Julián Díez
Greg Egan es uno de los personajes más curiosos del género de ciencia ficción actual. En la era de la comunicación, un escritor que destaca por sus miradas más osadas hacia el futuro es un anacoreta sin presencia mediática alguna, en un contraste absoluto con buena parte de sus colegas. No hay fotos suyas, no acude a ningún acto, y reside en Perth, una localidad australiana a miles de kilómetros de cualquier otra con aeropuerto internacional: el mejor lugar posible para que nadie le busque jamás. Tal vez ni siquiera exista, y sea una dirección de correo electrónico respondida por algún otro notable. Incluso recuerdo haberle preguntado directamente al respecto a Ted Chiang, otro de los autores del momento: se limitó a decir que ya le gustaría.
No sabemos a ciencia cierta, por tanto, de donde proceden los conocimientos multidisciplinarios que respaldan los argumentos de Egan, plasmados hasta hoy en once novelas y seis colecciones de cuentos publicadas durante los últimos veinte años. Personalmente, admito que prefiero hasta ahora con diferencias sus relatos sobre las novelas. En el formato corto, como le pasa a otros escritores del género, Egan va al grano y no puede acumular sus despliegues de tecnología y especulación científica, con querencia hacia complejos desarrollos de lo que se da en llamar ToE (Theory of Everything, “teorías sobre todo”) que terminan por convertir sus novelas en gigantescos constructos metafísicos. O, por decirlo más directamente, la verdad es que no tengo las herramientas necesarias para seguirle cuando se pone realmente estupendo y se imagina un cosmos entero a su medida.
Zendegi, su novena novela, viene a romper esa línea genérica de trabajo al desarrollarse sobre tecnologías más cercanas y en un escenario más cortoplacista: el Irán de pasado mañana, en su primera parte, y el de dentro de quince años en la segunda. La elección del lugar ya es de por sí curiosa, porque los países islámicos han sido muy raramente objeto de las especulaciones del género. Aunque en los últimos tiempos se acumulen buenas novelas que miran el futuro fuera del marco europeo y estadounidense, caso de La chica mecánica de Paolo Bacigalupi o Brazyl de Ian McDonald
En ese entorno de relativamente baja tecnología, Egan nos viene a mostrar los primeros pasos que podrían dirigir al mundo post o transhumano que retrata en la mayor parte de sus novelas previas. Los protagonistas son por un lado el periodista Martin Seymour, enviado al país para seguir una revolución contra el régimen islamista, y por otro la programadora Nasim Golestani, que trabaja para el entorno virtual Zendegi ("vida", en farsi). Sus historias terminarán por confluir en ruta hacia el primer mapeo cerebral de la historia: la conversión de la inteligencia y la individualidad humana en incontables bits de información que reproducen el pensamiento, con todas las posibilidades que eso supone.
Releyendo lo que llevo escrito hasta el momento, reconozco que la novela puede tener un aspecto bastante temible, pero en esta ocasión no hay para tanto. Egan parece haber hecho el esfuerzo de dirigirse a un público más amplio, y todo coincide para que esta sea no sólo su obra más asequible hasta la fecha, sino una novela francamente recomendable para cualquiera interesado por un futuro “realista” y sin especial preparación científica
A diferencia de lo que ocurre en otros de sus trabajos, el autor australiano introduce aquí personajes capaces de despertar empatía en el lector, en lugar de protagonistas inmersos en futuros complejos que obligan a un esfuerzo de comprensión. El hecho de que el relato se desarrolle en Irán, retratado con una cercanía de detalles que habla seguramente de algún viaje de Egan al país, le permite introducir detalles de ambiente muy interesantes, y mantener sus especulaciones dentro de un territorio más accesible. Incluso es obvio su esfuerzo por incluir explicaciones científicas a través de personajes fuera de su línea de trabajo -muy curioso por ejemplo un futbolista estrella convertido en bits- y algún elemento de humor para desengrasar antes de un final agridulce, algo escéptico, pero perfectamente justificado.
Zendegi es una excelente introducción al trabajo de uno de los escritores que están diseñando el futuro, y que ya había demostrado que podía llevar a cabo especulaciones más cercanas en buena parte de sus cuentos. Es una novela osada en el contexto de la obra de su autor, que deseo fervientemente que encuentre eco para continuar en esta línea.
"retratado con una cercanía de detalles que habla seguramente de algún viaje de Egan al país"
ResponderEliminarSi no recuerdo mal, Egan estuvo unos cuantos años involucardo en una causa para obtener la libertad de un activista político encarcelado en Irán. De hecho, otro de sus relatos "The Lost Continent" también está situado (más o menos) en ese país y trata el problema de los refugiados políticos de forma directa.
"que deseo fervientemente que encuentre eco para continuar en esta línea"
Yo, personalmente, espero que no (y sus dos últimas novelas, las primeras entregas de Orthogonal, afortunadamente, al menos para mí, van en una línea bien distinta). Novelas como Zendegi las pueden escribir, hoy en día, decenas de autores. Novelas como Diaspora o The Clockwork Rocket, sólo Egan.
¿Egan duro o Egan blando? Está dinámica un tanto estrecha de miras personalmente empieza a aburrime, aunque por lo visto este autor está condenado a ella. Yo lo que quiero es que siga escribiendo, si le apetece, y lo que es más importante, que escriba le que le venga en gana. Que no se aburra, que no ponga el piloto automático como tantos otros. A unos lectores les gustará más el duro y a otros el blando. Lo bueno es que la visión de Egan está presente tanto en unos libros como en otros.
ResponderEliminarObviamente el blando es más accesible para cualquier lector. Lo del "futuro realista" que apunta la reseña da en el clavo. En la novela se copian las habilidades de un futbolista con el balón, y se deja caer que será mucho más sencillo copiar las habilidades de un trabajador en cualquier fábrica. Las cifras de paro que tenemos ahora, en este país y en el resto del mundo, no son nada comparadas con lo que está a la vuelta de la esquina. Más nos valdría empezar a pensar en algunas soluciones antes de que la sangre llegue al río. Yo opto por la sociedad del ocio y por pasar los lunes al sol.
-Xenofracture