos juncos. La vida nace a cada paso. La fruta cae pues la lluvia continua es la mayor parturienta del mundo. Viaje sin retorno donde ella es el viaje.
Atravesando
groselleros en flor
Luna de agosto.

En "Bosque", la poeta se introduce dentro de un bosque que está dentro de otro bosque. En su otoño dentro del verano. Humedad de helechos sin más hechos que el pasado del Camino. Peces, Hayas, Tilos, Libélulas y truchas que revolotean su ocaso primaveral.
Llega el otoño:
una rama del tilo
amarillea.

En "Aldea", el invierno nos guarece en las casas. Nos embolsa. Y es aquí donde nos muestra la profundidad que hay en la sencillez. Porque aquí todo cuelga. Sencillamente. Cuelgan los ganchos, las lunas, las dalias, cuelga el ocaso… En Aldea, que son todas las casas de Verónica —siendo la poeta un Ave de paso— hay pisadas en Indias, Marruecos y Lisboas ya vividas… Sus cartografíasinteriores (Siempre en camino. / Rastros de cien ciudades/ en mis sandalias.)
Día de invierno.
Del bolsillo del músico
cae una nuez.

En "Montaña", Aranda senderea. Nos trepa a cada paso. Escalones de superación personal. Ella va y viene como el eje de este libro. Como bailan todas sus estaciones. Es como un reloj de sol que gira sobre un mismo eje. Podríamos girar y girar y descubrir invierno donde cae el otoño y verano en primavera… Nada es más importante que nada. La esencia del despojo. Arremolinar el despojo. Tamizarlo para conservar el Ser primero.
Tren de montaña
Una mendiga come
ciruelas verdes.

Y "Mar", "Mar" bien podría ser en todo su conjunto una despedida a estos haikus. Porque el mar es al fin el descanso de sus manos.
Quietud austral:
en la isla reposan
los cormoranes.

Esencia. Cortar ideas. Imágenes. Sensaciones y sabores. Cortar. Cortar. Cortar. Cortar moras. Silábicas bayas. Yuxtaponer escenas como en una película de cine mudo (María Antonia Ortega). Estacionarse desnudo en una estación del año. Bajo la lluvia. Bajo una lluvia continua. La lluvia es el instrumento de medición de Aranda para trascurrir la vida. Las estaciones. La naturaleza. La lluvia es regeneradora y no se para. No se para. No se para. Despojarse de todas las ataduras. Filosofía budista que me trae a la memoria al tan leído, Krisnhamurti.
Si contemplar, que viene de la palabra griega theoría, significa ver, si contemplación es visión, es teoría, Verónica es poeta visionaria, epifánica a veces, manifestada y manifestando. Ella nos propone —si nos propusiera algo, pues ella es abandono en el núcleo natural de la vida—, nos propone, insisto, caminar. Solo Caminar. Caminar Solo. Nos lleva de la piel de la mano por sus recorridos a-solados. Solo el que conoce sin ojos el arte profundo de la contemplación sabe guiarnos más allá de nuestras miradas. Y Aranda tiene tal contacto místico con su Ser -en toda su existencia-, que macera versos inefables.
La poeta se estudia a sí misma. Y estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Ésa y no otra es la que nos llega. Verónica senderada y despojada de sí misma, desprendida, deja cuerpo y mente a un lado, piel al otro. Al centro, ella sin nada de esto. Un aquí y ahora. Por eso Aranda es la senda silenciosa. El sendero susurrado del agua. El asombro. Creo que es una de las poetas más coherentes con su filosofía de vida. Es la desembocadura pensante de cuanto siente. Es tierra aire agua y fuego también, pues como ya dijo Pizarnik: «El lenguaje silencioso engendra fuego. El silencio se propaga, el silencio es fuego».
Siempre me ha resultado interesante la doble lectura que ha de hacerse del haiku, tal y como lo hizo Verónica cuando expuso el libro. Y es que en la repetición está la clave. En la segunda lectura llega el re-asombro. Lees dos veces meditas dos veces miras dos veces el mundo. Te asombras dos veces. Re-generación del mundo.
Las líneas de Ángel Aragonés, que ilustra el libro junto a Fumie Ito con sus soberbios Ideogramas, se me antoja, o me lleva a las ilustraciones que hizo el francés Jean-Jacques Sempé en aquel bello libro de Patrick Süskind La historia del Señor Sommer.

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