Ángeles Prieto
Evidentemente, una reseña no es lugar adecuado para lanzar una diatriba contra la obligación editorial de que los autores publiquen un libro anual, de manera forzosa, para no ser olvidados. Porque además el mismo Ford, dentro de las páginas de este volumen, se va a manifestar al respecto, declarando precisamente que no está en el oficio para batir récords de velocidad, ni para acumular grandes cifras. Por eso, antes que nada, considero obligatorio avisar al lector de que aquí, ni mucho menos, va a encontrarse con eso que proclama la contraportada, “un libro imprescindible para completar el canon fordiano”, ni falta que nos hace.
Pues lo que vamos verdaderamente a adquirir, si por él optamos, será un libro mal estructurado, desigual en sus apartados y muy desordenado, abordando temas muy distintos, para de este modo recoger piezas sueltas que el autor redactó a fin de cumplir con diversos compromisos, en un periodo de tiempo dilatado, desde 1992 hasta 2007. Pero también hay que añadir que, sin perder de vista todas estas molestas circunstancias, el contenido de este producto tan prefabricado, pese a todo, merece la pena para algunos lectores. Explicaré el porqué.
En principio, podemos saltarnos perfectamente el artículo inicial pese a su trascendental título (“Qué escribimos, por qué los escribimos y a quién le importa”), dado que sólo sirve al autor para defender su obra frente a diversos ataques de las poderosas minorías culturales del momento (1992), algo que hoy por hoy ya va superándose, pero no podemos menos que admirar luego el estupendo y atinado análisis que Ford realiza de una novela que, gracias una película, pudimos conocer ampliamente hace dos años tan sólo. Se trata del fabuloso Revolucionary road de Richard Yates, en uno de los artículos más brillantes del libro. A continuación “La lectura” será otra redacción clara, emotiva e interesante sobre la enseñanza de la literatura, muy correcta. Es sólo que después vendrá la primera pieza verdaderamente biográfica que nos ha sido prometida en la primera parte del título: “El hotel”, que junto a “Un padre y una bicicleta”, “Holgazanear mientras la Musa recarga pilas”, “En la cara” y en “En recuerdo del golf”, son episodios de la infancia feliz del autor hasta la muerte de su padre, algo de su complicada adolescencia, y sus gustos deportivos, como el boxeo o el golf, desperdigados y desconcertantes entre otros ensayos literarios con dos piezas fundamentales, esas que justifican el resto del libro y que harán felices a un tipo de lector muy particular y especial: el aspirante a escritor de cuentos que quiere conocer por dónde van los cánones norteamericanos. Pues estos dos artículos, inmejorables, logran que merezca la pena acercarse a este volumen caótico: “El buen Raymond” y “Por qué nos gusta Chéjov”. Es decir, un análisis de vida y obra de los dos grandes cuentistas que abren y cierran, respectivamente, el siglo veinte: Raymond Carver y Antón Chéjov, artículos que junto a la publicación de la Antología del cuento norteamericano (1992), han convertido a Richard Ford en el pope estadounidense del relato corto, pese a figuras como Tobías Wolff (mencionado en el volumen), quizá mejor cuentista que el que aquí nos ocupa. Por no hablar de Alice Munro, pues es canadiense.
En definitiva, estamos ante un libro forzado por el editor, que bien podríamos haber esperado el tiempo necesario para que su autor terminara de confeccionar los dos o tres volúmenes separados que lo componen, prometidos o apuntados sin llegar a tales, con coherencia temática, y que sí podemos encontrar en el consagrado Philip Roth sobre su vida, su literatura y la de aquellos autores que más le interesan.
Sí un escritor necesita más de un año para públicar un libro, mejor no forzarlo. Paul Auster es un claro ejemplo que no todos los años uno está inspirado.
ResponderEliminarTenía en mi lista este popurri de Ford, pero despues de tus palabras, esperaré a otros comentarios para decidirme.
Gracias y saludos.