Marta Sanuy
Edmund de Waal no es escritor, sino ceramista, y La liebre con los ojos de ámbar no es una novela, sino la historia de su familia contada a través de una colección de doscientos sesenta y cuatro netsuke, miniaturas japonesas pensadas para llevar en la mano.
De Waal acierta al elegir como hilo conductor de este libro los netsuke: un zorro con los ojos incrustados, de madera, una serpiente en una hoja de loto, de marfil, una liebre de boj y la luna, un criado dormido, docenas de ratas de marfil, un fardo de leña menuda atado con una cuerda, una mujer desnuda y un pulpo o una liebre con ojos de ámbar, que se van imantando a lo largo del relato hasta hacernos creer que estamos viendo todo lo que sucede desde la vitrina en la que se guardan. Pero sobre todo de Waal acierta al templar la voz del narrador; no era fácil contar la historia de una familia como la suya, los Ephrussi, banqueros judíos que dominan las finanzas de toda Europa, con el extrañamiento y la sutileza crítica hacia sus antepasados que el autor nos regala. Además de esa contemporaneidad, tan necesaria para releer la historia, por la calidad de su prosa he tenido la impresión durante muchas páginas de estar leyendo a algún centroeuropeo de los grandes.
El libro, que empieza y termina en Japón, da pronto un salto para presentarnos al tío Charles, el japoniste autor de la colección, y nos muestra el París de fin de siglo y sus caprichos: en la década de 1880 llegó a tal apogeo la pasión por lo nipón que en 1887 dijo Alejandro Dumas: "ahora todo es japonés". La abundante documentación permite al autor analizar el modo en que, por más de doscientos años, Occidente había malinterpretado a Japón apasionada y creativamente. Pero Charles Ephrussi no es un coleccionista cualquiera, es capaz de transformar la mirada en posesión y la posesión en conocimiento. Colecciona muebles y todo tipo de obras de arte, pero sobre todo posee pinturas y pasteles de Morisot, Degas, Manet, Pissarro y Renoir, es uno de los descubridores del impresionismo. Es Charles quien compra a Manet un cuadro con un manojo de espárragos por el que el pintor pide ochocientos francos; él le envía mil y el pintor le corresponde días después con otro cuadro con un solo espárrago acompañado de una nota: Parece que éste se soltó del manojo. Y es, nada menos, el inspirador del personaje de Swann en A la recherche du temps perdu. Es casi demasiado raro descubrir cuán entretejido está el personaje proustiano de Swann con Charles, dice su sobrino.
Después de esas estupendas páginas en París el autor nos traslada a Centroeuropa. La colección de netsukes va a ser el regalo de boda de Charles para Viktor y Emmy, los bisabuelos del autor, que se casan en 1899, el año en que Karl Kraus dijo “Viena se está demoliendo en una gran ciudad”. De esa gran ciudad forma parte el inmenso palacio Ephrussi, en el que las miniaturas no van a ocupar un lugar demasiado importante: el vestidor de Emmy, en el que servirán como juguete e inspiración a sus hijos.
Mirar casas es un arte, dice el autor, apabilado cuando descubre las enormes salas que habitó su familia. Él lo tiene, y nos permite pasear por sus salones acompañándolo en las indagaciones de lo que ocurrió en ellos desde la época espléndida del Imperio hasta la ocupación alemana, cuando los netsuke son salvados gracias a Anna, la fiel criada, que logra esconderlos en su colchón.
El libro cuenta con aliados solventes para alcanzar su calidad literaria, se nutre de literatura, para documentar el relato se recurre a Marcel Proust, Huysmans, Wilde, que habla de la tortuga incrustada de esmeraldas, Gustav Moureau, Karl Krauss, De Goncourt, Robert Musil, Joseph Roth o Walter Benjamin.
Recomendadísimo. Tomando el título de uno de los capítulos: Una preciosura.
Más que una preciosura, una auténtica maravilla. Un repaso a la cultura y la historia de Europa en los dos últimos siglos, pero no a la historia que unos pocos escriben, y los libros recuerdan, sino a la historia real vivida por seres humanos de carne y hueso. La familia Ephrussi es el testimonio directo de todos los que, en el anonimato, sufrieron y padecieron uno de los períodos más convulso de nuestra reciente historia.
ResponderEliminar