Julián Díez
El año que viene se cumple el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial, así que prepárense para una avalancha de títulos sobre el tema. Especialmente porque, como descubrimos un creciente número de curiosos, la verdad es que la Gran Guerra... es genial. Dado que en los últimos tiempos están en alza los movimientos retrofuturistas, la guerra del 14 tiene un obvio atractivo con sus bombardeos de zepelines, sus primitivos tanques enfrentando cargas de caballería, sus escritores entregados al combate —Hemingway, Wittgenstein, Chandler, Kipling...— y sus soldados con máscaras de gas.
Dicho esto, la Gran Guerra tiene un problema a la hora de ser convertida en libro: es aburrida de contar. Aunque sea visualmente espectacular, cuente con historias de heroísmo magníficas y resulte el punto clave de la historia del siglo XX —porque a la consideración tradicional de prólogo de la Segunda Guerra Mundial bien puede oponérsele la idea de que es el origen y la razón de ser del conflicto posterior—, lo cierto es que en cuanto a batallas y al relato en sí del devenir histórico es bastante aburrida: mucha trinchera, mucho movimiento mínimo, y un desprecio de los mandos por la vida de sus propios soldados como no se ha visto ni antes ni después. Quien haya leído por ejemplo el plomizo La Primera Guerra Mundial de Martin Gilbert, el volumen más exhaustivo de los disponibles ahora mismo para el lector español medio, sabrá a qué me refiero.
Adam Hoschschild opta por otra línea de trabajo más interesante, que desafortunadamente la editorial española nos escamotea en su presentación del volumen: explicar esta guerra a través de los ojos de una serie de personajes concretos, todos ellos británicos, alrededor de cuyas vivencias se va estructurando el relato del conflicto. Además, los personajes escogidos tienen relación con movimientos pacifistas o de oposición al conflicto bélico. A diferencia de la Segunda Guerra Mundial, en la Primera hubo no pocos críticos y objetores de conciencia, algunos de ellos tan distinguidos como Bertrand Russell en Gran Bretaña o Albert Einstein en Alemania.
Este no es, por tanto, un libro para conocer en detalle la Primera Guerra Mundial (al respecto, y a falta de algún tomo grueso de algún divulgador tipo Beevor que seguro llegará en los próximos meses, la mejor opción disponible en las librerías españolas es Breve historia de la Primera Guerra Mundial, de Álvaro Lozano). Aunque sí ofrece una panorámica lo suficientemente amplia para un lector con interés circunstancial, sobre todo sirve para dar cuenta de un movimiento poco conocido y de un gran caudal de personajes dignos de interés: sufragistas pacifistas como las Wheeldon, intelectuales como Stephen Hobhouse o aspirantes a revolucionarios como Keir Hardie.
La formación periodística de Hoschschild le invita a un acercamiento objetivo pero humanizado a las vidas de los citados y de otra veintena de vidas rotas por la guerra, así como un acercamiento compasivo y conciso al propio conflicto con sus inconcebibles cifras de bajas, daños y costes, y sus dramáticas consecuencias. La conclusión es clara: como nos ocurre cien años después, las ambiciones de unos pocos son sufragadas por el esfuerzo y el dolor de los demás, sin que parezca haber forma de que la humanidad aprenda lecciones.
Estupenda crítica de Julián Díez. Y sí, el mejor libro de historia que tenemos actualmente sobre el tema es el resumen lúcido de Álvaro Lozano. Aunque hay otro que analiza con profundidad a sus protagonistas y quiero recomendar, una lectura muy provechosa, que es la del clásico "Los cañones de agosto" de Bárbara W. Tuchman. Y acaba de salir otro volumen, que promete ser muy interesante, el de Margaret MacMillan.
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