1. Ignacio Sanz
Los veinte cuentos que conforman Safaris inolvidables componen una deliciosa sinfonía narrativa. Su música, poco a poco, va envolviendo al lector que descubre pequeñas complicidades que destellan de un cuento a otro. Escritos en primera persona, el narrador tiende puentes con los personajes entre un cuento y otro. De ahí que nos encontremos con un personaje que habíamos conocido de manera superficial en Lanzarote, en otro cuento que discurre en Brasil. Islas remotas perdidas en la vastedad del Océano Índico, selvas tropicales, territorios devastados por lejanías insospechadas son algunos de los escenarios en los que Fernando Clemot mueve a sus personajes. A veces en esos espacios marcados por la lejanía, nos cuenta historias pretéritas para reavivar dramas presentes. Y todo ello aderezado con técnicas descriptivas rabiosamente actuales ya que el narrador nos describe los fenómenos geográficos a través de los recursos que presta Internet. Así, resulta asombroso cómo describe minuciosamente un fenómeno geográfico a 800 metros de altura y cómo ese fenómeno se difumina cuando se eleva a 5000 metros. Como si estuviera relatando lo que se ve desde un avión. Pero Clemot nos deja claro que lo hace desde un servidor de la red.
Brasil, Irlanda, Hungría, Portugal, Francia… son meros pretextos. El lector se convierte en testigo de unos viajes que remiten al nomadeo y al desamparo del propio narrador; a veces a la evocación de tiempos felices que el presente torna amargo. Cuando el narrador se siente traicionado, es decir, abandonado y solo, evoca aquella ocasión en que, hace años, precisamente ahora que se encuentra herido, él hizo lo mismo. De manera que los viajes no son sólo espaciales, sino en el tiempo. Los argumentos se quiebran de pronto, rompen el ritmo, van y vienen. Casi nunca avanzan de manera lineal, más bien parece que cabalgaran sobre el lomo de un caballo de ajedrez.
Con frecuencia leemos libros de relatos que se presentan como novelas. Pues bien, Safaris inolvidables, sin dejar de ser veinte cuentos independientes y autónomos, podría pasar por una novela fragmentaria, dado que nos ofrecen fragmentos de vida de un mismo narrador. O sus recuerdos. O Las historias que le contaron.
Algunos cuentos resultan redondos como el de María Aparecida, la mulata brasileña de la que se enamora el narrador y de la que vivirá colgado el resto de su vida. Hay historias sorprendentes como la dedicada a contarnos las extravagancias del poeta fascista D'Annunzio, tan sugerente, pese a todo.
Hay cuentos breves y fulgurantes como “La agonía de las flores” que dejan un aroma melancólico en el ánimo del lector.
No conocía a Fernando Clemot, pese a que en 2009 recibió con Estancos del Chiado el premio Setenil al mejor libro de cuentos. Cuántas lagunas tiene uno. Ha resultado un descubrimiento feliz este Safaris inolvidables, tan metaliterario, con ese fondo de amargura y cierto desenfado. Lo dicho: una delicia.
2. José Miguel López-Astilleros
Adentrarse en la espesura de los veinte cuentos que Fernando Clemot nos ofrece en su segundo libro de este género (el primero fue Estancos del Chiado, con el que obtuvo el prestigioso premio Setenil), es disponerse a emprender un doble viaje, que es el mismo: uno externo, que nos llevará por geografías y paisajes desde la virtualidad de una computadora, pero que a la manera del romanticismo expresan a menudo estados del alma; y otro interno, el que hacemos a la recuperación de un pasado, que lejos de permanecer inmóvil en la memoria, se le revela a los protagonistas como algo voluble e inestable, de una fragilidad que nos enfrenta a la extrañeza de la vida, cuyo recuerdo nos deja a la intemperie, sin más protección que las palabras que lo recrean, porque como se dice en el primer relato «no hay maleta con mayor lastre que el pasado, somos solo fatiga al anochecer de este viaje, tristes esclavos del recuerdo.
Los temas fundamentales son la memoria, la senda tortuosa de la reconstrucción de los recuerdos y la pérdida del amor, por ejemplo en el que da título al libro, Safaris inolvidables o en Ni odio ni olvido, entre otros; así como el tiempo, y concretamente el tiempo como destructor de los sueños, en María Aparecida, donde el capitán Jensen, tras cartearse dos años con su amor durante sus viajes, vuelve a ella, pero encuentra a una mujer desconocida; o la muerte en Flores del Sertón, en el que asistimos a un momento de exquisito refinamiento al contraponer el cálido funeral de un campesino muerto durante un viaje en autobús por el Sertón, con el frío y deshumanizado funeral de la madre del protagonista; pero también la locura, como en Los cincuenta furiosos, cuyo último párrafo reza así «Nos aguardan pacientes en la esquina la locura y la nada, con su cuenco de hueso, cerca del fin, como un lienzo vacío de color sobre los eternos campos de hielo».
Un elemento capital de la obra es su unidad, conseguida de varios modos: por la repetición de los temas en muchos de ellos; por la aparición de dos grupos de relatos que ofrecen una cierta continuidad, de tal modo que en el titulado Safaris inolvidables comienza una historia de desamor, en la cual el protagonista es abandonado por su pareja, y a partir de aquí, en cuatro relatos más, diseminados por todo el libro, iniciará un proceso de recuperación de sus recuerdos, narrados hacia atrás conforme van transcurriendo distintos episodios de su relación con ella. El segundo grupo está compuesto de tres cuentos que tienen como protagonistas a dos marinos, Jensen y Christian, que al igual que los cinco anteriores están distribuidos de manera discontinua entre los demás. Otros elementos que prestan unidad al conjunto son la utilización de la primera persona en todos o la omnipresencia en la mayor parte de ellos de un “programa”, como así se le denomina, que nos recuerda a Google Earth y su herramienta Google Street View, mediante el cual el protagonista realiza los viajes en el tiempo y el espacio, desde Lisboa a Roma, Budapest o Venus. Esta unidad fortalece y aglutina los diversos matices de las obsesiones que habitan el ideario del autor en favor del conjunto, pero por otra parte corre el riesgo de desdibujar la individualidad de cada uno de las piezas, sobre todo por abundar en lo que las une.
Los personajes están inmersos, en su mayoría, en una cotidianidad que nos acerca a su realidad de ficción. Al hilo del argumento central y de los personajes principales, en ocasiones van surgiendo una pléyade de secundarios, cuyas vidas están pergeñadas de manera breve y eficaz, no menos atractiva que aquellos. A todo ello hay que añadir el inteligente manejo de los finales abiertos y las elipsis, que dotan a los relatos de un misterio insondable, con momentos de intenso lirismo y sabiduría vital.
La impresión emocional que nos dejan estos cuentos de Fernando Clemot, es de una silenciosa y reflexiva melancolía, que no surge de un lenguaje especialmente emotivo ni sensiblero, sino de un planteamiento existencial y una técnica narrativa manejada con pericia y acierto, que tiene un magnífico ejemplo en el fastuoso comienzo de El hombre que mira. Todo un placer para lectores de profundidades y silencios.
Una buena idea, esta de publicar reseñas a pares sobre una misma obra. Cada una tiene su estilo y da al futuro lector un punto de vista distinto.
ResponderEliminaruna gran crítica.
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