lunes, octubre 01, 2012

Doble mirada: La ciudad de los ojos grises, Félix G. Modroño

Algaida, Sevilla, 2012. 400 pp. 18 €

1. Juan Laborda Barceló

En las postrimerías de la Belle Époque un hombre vuelve a su ciudad natal al enterarse de que la mujer a la que siempre ha amado, a la sazón esposa de su hermano, ha muerto en extrañas circunstancias. La idea básica a la que responde esta obra despertará por sí sola el interés de los amantes de la literatura histórica y de misterio. Los tintes noir parecen evidentes en una trama que va cobrando diversas tonalidades y matices a medida que avanza la lectura. Este caso resulta un tanto especial, puesto que la hibridación de géneros es clara en la novela.
Podríamos definir libremente la esencia de esta obra como un trasunto literario de la melodramática (y netamente cinematográfica) fuerza de un director del calibre de Douglas Sirk, saltando por encima de los rasgos estéticos diferenciadores del norte de la península ibérica y de la sociedad norteamericana de los años cincuenta, fijándonos esencialmente en el reflejo de la naturaleza humana y sus inherentes vaivenes emocionales. Los paralelismos entre este buen escritor patrio, Modroño, y aquel director de origen germánico, pero asentado en EEUU, Sirk, se dejan ver en la sensibilidad y tino con que los temas más profundos y arquetípicos son tratados: el amor, tanto el prohibido como el permitido, el familiar o el social, la búsqueda de la identidad propia, la melancolía que emana del alma sensible, la necesidad de transformar al mundo y a las personas… No en vano la novela se sitúa muy inteligentemente en el Bilbao de 1914, donde socialistas, nacionalistas e intelectuales de diversa índole se batían el cobre en su particular visión de las reformas que necesitaba su amado espacio vasco. Entre estas páginas podemos apreciar el sufragismo, la búsqueda de la igualdad, las referencias, magníficas por concretas, a las formas de vida burguesa, desde las costumbres hasta la gastronomía, pasando por los usos sociales o deportivos (descubriremos el origen etimológico del término Alirón o Pitxitxi, en un alarde de integración de conceptos interesantes dentro de la narración).
La aventura vital fluye en la novela como el agua de la ría a la que tantas veces se hace referencia, entre diálogos veraces y rápidos, de la mano del protagonista Alfredo Gastiasoro, un descastado y atormentado dandi parisino. Entre su Bilbao natal y la capital francesa de comienzos del siglo XX, se establecerá una trama que mezcla sabiamente niveles de complejidad y que irá creando un compromiso emotivo con el lector. Descubriremos las componendas de los espías que pululan por una Europa sumida en la Gran Guerra, acompañaremos a unos singulares detectives en la investigación de un posible asesinato, el de Izarbe, la otra gran protagonista, marcado por corruptelas policiales y dramas familiares. Y todo ello barnizado con una prosa elegante y sensible, que entre varias fórmulas, acaba dibujando la que realmente corresponde a estas letras: una novela sentimental, entendiendo el concepto de forma positiva, como un reflejo más de nuestro natural sentir.
Capítulo aparte merecen la gran cantidad de personajes señeros que podemos encontrar sazonando esta historia: Unamuno, Indalecio Prieto, Mistinguett, Maurice Chevalier o el mismo Picasso, entre otros. Se trata de elementos fetiche, pero perfectamente integrados en la narración, enmarcados acertadamente en un fastuoso fresco de época y entrelazados con una potente trama negra.
“En la hibridación de géneros puede encontrarse el futuro de la novela”, me dijo alguien hace unos años… No se la pierdan.

2. Marina Fernández Bielsa

La ciudad de los ojos grises  es una novela que nos hace viajar. Viajar en el tiempo, a finales del siglo XIX y principios del XX, un tiempo convulso —si es que hay alguno que no lo sea—, de cambios vertiginosos en las ciudades que se modernizan a una velocidad hasta entonces desconocida. Y viajar en el espacio, de una capital en apogeo como París, en plena Belle Epoque, a Bilbao, una ciudad industrial que acepta las transformaciones sin perder sus costumbres. Hay en esta novela viajes físicos, en trenes que no siempre son de ida y vuelta y, sobre todo, viajes emocionales, a un tiempo ya pasado que encierra secretos y enigmas nunca resueltos.
Alfredo Gastiasoro, profesor de arquitectura en París, regresa a su ciudad natal, Bilbao, tras enterarse por una noticia del periódico de la muerte de Izarbe Campbell, un amor de juventud truncado de manera incomprensible y esposa de su hermano Javier. Es diciembre de 1914, Europa está en guerra desde julio, y Alfredo vuelve a Bilbao para librar sus propias batallas.
El autor utiliza flashbacks hábilmente estructurados para narrar la evolución física, económica y social de ese Bilbao de finales del XIX. Los datos que aporta resultan interesantes, no restan ritmo a la novela y contribuyen a crear la atmósfera de la historia, mezclando personajes de ficción y personajes reales de manera natural, nada forzada. Desfilan por sus páginas don Miguel de Unamuno, Marie Curie, Indalecio Prieto, María de Maeztu. Esas idas y venidas del presente al pasado sirven para dar pistas, decisivas en el desenlace, que no pasarán inadvertidas al lector atento, manteniendo un suspense que incita a no parar de leer.
Alfredo ayudará en su investigación al comisario Fernando Zumalde, compañero de infancia y adolescencia y amigo leal desde entonces, y en sus pesquisas recorrerá las calles de Bilbao, sus barrios, sus cafés, sus bajos fondos, sus clubes privados donde se hacen y deshacen negocios de todo tipo, siguiendo pistas que le lleven a descubrir cómo murió Izarbe.
«Nadar en aguas tibias no es lo mismo que alternar aguas frías con aguas calientes. Y a estas alturas de su vida, Alfredo no sabía muy bien en qué aguas nadaba», dice el narrador. Desde luego, no es el caso de Félix G. Modroño. La novela alterna pasado y presente, historia y ficción de manera hábil y amena, generando una intriga que nos mantiene atentos durante casi cuatrocientas páginas. Los personajes son creíbles y cercanos, los diálogos ágiles y la prosa precisa y eficaz. Destacan los personajes femeninos, en mi opinión más ricos y con más matices que los masculinos; resultan también deliciosos, en todos los sentidos, algunos pasajes gastronómicos: a los protagonistas les gusta comer bien, y hay referencias a lo que degustan y dónde. También ciertas descripciones y reflexiones del narrador —sobre el arte, la política, el amor, las mujeres, los recuerdos, la memoria— aportan a la novela interés y un toque que va más allá del mero entretenimiento.

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