martes, enero 08, 2013

Las leyes de la frontera, Javier Cercas

Mondadori, Barcelona, 2012. 384 pp. 21,90 €

José Manuel Hernández

Existe un relato de la Transición, construido casi en paralelo a los acontecimientos y que se quiere oficial, según el cual el proceso de democratización vivido en España entre 1975 y 1982 fue posible gracias al pacto alcanzado, sin apenas conflicto, por todos los agentes sociales y políticos del país. Aún así, aunque al principio de manera subterránea, no tardaran en surgir voces alternativas que impugnarán, poniéndola en tela de juicio, la trama oficial de los hechos. La mayoría de esas narrativas heterodoxas, ansiosas a menudo por reivindicar el punto de vista propio de una España diversa, van a legitimar su mirada sirviéndose de un instrumento poderosísimo: el que ofrece la lógica del testimonio.
La última novela de Javier Cercas, Las leyes de la frontera, acude también a la dinámica testimonial para recuperar una de las caras b del relato del la Transición española: la del recorrido melancólico por el nacimiento, la eclosión y el ocaso de la potente y trágica cultura quinqui. Los rasgos definitorios de su argumento son lineales y claros: a petición de un escritor que pretende hacer un libro sobre el delincuente común más famoso del postfranquismo, el Zarco, (proyección ficticia del real Vaquilla), el abogado Ignacio Cañas reconstruye una particular historia de seducción y desencanto propiciados por un giro vital: el que produjo, durante su adolescencia de charnego de clase media en Girona el descubrimiento de un universo suburbial poblado por quinquis, y donde reinan soberanas la osadía impune del Zarco y la trasgresión erótica de la Tere. Para habitar ese mundo, Cañas habrá de impugnar una serie de leyes; una de ellas, la más profundamente recubierta de valor simbólico, es la que se desprende de la división férrea de la cartografía urbana: la ley de la frontera entre barrios, clases y mundos que, aún estando tan físicamente cercanos, en realidad se contraponen entre sí.
La economía narrativa de la novela, construida a partir del testimonio de Cañas (y de su álter ego Gafitas, apodo que el Zanco le pondrá nada más conocerlo), se encuentra completamente al servicio de la portentosa labor de reconstruir un mundo que ya no existe. Es así como Cañas-Cercas guían al lector por los recovecos de los bares y plazas de una Girona fantasmagórica, entre el peso de la memoria que la reconoce y las ansias de una melancolía nacional que no consigue evitar el olor a fracaso que todo relato de una pérdida provoca. En esa evocación, el lector consigue también tocar con sus manos la adrenalina que permite al Gafitas, al final del verano del 78 y completamente ajeno a la oficialidad constituyente, dinamizar la barrera de la propia condición y convertirse en adulto.
Si en Anatomía de un instante la prosa de Javier Cercas, gracias a su vínculo referencial con la historia, consigue movilizar la energía poética escondida en los gestos y voces del destello político del final de la Transición, en Las leyes de la frontera la solidez de la ficción conduce al lector por una de las contrahistorias de aquel período. Su hilo conductor está compuesto por las luces que proyecta, como si de una máquina del millón se tratara, la cultura quinqui de periferia, pero también la miseria, la desidia y el abandono que sus chispas reflejan y que la atención mediática destapa. Esa otra frontera, entre ficción y realidad, entre el tiempo del relato y el de la enunciación, constituye la apuesta estructural más sólida del autor, gracias a la cual consigue hacer emerger la inexorable vinculación entre vida y escritura que se desprende del resto de sus obras.
Los lectores asiduos de Cercas descubrirán aquí, además, otro logro: el cultivo cada vez más perfeccionado de una poética de la memoria. Sobre ella se edifica la ambivalencia que se desprende del ejercicio literario de ficcionalizar parte de la realidad; de allí emergerá también el perímetro poroso de la última frontera contra la que el libro parece luchar: la línea siempre problemática que separa el pasado del presente, los ayeres colectivos del hoy cada vez más incierto.

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