David Vicente
Para quien no le conozca, Montero Glez es uno de esos autores que no suelen aparecer en las listas de los distintos suplementos sobre los mejores libros del año, tampoco es fácil encontrar sus libros apilados en las mesas de novedades de las grandes cadenas de librerías, no colecciona premios y no frecuenta los saraos literarios. (Perdón, esto último es una redundancia, ya que lo uno suele ser consecuencia de lo otro y lo otro de lo uno).
Montero Glez es ese tipo de escritor que está tan poco de moda en estos tiempos literarios donde prima más el ruido que las nueces. Me refiero a este tipo de escritor que se dedica básicamente a escribir. Vaya perogrullada, dirán ustedes. Si es así, es que no conocen en absoluto como está el patio literario ni en qué consiste este oficio.
Sin embargo, el tiempo que, dicen, todo lo pone en su sitio, parece estar de su parte y terminará por darle la razón. Y es que “manda güevos” que los demás estén erre que erre currándose las habichuelas, e intentando picar de flor en flor, y uno, que lo único que hace es darle a la tecla, vaya y se lleve los meritos. Y la razón no es otra que Montero Glez es uno de los autores más talentosos y con una propuesta más personal de la literatura actual en habla hispana. Pero claro, supongo que no se ha colgado de una soga ni ha nacido en Brooklyn y eso, quieras que no, también suma o resta, depende el caso. Así que al final acabaremos convirtiéndole en imprescindible cuando ya no quede otro remedio.
Lo que van a encontrar dentro de Polvo en los labios es eso que algunos llamarían una obra menor y que suelen ser las que hay que leerse precisamente. Se trata de una colección de doce relatos, algunos de ellos ya publicados anteriormente en otros libros, donde desfilan todo tipo de personajes marginales y perdedores. Pero a nuestra manera castiza (que cada vez es menos nuestra) y sin el glamur que tienen los de los anglosajones. Putas, carteristas sin suerte, taxistas, yonquis con los picores del mono, presidiarios, recepcionistas de hotel, borrachos que cierran tablaos flamencos con la navaja en el bolsillo del pantalón y hasta herederos a la corona. Lo mejor de cada casa, en definitiva. Todos ellos pasados por el tamiz (que vete tú a saber qué significa esta expresión) de una prosa descarnada, cruel si me apuran, pero también dotada de un lirismo muy particular.
Los que ya conocen a Montero por obras como Sed de Champán o Cuando la noche obliga no descubrirán nada nuevo, pero seguirán disfrutando de él, lo que no es poco. Los que no le conocen tienen una oportunidad con este libro de acercarse a un autor que tiene mucho de escritor y muy poco de “spanish writer”, definición tan de moda últimamente los perfiles de twitter.
Montero Glez es todo un personaje. Y lo tengo pendiente desde "pistola y cuchillo". Durante muchos años he sido recepcionista de hotel y me hace gracia que entre los personajes marginales y perdedores nos incluyas junto con putas, carteristas y yonquis, presidiarios y borrachos. Supongo que lo mismo podría decir el gremio de los taxistas. Seguramente los recepcionistas y taxistas del universo Glez no desentonan entre el resto de personajes. Un abrazo.
ResponderEliminarQué buena pinta tiene este libro, la verdad. Y, además, por lo que nos cuentas de la atmósfera de estos cuentos, le va genial la fotografía de Alberto García-Alix, ex-yonqui con con una cámara muy poética. Un saludo.
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