martes, octubre 29, 2013

1913, Un año hace cien años, Florian Illies

Trad. María José Díez y Paula Aguiriano. Salamandra, Barcelona, 2013. 316 pp. 19 €

Ángeles Prieto Barba

Uno de los planteamientos históricos más manidos del terrible siglo XX radica en si podía haberse evitado la Primera Guerra Mundial, cuya consecuencia más evidente hubiera sido ahorrarnos la Segunda. Y la respuesta es sí. En 1910 se publicó el ensayo del británico Norman Angell, La gran ilusión, de enorme repercusión en toda Europa, defendiendo la tesis de que las condiciones económicas del mercado, ya entonces globalizado y boyante, impedirían cualquier enfrentamiento bélico futuro, desquiciado y ruinoso. Como es evidente, el autor se equivocó porque el auge de los nacionalismos, la competencia colonialista y la carrera de armamentos terminarían por imponerse. Circunstancias que bien podrían haber sido solventadas por gobernantes menos fatuos, más capaces y con menos fe en el raudo fin de un conflicto que duraría cuatro años y cuatro meses, llevándose por delante a unos 20 millones de personas, entre civiles y militares. Al menos, eso se desprende de la lectura de un gran clásico sobre la materia, libro que recomiendo junto al poético y reciente 14 de Echenoz, titulado Los cañones de agosto, de la periodista norteamericana Barbara Tuchman.
Pues bien, este libro del alemán Florian Illies que analiza las vísperas de la hecatombe, responde a la ecuación simple de dividir 1913 en sus doce meses respectivos, fijando toda nuestra atención en las vivencias de las grandes personalidades artísticas del momento siguiendo el calendario. Figuras inolvidables pertenecientes al mundo del libro, la música o la pintura, en los que constatamos con humor que se hallaban en su mayoría presas de serios problemas psicológicos, cuando no psiquiátricos. Es sorprendente la nómina de esquizoides, paranoicos, adictos irredentos y neuróticos que podemos encontrar en estas páginas del momento, como si todos hubieran contraído una enfermedad del siglo difícilmente erradicable. Lo cual nos lleva a vislumbrar con cierta premonición la tragedia en ciernes que cambiaría estas vidas por completo, fueran o no al frente. Por eso nos hallamos ante un libro de elaboración y estructura aparentemente fácil, pero muy inteligente y de penetrante análisis.
De hecho, 1913 se cierra con un acontecimiento político y artístico fuera de lo común, como fue el robo y posterior recuperación de La Gioconda de Da Vinci en una protesta de signo nacionalista, convirtiéndose así en el cuadro más famoso del mundo. Meses antes de estallar la guerra, este retrato de sonrisa misteriosa adquiere un claro simbolismo. Como representativos son también todos los personajes que desfilan por el libro, siguiendo la estela novelística coral de John Dos Passos, imitada por la Colmena de Cela, en la que unos más que otros dan solidez al texto por gozar de más presencia, mayores zozobras y protagonismo, como Kafka, tan frágil y tan representativo. Pero están ahí también en posición de firmes Picasso, Thomas Mann, Rainer María Rilke, Bertolt Brecht, Georg Trakl, Ernst Jünger, Gertrude Stein, Oskar Kokoschka, Robert Musil, Albert Einstein, Sigmund Freud rompiendo por completo las relaciones con su discípulo Jung, o esa Camille Claudel que ingresa en el manicomio para no salir nunca. Vidas devastadas en su mayoría por trágicas historias amorosas marcadas por la homosexual reprimida, el incesto, la poligamia desordenada o la impotencia que nos transmiten una nítida imagen de malestar individual y social. Cien años después, con crisis en los mercados y sin una gran guerra en el horizonte, no estamos mejor, lo cual nos hará reflexionar. Para ello, léanla.

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