Seix Barral, Barcelona, 2013. 240 pp. 18 €
Ángeles Prieto Barba
El duelo por la muerte ajena, la única que podemos llegar a conocer, es una etapa lenta y dolorosa, pero también trascendente y transformadora, como nos indica Rosa Montero. Autora que, con una contención discreta, elegante y encomiable, nos regala un libro difícil, y no precisamente porque haya sido escrito utilizando un lenguaje rebuscado, cultismos o arcaísmos en desuso, sino porque es muy complicado imponer el obligado distanciamiento, el orden y racionalidad necesarios, a la expresión literariamente honesta de unos sentimientos arraigados que marcan nuestra vida y que nos desbordan. Un libro que se ha gestado precisamente ahora, y no tras la muerte de Pablo, porque entonces hubiera sido imposible que pudiera surgir de este modo esperanzador, cálido y generoso.
El detonante del mismo, pero también la pantalla que Rosa utiliza para poder comunicarse con nosotros y en la que se vio reflejada, es el diario de una mujer excepcional sin paliativos: Marie Curie. La única señora que lució dos Premios Nobel, pero también la autora de un diario desgarrado, escrito tras la muerte de Pierre, que encontramos reproducido en un apéndice al final del libro, recogiendo justo las palabras que reflejan el amor sólido y admirativo de esta pareja, amor por el que Marie batallará contra su propia memoria rememorando los duros instantes de la pérdida. El momento. Las horas terribles. El martirio. Y después, esa desolación absoluta que nos sobreviene proveniente del dolor y de la culpa: la culpa por seguir vivos, privilegio al que no tenemos derecho sin nuestro otro yo y por el que sentimos ganas de aullar por las mañanas, como afirma Marie Curie, exactamente igual que cualquier animal salvaje. Pues es preciso, durante un duelo absurdo, cruel y prematuro, enloquecer un poco a fin de no volverte loca del todo. Ya veis en esta reseña que yo también utilizo pantallas y palabras ajenas, en este caso las de Joan Didion en El año del pensamiento mágico, aunque también espero que podáis notar no sólo que sé de lo que hablo, sino también cuánto me está costando. En cualquier caso, el verdadero lenguaje del amor es el silencio, algo que se filtra muy bien en la manera pudorosa y recatada que nuestra escritora emplea al abordar todo esto.
Rosa asimismo se sirve de la admirable Marie, pero también de sus hijas Eve e Irène, para así abordar un segundo tema importante como es el rol de la mujer en la sociedad contemporánea, y en su doble faceta privada y pública, donde el éxito no sólo se consigue con talento, sino también con una enorme lucha y perserverancia, aún a costa de la propia salud. Por ello, este libro no laudatorio, sino reflexivo, no constituye en absoluto un punto y aparte en la obra narrativa de la autora, sino un peldaño más, un avance claro, en los temas que ha venido desde siempre trabajando, particularmente relacionado con el ensayo La loca de la casa.
Montero no pontifica, no proclama ni alza la voz, no da fórmulas contra el dolor, no nos brinda un manual de autoyuda para estos casos. Más bien se limita a hablarnos y acompañarnos en un libro que se vuelve a leer porque es como un abrazo cálido.
Todo el mundo habla maravillas de este libro pero no es con lo que me quiero estrenar de Rosa Montero.
ResponderEliminarMe gustó muchísimo.
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