Coradino Vega
Dice Daniel Ruiz García que ha escrito una novela de superhéroes, pero Tan lejos de Krypton es mucho más que eso. Las continuas referencias a los iconos de los cómics no obedecen aquí a ninguna moda dispuesta a dinamitar una forma realista de interpretación de la experiencia, como tampoco parece que sea un modo de evasión que convierta la literatura en un juego de artificios más o menos ingenioso. Ya en La canción donde ella vive, Daniel Ruiz García había explorado la importancia de la cultura popular en la conformación del imaginario de quienes nacieron a partir de los setenta. Y ahora, junto a la nómina de superhéroes y personajes tan familiares para los que fueron niños en este país en la década de los ochenta, aparecen los clics de famóbil, los petazetas, el blandiblú o Vacaciones en el mar. Porque no es que todo eso fuera el telón de fondo, es que ése fue el escenario en el que una generación que nada tuvo que ver con la movida creyó por edad que cualquier cosa podía ser, incluyendo gozar de superpoderes.
De cómo fuimos para saber en qué nos hemos convertido parece ir esta novela que narra una historia terrible, de eco faulkneriano, con un ritmo trepidante, una estructura sólida, trama bien urdida y una prosa madura, envolvente, en la que la característica fuerza expresiva de su autor queda al servicio de la doble voz que la modula. Está la segunda persona que insta al Lucas-adulto a que se sumerja en un apartado de la memoria doloroso. Pero sobre todo está esa primera persona por la que habla la conciencia del Lucas-niño y que es quizás el mayor logro del libro, pues a través de ella el narrador tratará de “desenterrar las palabras primitivas” en lo que parece un alegato semántico o una suerte de exorcismo contra el resabio que acarrea la pérdida de la inocencia. Lucas, un niño normal de once años que pasa el verano en el pueblo con su familia, quiere seguir los pasos de su primo Prudencio, empeñado en convertirse en Alfaman, combatiente de las Fuerzas del Bien, puesto que «debajo de la realidad, pervive la lucha soterrada entre héroes y villanos». Cuando Prudencio le habla a Lucas así, parece Don Quijote dirigiéndose a Sancho. Los villanos están por todos lados y pueden ser cualquiera, desde los poderosos que salen por televisión (el presidente de las patillas y acento andaluz, la primera ministra británica igualita a la vecina del 4ºD, el coronel Tejero o el arrugado Reagan con su Guerra de las Galaxias), hasta los seres más peligrosamente cercanos. Pero la impronta cervantina no acaba sólo con ese alegórico a la vez que cómico cuestionamiento de lo real; también está presente en el trato que Daniel Ruiz García da a sus personajes: en la compasión, en la ternura, en la dignidad, en la desazón y la tristeza que atraviesan el humor, el aparente optimismo y el valor; en su profunda sensibilidad ante la injusticia. Lucas lo mira todo con la perplejidad del niño que observa un universo en el que aparecen los primeros indicios del horror: «Otra vez ganas de llorar, sentimiento de no saber, no entender nada. Pero también rabia, un deseo raro de estrangularlo todo, de marcharte del mundo y estrujarlo como una pelota, explotarlo como un globo».
Hay escritores a los que parece que les gusta más serlo que escribir, ser agudos críticos o concebir la literatura como un instrumento para uno u otro fin en lugar de como un acto de contar, rellenar insuficiencias de la vida y explicarnos a nosotros mismos: les sobra cálculo pero les falta alma, pasión, verdadero entusiasmo por la literatura. Con Tan lejos de Krypton, su sexta y a mi juicio mejor novela, Daniel Ruiz García reivindica volver al origen del que nos fuimos («el niño pequeño que sonríe en las fotos»), recuperar el significado de las palabras, escribir con el corazón lo que tenemos más cerca y no siempre somos capaces de ver. A menudo se le ha calificado de escritor visceral por la crudeza de la temática de sus anteriores novelas y su exuberante estilo. Si por visceral entendemos también escribir con el estómago, llegando hasta el fondo de las emociones y con la valentía de ser uno mismo cueste lo que cueste, Daniel Ruiz García sigue siendo con esta hermosa elegía, que tiene algo de metafísica y mucho de indagación moral ante el desconcierto presente, un escritor visceral. El más visceral. El menos pijo de su generación. Alguien que, por mucho que se lo propusiera, no podría nunca dejar de ser escritor en el sentido más noble del término.
¿ Cómo puedes hacer para leerte cada día un libro y hacer una reseña tan buena?
ResponderEliminarYo creo que eres biónico.