Coradino Vega
Para cualquier seguidor de ambos o de uno u otro, lo cual no es de extrañar dado el éxito del primero y el sólido prestigio del segundo, esta recopilación de la correspondencia reciente entre Paul Auster y Coetzee se presentaba a priori cuando menos prometedora. Los dos escritores se conocieron en el Adelaide Literary Festival de hace cuatro años, y a partir de ahí Coetzee propuso a Auster iniciar una relación epistolar en una suerte de estimulación recíproca o juego intelectual ente colegas. Las cartas abarcan un arco de tiempo que va del estallido de la burbuja financiera de 2008 hasta las revoluciones árabes de 2011 y, oportunamente, comienzan hablando de la amistad. Los demás temas —el deporte, la escritura, las críticas, el cine, el incesto o el insomnio, por mencionar sólo algunos— van surgiendo luego, poco a poco, con una espontaneidad no siempre atendida por el destinatario, pues muchas propuestas quedan sin desarrollar y la primera parte al menos, más que un análisis dialogado de un asunto u otro, adopta el aire de una tormenta de ideas sin resolver.
Ambos emisarios cuidan con gusto el arte de la carta como si fuera lo que realmente es: un uso en vías de extinción. Auster las escribe a máquina. Coetzee las envía a veces por fax o, si tiene algo urgente que comunicar, se las adjunta a la mujer de Auster, la también novelista y ensayista Siri Hustvedt, por e-mail. A ambos parece no gustarles la deshumanización de las nuevas tecnologías. Pero aunque compartan ciertas opiniones y una común nostalgia por un mundo de ayer más cultivado y atento que el de hoy, lo normal es que el diálogo se convierta en un intercambio de puntos de vista prudentemente velado, sobre todo por parte de Auster, tras una almibarada cordialidad de viejos caballeros que sobreviven, más que bien, entre las ruinas del presente. De este modo, cualquier conato de dialéctica queda erradicado por la amabilidad, la concesión, el afecto o el excesivo respeto. Podría decirse que ambos escritores se tratan de tú a tú, aunque esa aparente igualdad queda matizada por lo que parecen ser dos temperamentos bien distintos. Coetzee se muestra más reservado, cautelosamente más seguro, con una notoria inclinación hacia la referencia teórica y un ingenio menos interesante que la inteligencia que muestran sus libros. Paul Auster, en cambio, adopta un rol más mundano, más flexible y afable aunque trufado por una tendencia a mencionar su propia obra que, más que un acto de vanidad, se antoja como una especie de mecanismo de defensa. A ambos les tiran sus cosas: a Coetzee, la lingüística, las matemáticas, los animales, la exigencia crítica y las opiniones políticamente incorrectas, expuestas aquí de forma mucho más tosca e inocua que, por ejemplo, en Diario de un mal año. A Auster, por su parte, le motiva más hablar de béisbol, dejar claro su progresismo compatible con el glamur de los festivales (“soy un firme creyente en la felicidad universal”), e insistir en las casualidades y el azar en lo que parecen pequeñas caricaturas manieristas de sus mejores novelas. Los dos comparten alguna afición, la debilidad por Beckett y un ideal áurico de la figura del escritor aderezado de su correspondiente tópico romántico.
Por lo demás, y aparte de lo elegantemente bien que están escritas (si exceptuamos alguna indulgencia del tipo “querido abuelito”, como se atreve a llamar Auster a Coetzee en una ocasión), estas cartas tienen el interés que el fan incondicional o el lector atraído por las estadísticas deportivas puedan darles. Las opiniones políticas vertidas en ellas resultan tan vaporosas como consabidas. Y lo mismo sucede con sus ideas sobre los críticos literarios (a raíz de un enfado de Auster con James Wood), la escritura o las nuevas tecnologías (“los viejos somos notoriamente ciegos a las virtudes de los jóvenes”, reconoce Coetzee). Por lo que no deja de sorprender que un escritor tan riguroso y poco autocomplaciente como Coetzee, en cuya obra resulta tan difícil hallar un solo lugar común y que siempre ha parecido tener como principio “si no tienes algo diferente que decir, lo mejor es callarse”, haya consentido la publicación de este libro que, precisamente por ser fruto del entretenimiento ocioso y carecer de la sustancia de sus ensayos y novelas, aburrirá en especial a sus lectores habituales.
Admiro mucho a Coetzee y estoy segura de que este volumen promete. Pero me decepcionó la tercera parte de sus Memorias (lo único que he leído de ellas) titulada "Verano". Presamente allí sucede lo que dices, sus lectores no encuentran lo mismo que en su literatura, resulta flojo, deslavazado e increíble, muy lejano a la idea que nos habíamos hecho del personaje que está detrás de las novelas. En realidad, intenta ser novela también y se queda en nada, no es ni una cosa ni otra.
ResponderEliminara mí me ha encantado,
ResponderEliminarsiendo seguidor de los dos autores,
creo qeu han escrito un libro muy válido y digno, que interesará a sus seguidores. Por supuesto que epistolarmente no se puede profundizar en los temas. Pero, por ejemplo, los comentarios de política internacional y sobre el conflicto de judios y palestinos son más interesantes que cualquier artículo de prensa. también con estas Cartas se aprende. Para mí sí es un libro muy recomendable.