sábado, junio 08, 2013

Colección Frontera (1), Alfredo Lara (Dirección)





















Indian Country. Dorothy M. Johnson.
Trad. José Menéndez-Manjón. Valdemar, Madrid, 2011. 264 pp. 18 €

Un tronar de tambores. James Warner Bellah.
Trad. Lorenzo Díaz. Valdemar, Madrid, 2012. 256 pp. 19,20 €
Pilar Adón

Hace un par de años se abrió con Indian Country, de la estadounidense Dorothy M. Johnson, la colección Frontera de la editorial Valdemar con la intención de recuperar y rehabilitar el género literario del western, tan maltratado en España con malas ediciones y malas traducciones, y terminar con esa concepción generalizada de que es ésta una narrativa de poca calidad, de compraventa en quioscos y usar y tirar. Hasta el momento, cuatro han sido las obras publicadas (dos colecciones de relatos y dos novelas) y todas ellas siguen unos criterios básicos de calidad que incluyen ediciones acabadas y unos magníficos estudios preliminares del director de la colección, Alfredo Lara, en los que nos especifica el contexto histórico del autor, sus circunstancias biográficas y en los que, sobre todo, nos ofrece multitud de detalles acerca de las adaptaciones cinematográficas que se hicieron de muchas de estas narraciones. Porque si algo resulta evidente es que los gestos, las expresiones tan repetidas que se han convertido en clichés, las imágenes míticas de estas obras (el vaquero que llega a una pequeña casa de troncos atacada por los indios para encontrar vivos a un par de mujeres y a unos niños; las batidas a caballo por las llanuras interminables; los adornos de guerra de los jefes indios; las conversaciones de los hombres que intentan abrirse paso por los espacios salvajes del Territorio…) no han llegado a nosotros gracias al soporte de la literatura, sino al del cine. Pocos lectores habrán oído hablar de Dorothy M. Johnson (1905-1984), pero si dijéramos que es la escritora de los relatos que inspiraron las películas Un hombre llamado Caballo, El árbol del ahorcado y El hombre que mató a Liberty Valance, seguramente el interés por su trabajo crecería. Y lo mismo ocurre con James Warner Bellah (1899-1976), cuyo nombre no puede desligarse del de John Ford ya que cinco de sus relatos fueron el germen de su trilogía de la caballería americana, compuesta por Fort Apache, La legión invencible y Río Grande. Quizá sea Dorothy M. Johnson la autora más puramente literaria de los cuatro escritores publicados hasta el momento por Valdemar. Con un par de pinceladas, con una sutileza y una economía descriptiva que roza el minimalismo, nos traslada a unos escenarios extensos y vacíos en los que conviven avispadas mujeres que lo observan todo con los ojos muy abiertos, jóvenes audaces, hombres esforzados y emprendedores y, sobre todo, indios que atacan y huyen, y de quienes Johnson nos ofrece una cara de una violencia extrema (aunque nunca tan extrema como las que nos regalará nuestro siguiente autor, James Warner Bellah), pero también otra más humana y adornada incluso de cierto romanticismo. Sus condiciones de supervivencia; sus ritos de comunión con la naturaleza; el concepto sagrado del entorno, de las montañas y los ríos; su creencia en el poder de los espíritus y en su protección personal que les lleva a pasar días en soledad, hambrientos, en busca de su propia medicina; la lucha diaria por la subsistencia y su sabiduría ancestral… Todo ello dosificado en narraciones casi poéticas que nos hablan de los rigores del entorno y de las escasas concesiones que ese mismo entorno hace ante la debilidad de los hombres. De héroes y villanos. De la muerte y la grandeza del enfrentamiento. De la épica. De lo glorioso y lo legendario. De la costumbre india de no interrumpir al interlocutor mientras habla. De su prevención ante el oro por considerarlo un elemento que vuelve locos a los hombres blancos. O de su manera de cazar para obtener alimento y no por pura diversión, como verían hacer a los blancos, que cazaban búfalos desde los trenes en marcha por el puro placer de matar y no porque necesitaran su carne.
Todo ello con una prosa limpia, desnuda. Johnson se vale de un lenguaje claro para narrar grandes hazañas, para desplegar todo un muestrario de actitudes y guiños que forman parte de nuestro bagaje visual gracias a nuestra condición de espectadores, y para presentarnos unos paisajes y unos personajes cuya inmortalidad vendría de la mano del cine. No deja de ser paradójico que sus historias inspiraran grandísimas películas y que sean esas películas las que hoy le aporten al lector actual el característico e inconfundible fondo estético con el que rellenar los huecos que la propia autora dejó sin cerrar. James Warner Bellah es otro cantar. En Un tronar de tambores nos describe la vida diaria de los soldados americanos en los asentamientos militares, desde donde trataban de controlar cada centímetro de los nuevos territorios arrebatados a los indios, y seguir avanzando hacia el oeste. En estos fuertes los hombres eran muy hombres. Y, en cuanto a las mujeres, las había de dos clases: o bien las que eran violadas y masacradas por los indios para indignación de los soldados, que tenían así una excusa perfecta para tomarse la revancha y masacrar, a su vez, a los primeros verdugos; o bien las que se hacían valer de sus encantos femeninos para que sus hombres alcanzasen el lugar que merecían a sus ojos. Vuelve a resultar paradójico el que sus conversaciones nos suenen tanto a tópicos cinematográficos, casi caricaturescos, cuando son precisamente estos diálogos los que generaron la iconografía que nos ha quedado de la vida en el oeste americano.
En esta colección de James Warner Bellah se reúnen los cinco relatos que inspirarían la mencionada trilogía de John Ford, y se ha incorporado la novela que el propio autor terminó a partir del guión de Fort Comanche y que da título al libro: Un tronar de tambores. En ellos, tanto las alusiones del narrador como los propios diálogos de los personajes hacen referencia constante al valor de los hombres, a la importancia del rango y a lo esencial de la obediencia. Los relatos tienen como escenario principal el asentamiento de Fuerte Starke, donde todas las voces son muy masculinas y todos los finales muy honrosos, y donde la nobleza y el respeto prevalecen por encima de cualquier otra consideración, de modo que cuando los hombres hablan, marcan cada palabra con la dicción perfecta que da la seguridad de estar al mando del mejor destacamento o, desde el otro punto de vista, de saberse a las órdenes del superior más cabal y decente que pueda imaginarse. John Ford adquirió por 7500 dólares los derechos de Masacre, el relato de Bellah que narra cómo el comandante Owen Thursday lleva al desastre a sus hombres buscando la gloria militar, y en él se inspiró para hacer Fort Apache, donde viene a contar la historia del general Custer y el descalabro para el Séptimo de Caballería frente a Caballo Loco en la batalla de Little Big Horn. En el propio relato se apunta la idea de que Thursday, trasunto de Custer, en realidad se suicidó con un tiro «disparado tan de cerca que el médico había deducido que el comandante mayor habría apretado personalmente el gatillo». Se cree que por eso su cadáver no fue mutilado ya que los indios no profanaban los cuerpos de aquellos que se quitaban la vida de forma voluntaria.
Después vendrían las otras dos películas decisivas para asentar el repertorio de heroicidades y desventuras de una institución tan cinematográfica como la caballería americana en su infatigable persecución de los indios, de los que uno de los personajes de Un tronar de tambores hace esta "sutil" descripción: «El indio es un animal salvaje y nocivo, y sus actos los de un feroz animal de presa en nada atemperados por la piedad o la misericordia». También hay campo para, en voz directa del narrador, aludir a la "blandura" de Fenimore Cooper: «Hay que verlo para creer lo que les hacían a las mujeres blancas. Fenimore Cooper era un fatuo romántico, atontado en su empalagosa ignorancia, porque los indios en estado de libertad sólo están a un paso de las bestias. Son lascivos y carentes de honor o piedad, indecentes en ideas y en habla e inconcebiblemente sucios en su persona y modales». Todo lo que fuera necesario para ensalzar los heroicos valores de los militares.
De las dos novelas publicadas en la colección Frontera (El trampero, de Vardis Fisher, y Centauros del desierto, de Alan Le May) nos ocuparemos en una reseña próxima. Pero valgan estos dos libros de relatos para invitar al lector a que disfrute de su paseo literario por el salvaje oeste.

