Miguel Baquero
Autor de indiscutible éxito internacional gracias a novelas como Delicioso suicidio en grupo o El bosque de los zorros, que le han destacado por su particular y finísima forma de entender el humor (fresco, ligero, sano, pero con unas gotas necesarias y bien medidas de crítica social), el finlandés Aarto Paasilinna (Kittila, 1942) está conociendo ahora la edición en nuestro país, por parte de Anagrama, de las novelas anteriores a su consagración. Llega el turno ahora, tras El año de la liebre para esta Prisioneros en el paraíso, editada por primera vez en Finlandia en 1974 y donde ya podemos apreciar (y degustar) algunos de los rasgos más sobresalientes del autor.
El argumento de la novela es bien sencillo, e incluso me atrevería a decir habitual: un avión se estrella cerca de una isla desierta (“desierta” es la fórmula común para significar que está alejada de la civilización) y los supervivientes, hombres y mujeres de varias nacionalidades y distinta extracción social, han de organizar su vida diaria en lo que les localizan los equipos de rescate. Hasta aquí, nada nuevo, y estoy completamente de acuerdo con una de las opiniones de los críticos que reseñaron esta novela, en este caso el crítico de “Le Monde”, en el sentido de que, sin el humor, este género de relatos parecería ridículo. Pero, en efecto, interviene el humor; un humor de muchos quilates como es el de Paasilinna; un humor que no se recrea en el chiste ni en el “golpe” y va mucho más allá: pretende trazar la comicidad de la situación en su conjunto, pretende hacer una sátira no de éste ni de aquél individuo, ni de un determinado tipo humano en concreto, sino que es una mirada burlesca sobre la totalidad. Con totalidad me refiero al hombre occidental y su pequeña visión del mundo, llena de miedos y prejuicios.
Los pasajeros del avión que se estrella son, en su mayoría (ya en este primer punto se inicia la particular mordacidad de Paasilinna), integrantes de una misión humanitaria de la ONU que viaja al Tercer Mundo para proteger a los indígenas de uno de tantos peligros como les acechan. Como buenos occidentales, solidarios y políticamente correctos, la primera medida que toman al llegar como náufragos a la isla es elegir una junta directiva. Posteriormente, y en la misma línea, entablarán un debate sobre cuál se va a convertir en la lengua oficial de su pequeño grupo o de qué manera van a organizar los periodos electorales; se lamentan así mismo porque, enfrascados en las tareas de hallar medios de supervivencia, talar árboles y construir cabañas, no les es posible aplicar la normativa europea en materia de jornadas laborales; y desnudos ante la intemperie y el calor sensual del trópico, deciden, como primera medida, crear un consultorio de asesoramiento sexual…
Todo esto antes de que la naturaleza comience a obrar y día a día, con la misma exuberancia de la vegetación que les rodea, vaya rompiendo con sus raíces, tenaz y pacientemente, esa pequeña estructura social y ponga al descubierto lo precario e incluso ridículo de sus cimientos.
Y de nuevo aquí hace gala Paasilinna de esa contención que es la clave de la excelencia de sus novelas y de la calidad de su humor. Porque sin renunciar a la burla, y en general a la ridiculización de la sociedad, no descuida el dibujo compasivo de sus personajes, gracias a lo cual hace entrañables y humanos incluso a la ultrarreligiosa preocupada por los métodos anticonceptivos. Una justa distancia, en suma, la que acierta a tomar el autor y que a ratos se convierte en ejemplo de cómo sostener un pulso literario.
Aunque las comparaciones siempre son odiosas, una especie de "El señor de las moscas", supongo, pero con adultos y en clave de humor. Tengo que empezar a leer a Paasilinna, que ya está sonando mucho y quiero saber qué opino yo.
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