6 comentarios:

  1. Excelente nota que reivindica a un género casi olvidado pero cargado de nostalgia para muchos

    ResponderEliminar
  2. Excelente nota que reivindica a un género casi olvidado pero cargado de nostalgia para muchos

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias por el comentario, JotaT. Somos muchos los enamorados de esta épica, y ahora tenemos la oportunidad de leer libros muy bien editados y apasionantes.

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias por el comentario, JotaT. Somos muchos los enamorados de esta épica, y ahora tenemos la oportunidad de leer libros muy bien editados y apasionantes.

    ResponderEliminar
  5. Me encantan tus reseñas, Pilar. Reconozco que nunca he sentido un gran interés por el western -ni en el cine ni en la literatura-, pero me alegra que las editoriales cuiden estas ediciones porque estoy segura de que tienen su público.

    A propósito del tema, hace unos meses leí "Butcher's Crossing", de John Williams (el autor de "Stoner"), un western magnífico que trasciende su género. Creo que pronto se publica en castellano, así que lo recomiendo.

    ResponderEliminar
  6. Gracias, Rusta. Por el comentario y por la recomendación del libro de Williams. No he leído "Stoner", pero creo que lo leeré porque me lo han recomendado lectores de los que me fío. Y estaré pendiente también de la publicación de su "Butcher's Crossing".

    Un abrazo.

    ResponderEliminar